Por The New York Times | Damien Cave

Lo que comenzó como una lucha de poder entre una estrella del tenis desafiantemente sin vacunar y un primer ministro que buscaba una distracción de sus propios errores preelectorales en algo de más peso: una postura pública a favor de las regulaciones pandémicas y el bien común.

Y el pecador de momento es Novak Djokovic.

Australia, orgullosa “nación deportiva” donde el primer Grand Slam de tenis del año comienza el lunes, vaciló y dudó de Djokovic durante más de una semana. A los australianos no les gustó mucho el modo en que su gobierno canceló sumariamente la visa de Djokovic en el aeropuerto. Después de toda la obediencia al confinamiento y a las campañas de vacunas, tampoco estaban contentos con el esfuerzo del atleta famoso por escabullirse en el país mientras eludía un mandato de vacunación contra la covid.

“Como diría Meryl Streep, es complicado”, dijo Peter FitzSimons, escritor y exjugador de rugby profesional.

Pero luego se dieron una serie de extraordinarias revelaciones que prácticamente despejaron cualquier ambivalencia popular.

Djokovic admitió que no se había aislado el mes pasado cuando al parecer sospechaba —y luego confirmó— que tenía covid. Y culpó a su agente por una declaración falsa presentada en un documento migratorio que advertía que cualquier error acarrearía severas penas.

Así, los líderes de Australia decidieron que era suficiente. El viernes, el ministro de Inmigración del país canceló la visa de Djokovic por segunda vez, lo que ponía en serias dudas su intento de alcanzar su vigésimo primer Grand Slam, un récord. Si Djokovic, el tenista mejor posicionado del deporte masculino, no logra recurrir con éxito la decisión en la corte, será detenido y deportado antes de competir.

En la cuenta final, un país lejos de los epicentros del sufrimiento de la covid donde el deporte es un foro reverenciado para el bien y el mal, se ha convertido en ejecutor de los valores colectivistas que el mundo entero ha estado luchando por mantener durante la pandemia.

Djokovic buscó jugar según sus propias reglas. Primero admitió que había entregado un formulario de ingreso en el aeropuerto que indicaba que no había hecho viajes internacionales en los 14 días previos a su llegada a Melbourne. De hecho, había estado viajando en avión entre su natal Serbia y España durante ese periodo. (Dijo que la declaración errónea fue un “error humano” de su agente).

Luego está todo lo que hizo durante el tiempo que pensó que había estado expuesto a la covid y, al final, según su relato, dio positivo, el diagnóstico de covid que le permitió en primer lugar reclamar una exención a la vacuna.

Cinco días de diciembre, más o menos, hundieron sus posibilidades de ganar un décimo Abierto de Australia, una hazaña sin parangón, mientras que el mundo atestiguaba lo que muchos de sus críticos describen como una indiferencia egoísta y temeraria hacia la salud de los demás.

El cuento empieza el 14 de diciembre cuando, según consta en una fotografía, acudió a un partido de baloncesto en Belgrado, la capital serbia, con alguien que más tarde daría positivo a covid. El 16 de diciembre, según una declaración jurada que sus abogados presentaron en un juzgado federal australiano luego de que le cancelaran su primera visa, se sometió a una prueba PCR que le devolvieron con resultado positivo esa noche a las 8.

Al día siguiente, antes de recibir el resultado, dijo, se hizo una prueba rápida de antígenos que dio negativo. Entonces acudió a una ceremonia de tenis de menores en Belgrado, donde una fotografía lo muestra posando sin mascarilla cerca de unos niños.

Más tarde ese día, 17 de diciembre, Djokovic dice que se enteró del resultado positivo de su prueba PCR. Pero no procedió a ponerse en aislamiento durante 14 días, como requiere el gobierno de Serbia. Al día siguiente, el 18 de diciembre, realizó una entrevista periodística y una sesión fotográfica en su centro de tenis en Belgrado. Más tarde dijo que sabía que tenía covid, y dijo que haber hecho la entrevista había sido un “error de juicio” pero que se había sentido “obligado” a hacerlo.

Los periodistas involucrados dicen que nunca se les dijo que Djokovic había dado positivo.

De todas sus acciones, que incluyen un historial de otras actitudes desdeñosas hacia la pandemia y, a veces, arrebatos petulantes en la cancha, parece ser que lo que puso al mundo al borde por la brújula moral del tenista fue su comportamiento después de recibir una prueba positiva.

Una cosa era rehusarse a vacunarse. ¿Pero callar el hecho de que era infeccioso?

“Que hiciera esa sesión de fotos porque no quería decepcionar a alguien ¿estás bromeando?”, dijo esta semana en la televisión australiana Martina Navratilova.

