Seis horas separan Concepción de Santiago de Chile. Seis horas que había que recorrer para llegar a la Laguna Grande de San Pedro de la Paz, sede del remo, un deporte histórico para nuestro país que llegaba a estos Juegos Panamericanos con la convicción de un pasado reciente que alentaba una actuación histórica.
Una mañana fría y repleta de expectativas sirvió como puntapié inicial para un grupo de deportistas que afrontaba la posibilidad de poner algún color en el medallero celeste, vacío de emociones hasta ese momento.
La primera gran parada fue el dos sin timonel, conformado por Leandro Rodas, un gran conocedor de estas lides, y Esteban Sosa, un jovencito de 16 años que hasta hace tres años no conocía el remo.
Sabiendo que el trabajo realizado en la previa merecía su premio y la determinación del objetivo como premisa, obtuvieron una medalla de plata que valió el primer grito de “Uruguay nomá” en tierras trasandinas.
El “vamo’” de Marcelo Trigo, uno de los entrenadores de la selección, en su retorno a tierra, el abrazo de los dos protagonistas y la sonrisa en sus compañeros marcaron el camino de una jornada que aún tenía mucho para dar.
Cuatro de oro
Fueron minutos en los que ya estaban en el agua Bruno Cetraro, Felipe Klüver, Leandro Salvagno y Marcos Sarraute, los integrantes del cuádruple par. Un bote en el que Uruguay había reinado en Lima 2019, pero por un control adverso de este Sarraute por una medicación para el déficit de atención que no se declaró en tiempo y forma, los escritorios se encargaron de quitar.
La sed de triunfo era palpable y los rivales lo sabían, muchos de ellos optando por cuidar físicamente a sus mejores representantes para otras modalidades, sabiendo el poderío celeste.
“Vamos nosotros, es el momento”, se escuchó previo al arranque de una regata en la que fueron predominantes y cruzaron la llegada primero que todos, para quedarse con la medalla de oro.
Celebración en el bote, puños apretados y al aire, gritos de euforia, los abrazos y felicitaciones de Osvaldo Borchi, ese entrenador argentino más uruguayo que ninguno, que celebraba la tarea cumplida.
“Cuatro años para seis minutos”, decía Sarraute con una sonrisa en su rostro porque tuvo su redención, esa que esperó con paciencia y superando momentos muy complicados en los que, incluso, pensó en abandonar la actividad.
Pero todo rapidito, porque en poco más de una hora había que subirse al ocho con timonel e ir por más, como siempre se plantea este deporte, un pasito más.
A los cuatro anteriores se sumaron Mauricio López, Leandro Rodas, Martín Zócalo, Eric Seawright y la timonel, Romina Cetraro.
“Esto es Uruguay, todos juntos que podemos”, fue el grito para darle inicio a una nueva demostración de fuerzas propias, que, en un final cerradísimo, terminó con la obtención de la presea de plata, la tercera y última del primer día de finales.
Pero la alegría de lo conseguido tuvo que esperar, porque Felipe Klüver, muy dolorido de su hombro para completar los 300 metros finales de regata, al culminar el esfuerzo y con sus gritos de dolor, generó gran preocupación en sus compañeros.
Una lancha para llegar al uruguayo y llevarlo a la atención médica, sus gestos de incomodidad y la tensión del momento hicieron que el grito de felicidad quedara para más adelante.
Esa música que estremece
Con la realización de la ceremonia de premiación, la emoción hizo vibrar a cada uno de los presentes, no solo por ver la bandera ondeando con la leve brisa que corría, sino además con el himno que sonó cuando anunciaron el oro del cuádruple ligero.
Esa entrega de medallas en particular fue ovacionada por todos los presentes, ya que Klüver decidió participar, siendo sostenido entre Sarraute y Cetraro, más el atento cuidado de Salvagno.
Dolorido, casi sin poder mantenerse en pie, pero con las fuerzas suficientes para vivir su sueño y fundirse en un abrazo con sus pares, esos que llenaron de orgullo a un país.
Las lágrimas de Leandro Salvagno, el mismo que en Santo Domingo 2003 fue plata con el cuádruple par y ahora, 20 años después, con 39 años de edad y a días de ser padre, fue de oro, cerraron un día en el que, ahora sí, el sol brillaba a pleno.
Seis horas separan Concepción de Santiago de Chile. Seis horas que había que recorrer para llegar a la Laguna Grande de San Pedro de la Paz, sede del remo, para poder reafirmar una vez ese dicho que sostenemos varios hace rato: el remo no falla y es marca país.