¿Estás loco?; ¿a qué vas a ir Tokio en pandemia?; ¿sabés que no vamos a ganar medallas?. Cosas como esas me dijeron una y otra vez antes de venir a Japón con la consigna de cubrir los Juegos Olímpicos, quizás sin entender en demasía lo que significa esta fiesta deportiva.
La empresa era difícil pero la idea estaba clara, había mucho para contar y transmitir, así que fuimos armando el puzzle de muchas piezas para concretar la aventura.
¿Fácil?, nada fue fácil, ni antes, ni durante, ni siquiera el retorno a casa después de tantos días. Obstáculos muchos, pero ganas y compromiso aún más.
Cuando se apagó la llama olímpica tras la finalización de una ceremonia de clausura, todo comienza a volverse nostalgia y por la cabeza transitan imágenes de todo lo vivido.
Las críticas que recibieron los remeros al inicio, que se transformaron en elogio y admiración casi unánime tras ser finalistas olímpicos.
El abrazo de Klüver y Cetraro, dos enormes deportistas, junto a su entrenador Osvaldo Borchi y el presidente de la Federación Uruguaya de Remo, Fernando Ucha, interminable festejo de un viaje que recién se inicia y se proyecta con todo a París.
Las lágrimas de Déborah Rodríguez tras ser semifinalista en los 800 metros llanos del atletismo, una descarga emocional acompañada de la alegría de su mejor actuación en esta clase de citas.
La bronca de Emiliano Lasa por ese centímetro que le faltó para llegar a la definición por las medallas en salto largo y el grito de dolor y enojo de Mikael Aprahamian tras salir lesionado del tatami pero con la frente en alto luego de un estupendo combate en la categoría hasta 81 kilogramos del judo.
Los nadadores dando su máximo esfuerzo en el Centro Acuático, con el debut de Nicole Frank con sus 17 años y Enzo Martínez recibiendo el abrazo del múltiple campeón y medallista norteamericano Caleb Dressel, que lo señaló y dijo que era "el uno"
Los veleristas Pablo Defazio, Dominique Knüppel y Dolores Moreira dejaron el alma buscando los mejores vientos en Enoshima, viviendo en una subsede y juntándose con sus compañeros recién el último día.
La entereza y decisión de María Pía Fernández para correr con una distensión de nueve milímetros en el gemelo externo de su pierna derecha, 1500 metros en pleno Estadio Olímpico bajo el aplauso de los presentes y entre lágrimas de emoción.
Nadie le iba a quitar su sueño y lo deportivo dio paso a lo espiritual, algo que tuvo su premio al ser elegida como la abanderada de la Clausura.
Historias que vale la pena contar, vivencias que se deben transmitir, momentos que quedarán guardados en una nueva cita que bajó su telón y ya se proyecta rumbo a París, donde habrá nuevas páginas para escribir.