Por The New York Times | Rory Smith and James Wagner
Los Juegos Olímpicos se han regido durante mucho tiempo por un código implícito: si los aficionados no tienen nada agradable que decir, no deberían decir nada en absoluto. Burlarse, silbar y abuchear a los atletas que han pasado años para llegar a la cima de sus deportes es “inaceptable”, como lo expresó en una ocasión Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional. Abuchear es tabú.
Sin embargo, en lo que respecta a los franceses, parece haber una excepción: cualquiera que vista el color albiceleste de Argentina.
En los primeros días de los Juegos de París, Argentina fue abucheada antes, durante y después de un partido de fútbol masculino en Marsella. Fue abucheada intensamente durante tres días seguidos cada vez que su equipo masculino de rugby 7 apareció en el abarrotado Estadio de Francia. Y fue abucheada cada vez que alguno de sus jugadores de rugby tuvo la temeridad de tocar el balón.
Su himno fue abucheado una vez más —aunque de manera un poco menos ruidosa— cuando la selección argentina hizo su debut en el torneo de voleibol masculino en el South Paris Arena el sábado por la noche.
La hostilidad ha desconcertado a algunos de los rivales del país. Nicholas Malouf, un jugador australiano de rugby 7, dijo que “no conocía el trasfondo” de la tensión. Antony Mboya, representante de Kenia en el mismo deporte, asumió que el público local francés simplemente estaba “apoyando al rival más débil”.
En realidad, la animadversión está bien definida. Ambas partes han llegado a comprender que a Francia, en este momento, no le agrada mucho Argentina. “Se ha convertido en una verdadera rivalidad para nosotros”, dijo Jules Briand, un aficionado francés que viajó tanto para ver a su equipo competir en rugby 7 como para abuchear un poco.
Donde los fanáticos difieren es en las causas fundamentales de lo que es, en un sentido deportivo, un fenómeno algo reciente.
Francia y Argentina no comparten ninguna antipatía histórica real en el fútbol o el rugby, los dos deportes más tribales que tienen en común. Por tradición, ambos han reservado su enemistad para otras naciones: Argentina para Brasil (e Inglaterra), Francia para Alemania (e Inglaterra).
La versión argentina de los acontecimientos es relativamente simple: Francia sigue resentida por su derrota a manos de Argentina en la final de la Copa del Mundo 2022.
Marcos Moneta, miembro del equipo argentino de rugby 7, lo expresó sin rodeos: “Tal vez Lionel Messi los lastimó”. Su entrenador, Santiago Gómez Cora, fue un poco más diplomático. “Es una parte del folklore del fútbol que se ha trasladado al rugby”, afirmó.
Hay ciertas evidencias que respaldan esa evaluación. Emiliano Martínez, una de las estrellas de aquella victoria argentina en Catar en 2022, fue abucheado mientras jugaba en Francia en mayo, aunque los franceses atribuyen eso menos a la derrota que a lo que se consideró un nivel intolerable de regodeo por parte de los jugadores argentinos tras la victoria. “Los jugadores no fueron precisamente muy educados”, dijo Briand.
La explicación de Francia es un poco más compleja. “Hay algunas razones”, aseveró Gauthier du Pradel, un aficionado francés que estaba pasando el rato afuera del Estadio de Francia durante un receso en el torneo de rugby la semana pasada. Admitió, con algo de timidez, que se había sumado al coro de burlas cuando vio emerger a los jugadores argentinos.
Señaló un par de refriegas específicas del rugby —el resentimiento persistente por la competencia en varias disciplinas del deporte y el arresto de dos jugadores franceses en Argentina acusados de agresión sexual— pero también mencionó un desencadenante más reciente y notorio.
Hace unas semanas, después de que la selección argentina ganó la Copa América de fútbol en Estados Unidos, los jugadores del equipo fueron captados en una emisión en directo entonando una canción despectiva sobre los jugadores de Francia, que incluía letras racistas y transfóbicas. “Esa canción causó revuelo en las redes sociales”, explicó du Pradel.
Decir que causó “revuelo” podría quedarse corto. Enzo Fernández, el jugador que grabó el incidente, se disculpó públicamente, pero solo después de que funcionarios franceses lo criticaron. Las autoridades del fútbol francés han presentado una denuncia legal por “racismo y comentarios discriminatorios inaceptables”.
Argentina se ha mostrado aún más reacia a asumir la responsabilidad. La vicepresidenta conservadora del país, Victoria Villarruel, insistió en que Francia no estaba en condiciones de criticar a Argentina por cuestiones raciales dada su historia “colonialista”.
Javier Milei, el presidente libertario argentino, destituyó a un subsecretario de Deportes que le había pedido al propio Messi que se disculpara. “Ningún gobierno puede decirle qué comentar, qué pensar o qué hacer a la Selección Argentina, Campeona del Mundo y Bicampeona de América”, dijo en ese momento la Oficina del Presidente.
Desde entonces, Milei ha intentado distanciarse de la polémica: tenía previsto reunirse con Emmanuel Macron, su homólogo francés, durante su visita a París para la ceremonia de apertura. Los atletas argentinos, tal vez con la excepción de Moneta, también han hecho todo lo posible para restarle importancia al asunto.
“Me alegra si nos animan o si nos insultan”, dijo Luciano De Cecco, capitán de la selección argentina de voleibol masculino. “No me enojo ni lo disfruto. Es parte del juego”. Gómez Cora, el entrenador de rugby, insistió en que los abucheos eran preferibles al silencio. “Prefiero tener un público a favor y en contra que una multitud sentada y aburrida”, afirmó.
Incluso los fanáticos franceses admiten que hay un ligero elemento teatral. “No es un odio real”, aseguró du Pradel, el aficionado francés. “Si viera a un argentino ahora, me tomaría una cerveza con él”. Sin embargo, la indignación por la canción no es una actuación. Por eso, dijo, “los van a abuchear en todas partes”.