Por The New York Times | John Branch
Los Juegos Olímpicos de Invierno son un carnaval de peligro y un documental de tragedia. En comparación con los juegos de verano, son un espectáculo de velocidad y superficies resbalosas impulsado principalmente por la invencible fuerza de gravedad.
Los esquiadores descienden por las montañas más rápido que los vehículos en una autopista. Otros atletas se deslizan en trineos que alcanzan altas velocidades en un tobogán de hielo con muchas vueltas bruscas. Los saltadores de esquí surcan grandes distancias en el aire. Los tablistas de nieve y los esquiadores acrobáticos dan vueltas y giran en el cielo y esperan tener un aterrizaje seguro.
La próxima catástrofe siempre parece estar a punto de ocurrir.
Los deportistas que realizan estas temerarias hazañas no están locos ni son imprudentes. Sin embargo, tienen algo en común que podría sorprender a aquellos que los observan.
Todos ellos tienen miedo.
“Cuando vas a una velocidad tan alta como nosotros, cualquier punto del recorrido se puede convertir al instante en una trampa que te lesione, si no es que en una trampa mortal”, mencionó Breezy Johnson, una deportista estadounidense de esquí alpino de descenso.
En enero, Johnson, una de las favoritas para obtener una medalla de oro, se lesionó en una colisión. Una semana después, anunció que no podría participar en los Juegos Olímpicos.
The New York Times entrevistó a decenas de atletas y a otras personas relacionadas con los deportes más extremos de los Juegos Olímpicos de Invierno. Queríamos adentrarnos muy profundamente en el lado mental del peligro.
La primera pregunta: ¿el miedo desempeña un papel en tu deporte?
“Hay mucho riesgo y provoca mucho miedo lo que hacemos”, confesó Faye Gulini, una atleta estadounidense que participa en sus cuartas Olimpiadas en snowboard cross.
La esquiadora alpina de descenso Jacqueline Wiles de Estados Unidos comparte los sentimientos expresados por varios deportistas.
“El miedo desempeña un papel enorme en nuestro deporte. Si alguien te dice lo contrario, creo que está mintiendo”, opinó.
El tablista de nieve Shaun White podría parecer inmune al miedo, ya que ha conseguido tres medallas de oro en medio tubo. Pero no es cierto.
“En definitiva, no me consideraría intrépido. Solo manejo el miedo”, comentó.
El miedo es un tema personal y complejo. Pregúntales a los atletas qué los atemoriza, en específico, y las respuestas abarcan un amplio espectro: el miedo a perderse los Juegos Olímpicos o de arrepentirse; de decepcionar a familiares y amistades; de no ser capaces de controlar su historia, o del final de su carrera, de perder el control.
No obstante, la respuesta número uno es un miedo que es visceral, tangible y común en estos deportes.
Es el temor a lesionarse.
“Este deporte mata. Lesiona a todos”, dijo Johnson sobre el esquí alpino en descenso.
Solo una sacudida
Este subconjunto de atletas olímpicos de invierno tiende a dividirse en dos categorías: aquellos que han sufrido lesiones graves y aquellos que las sufrirán.
Nunca es buen momento para lesionarse, pero sí hay uno que es el peor de todos. Alice Merryweather lo sabe. Solo una cosa podía evitar que Merryweather, una de las principales competidoras estadounidenses de esquí alpino, participara en los Juegos Olímpicos de Pekín 2022. Una tranquila mañana de septiembre en los Alpes suizos, eso sucedió.
Fue solo una sacudida, a diferencia de las que el resto de los competidores de esquí alpino experimentan y de las que se recuperan a altas velocidades. Merryweather intentó recuperar el equilibrio de manera frenética.
En cierto momento, se inclinó hacia adelante, después se aventó para atrás, con la parte trasera de su cuerpo en los esquíes, todavía apuntando hacia abajo hasta que uno tocó el hielo. Se fracturó dos huesos de la pierna izquierda. Los ligamentos de la rodilla se rompieron. Daba vueltas mientras avanzaba y se raspaba el rostro con el áspero hielo. La gravedad la arrastró hacia abajo por la ladera hasta que se por fin se detuvo.