“Yo me quedaría en casa, no me sacarías de la casa por nada”.

Muchos australianos vieron deshonestidad y desprecio por los demás en las acciones de Djokovic. Algunos cuestionaron si en realidad había dado positivo, dado que resultaba conveniente para su exención de vacunación. Casi olían la arrogancia de su comportamiento y les parecía nauseabundo, sobre todo en esta etapa de la pandemia.

El espíritu comunitario que ha definido la respuesta del país al virus —en el que la gente ha aguantado confinamientos y extrañado a su familia cuando el país cerró las fronteras, para luego acudir corriendo a vacunarse— está ahora mismo en un lugar incierto.

Ómicron aumenta y los australianos ven que diariamente hay más muertes que en cualquier momento desde la llegada de la covid. Quieren que la ola pase. Añoran la solidaridad continua.

El primer ministro Scott Morrison quiso explotar esa necesidad cuando se abalanzó sobre la primera cancelación de visa de Djokovic, al tuitear, apenas una hora después de lo sucedido el 6 de enero, que “las reglas son las reglas”.

Volvió a enfatizarlo el viernes por la noche, luego de que se anunció la segunda cancelación de la visa, cuatro días después de que un juez la restaurara por motivos de procedimiento.

“Los australianos han hecho muchos sacrificios durante esta pandemia y están en su derecho a esperar que se proteja el resultado de dichos sacrificios”.

Aunque el ministro de Inmigración, Alex Hawke, invocó lo que llamó un riesgo para la salud pública al cancelar la visa de Djokovic, los médicos se mostraron menos convencidos de que la salud fuera el problema. Con decenas de miles de nuevos casos de covid todos los días en Australia y tasas de vacunación altísimas entre los vulnerables, un atleta no representa una gran amenaza.

“Desde una perspectiva médica puede decirse, bueno, ¿cuál es el problema?”, dijo Peter Collignon, médico y profesor de microbiología en la Universidad Nacional de Australia.

Pero el “affaire Djokovic” no se trata —y tal vez nunca se trató— solo de la ciencia.

Collignon dijo que a tres años de la pandemia, el caso planteaba el asunto del juicio moral. “¿Cuándo dejamos de castigar a la gente por tomar malas decisiones?”, preguntó.

En Australia, la respuesta es “todavía no”.

Ahora, como antes, el hombre decente es el que no infecta a nadie, como escribió Albert Camus en La peste, su novela de 1947, y si el primer ministro no se hubiera sumado a la causa, alguien más lo habría hecho. Djokovic, de 34 años, se ubicó en el escenario principal donde Australia a menudo define lo que desea ser como país.

Los deportes son la vida de muchos australianos. Las tasas de participación son altas e incluso ver competir a otros se ha descrito, desde hace generaciones, como una actividad que forja el carácter.

Carácter también es lo que la Ley de Migración de Australia exige de todos sus inmigrantes. Una “prueba de carácter” es central para la cláusula que faculta al ministro de Inmigración para otorgar o negar una visa por razones muy distintas, aunque en este caso se apoyó en otra sección que le permite al ministro rechazar la visa si se considera “de interés público”.

La amplitud de la ley a menudo ha sido motivo de abuso. Más de dos decenas de refugiados siguen en el mismo hotel donde Djokovic se hospedó mientras esperaba la audiencia de su primera cancelación de visa. Algunos, como Mehdi Ali, un músico que huyó de Irán a los 15 años, lleva años en custodia de Australia.

Pero para Djokovic, la estricta postura australiana en el tema de seguridad fronteriza ha rendido un resultado que muchas personas apoyan, incluso a costa de un Abierto de Australia menos interesante.

El viernes, en Melbourne Park, donde se suponía que Djokovic entrenaría luego de que se le nombró como primer preclasificado, los aficionados parecían resignados a perder un jugador al que gusta ver, pero es difícil admirar.

“Tiene un modo de enfadar al público australiano”, dijo Damien Saunder, un cartógrafo de 44 años que preside un club de tenis cercano a Melbourne. “Sin faltarle al respeto a él o a su capacidad del tenis y eso, pero hay algo de él que no le cae del todo bien al público australiano”.

Christopher Clarey colaboró con reportería desde Melbourne, Australia.

Damien Cave es el jefe de la corresponsalía en Sídney, Australia. Anteriormente reporteó desde Ciudad de México, La Habana, Beirut y Bagdad. Desde que se unió al Times en 2004, también ha sido editor nacional adjunto, jefe de la corresponsalía de Miami y reportero de la sección Metro. @damiencave