La desaparición de Franco Acosta el pasado sábado cuando intentaba cruzar a nado el arroyo Pando ya hacía pensar lo peor. Las chances de que apareciera vivo eran prácticamente nulas y este lunes se halló el cadáver prácticamente en el mismo lugar donde su hermano, con quien se lanzó al agua a nadar, lo perdió de vista.
La noticia sacudió al ambiente del fútbol, más tratándose de un profesional joven y con mucho camino por delante. Debutó muy joven en Fénix, con apenas 17 años en noviembre de 2017, y a esa altura ya era observado por cazatalentos que lo vieron brillar en el Sudamericano sub-17 de Argentina meses atrás.
Formó parte de la selección uruguaya que disputó el Sudamericano y el Mundial sub-20 en 2015, seguramente sin imaginar que el gol que le metió a Brasil en la tanda de penales de los octavos de final en Nueva Zelanda sería el último que anotaría vistiendo la Celeste.
A esa altura ya era jugador del Villarreal, donde llegó a entrenar con el plantel principal pero siempre jugando en el equipo B. Luego de cuatro años fue cedido al Racing de Santander, donde disputó ocho partidos y metió un gol, y en 2018 recaló en Boston RIver, jugando apenas cuatro partidos.
En filas de Plaza Colonia recuperó parte del repertorio que había mostrado en su etapa juvenil y registró tres tantos en 24 partidos. Para 2020 pasó a filas de Atenas de San Carlos, donde jugó siete compromisos después del parate por la pandemia.
Hoy, el mundo del fútbol lo llora con emotivos mensajes de clubes a los que defendió y a los que enfrentó. Su cuenta de Instagram, en la que la última publicación es una foto junto a su hijo de cuatro años y medio, también recibió cientos de palabras de congoja.