“Ocurrió tan rápido que no puedo recordar la sensación de cuando se me rompió la pierna”, comentó en diciembre mientras le mostraba el video a su novio, Sam DuPratt, otro competidor de esquí alpino que se recupera de la fractura de ambas piernas.
La cara sangrienta de Merryweather se curó en los meses siguientes, pero su pierna y tal vez su ánimo todavía necesitan tiempo para sanar.
La temporada de esquí continuó sin ella. Los esquiadores han ganado competencias que pudieron haber sido victorias para ella. Como los otros atletas entrevistados, Merryweather afirmó que nunca le tuvo miedo al dolor de una lesión. Era tristeza. Era el temor de una oportunidad perdida.
La culminación de cuatro años de trabajo, los Juegos Olímpicos, se realizarán sin Merryweather, mientras se recupera en el otro lado del mundo.
“En este momento, estoy como en una etapa de limbo en mi recuperación”, afirmó. “Ya me he sometido a dos operaciones y ahora estoy esperando a que mi tibia sane lo suficiente para que puedan retirar el clavo que colocaron. Eso tardará de cinco a once meses. Entonces, tendrán que pasar de seis a nueve meses más para poder volver a la nieve, a volver a deslizarme”.
Para Merryweather y otros deportistas, el miedo no es al dolor que causa la lesión. Es a las preguntas que plantea.
“En definitiva, añade un montón de miedos nuevos a la ecuación”, relató Merryweather. “Tengo miedo de toda la incertidumbre en este punto. No sé cómo va a sanar mi cuerpo. No sé cómo se va a sentir esta pierna cuando le presente un nuevo reto”.
En lugar de los Juegos Olímpicos, ese diminuto instante (un choque repentino) significa que pasarán dos años antes de que vuelva a ponerse los esquíes. Merryweather está determinada a llegar a ese momento.
“La alegría que produce ir muy muy rápido y arquear una vuelta realmente bella no se compara con ninguna otra cosa que haya sentido, en ningún otro aspecto de mi vida. Y estoy decidida a regresar y sentir eso de nuevo. Eso pesa más que el miedo, diez veces más”, aseveró.
Llegando al límite
Por supuesto, el miedo a una lesión no es exclusivo de los deportistas olímpicos de invierno. Es algo que preocupa a todos los atletas en todo el espectro de los deportes.
No obstante, es diferente con los Juegos Olímpicos de Invierno, dada la concentración de deportes peligrosos en superficies que no permiten equivocaciones. Los deportistas deben exigirse al límite para tener una oportunidad de ir a los Juegos Olímpicos. Sin embargo, el límite es un lugar que no perdona errores.
Los riesgos son reales. Tablistas de nieve de clase mundial han sufrido lesiones traumáticas y han muerto en accidentes en el medio tubo. Los esquiadores más reconocidos han muerto en choques terribles, incluso en las Olimpiadas. En el túnel de hielo, la pista para trineo ligero, trineo simple y bóbsled, un atleta de trineo ligero se mató en un choque durante un entrenamiento en la víspera de los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver 2010.
“Descanse en paz, pero te puedo asegurar que a todos los competidores de trineo simple, trineo ligero y bóbsled los invadió un miedo enorme cuando ese incidente sucedió”, afirmó Bill Schuffenhauer, quien ganó una medalla de plata en el bóbsled cuádruple en 2002 y compitió en los juegos en Vancouver. “Porque si queríamos competir, teníamos que lanzarnos por exactamente la misma pista en la que este hombre acababa de perder la vida”. Lograr ir a los Juegos Olímpicos significa no solo tener más talento que la mayoría del resto del mundo, sino también ser más atrevidos. Es calcular los riesgos y tomarlos.
Los deportistas dicen que el miedo debe encontrar un equilibrio. Demasiado puede ser debilitante; muy poco puede ser peor.
“El miedo es lo que al final nos mantiene vivos”, mencionó el tablista de nieve en medio tubo André Höflich. El potencial de una mala caída o una lesión grave siempre está presente en los deportes invernales, incluso para los atletas de élite. (Chang W. Lee/The New York Times) La esquiadora Alice Merryweather realiza una rutina de ejercicio como parte de su rehabilitación de una lesión. Pasarán dos años antes de que Merryweather vuelva a ponerse los esquíes. (Mark Boyer/The New York Times)
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