Para cuando se aproximaba la edición de 1984, los Juegos Olímpicos no gozaban de muy buena salud. Múnich 1972 era recordado por la masacre perpetrada por un grupo terrorista contra la sede del equipo olímpico israelí, Montreal 1976 terminó siendo un fracaso económico que seguiría pesando sobre los bolsillos de los contribuyentes canadienses hasta 2006, mientras que Moscú 1980 estuvo marcado por el boicot de 65 países liderado por Estados Unidos. Había incluso predicciones poco optimistas acerca del futuro del olimpismo y la celebración de los Juegos. El 21 de mayo de 1984, poco antes de que Los Ángeles recibiera al mundo del deporte, la revista Newsweek se hacía una pregunta en su portada: “¿Están muertos los Juegos?”
La ciudad había tenido cinco intentos infructuosos de ser sede olímpica (1948, 1952, 1956, 1976 y 1980) y, ante cada una de esas candidaturas fallidas, siempre se había ofrecido a quedar en lista de espera por si alguna de las sedes designadas cancelaba inesperadamente. Luego de tanto perseverar, los JJOO de Los Ángeles marcaron un punto de inflexión en varios términos y demostraron que el deporte podía maridar con la comunicación, el marketing y la tecnología. Podría hablarse de que fueron un antes y un después en cuestiones como logística, cobertura mediática y participación femenina. Un rotundo éxito organizacional en el que a su vez se expandió como nunca el alcance de eventos, atletas y países participantes; rompiendo todos los récords de entradas vendidas con casi 5.8 millones y convirtiéndose en el evento con más rating en la historia de la televisión estadounidense hasta entonces (más de 180 millones de televidentes).
Fueron a su vez los primeros JJOO en los que empresas y marcas patrocinantes sustituyeron al ayuntamiento de la ciudad en cuanto a asumir los costos de organización, transformándose Los Ángeles en un ejemplo a seguir para las sedes posteriores por ser la primera ciudad en obtener ganancias por organizar la cita olímpica. Además, la organización ahorró considerablemente en gastos de construcción, aprovechando gran parte de las instalaciones deportivas ya existentes. Uno de esos escenarios era el Forum de Inglewood, donde entre el 29 de julio y el 10 de agosto de 1984 se iba a jugar la competencia de básquetbol. Construido en 1967 y bautizado en honor al Foro Romano, el estadio con capacidad para 18.000 espectadores era uno de los más emblemáticos de la NBA –había recibido a las Finales y al All Star Game del año anterior-, nada menos que la casa de los Lakers del “Showtime” liderado por “Magic” Johnson y Kareem Abdul-Jabbar.
Unos pocos días antes del comienzo de los Juegos Olímpicos, el parqué del Forum resultó severamente dañado por la caída del tablero electrónico. Gracias al trabajo incansable de la organización, se pudo reparar y pintar la cancha a tiempo para recibir a las doce selecciones que iban a disputar las tres medallas.
Choque de dos mundos
Una de esas selecciones que conformaban la élite del básquetbol –con la ausencia de la Unión Soviética, devolviendo el boicot de 1980- era Uruguay, que volvía a los JJOO tras una ausencia de 20 años. La Celeste había participado de las primeras seis ediciones del torneo de básquetbol olímpico, con los Bronces de 1952 y 1956 como puntos altos, pero también interesantes participaciones en 1936 (6º entre 19 selecciones) y 1948 (5º entre 23). Tras un brillante preolímpico de San Pablo en el que terminó segundo detrás de Brasil, el equipo uruguayo volvía al torneo en su 11º edición.
Aquel equipo dirigido por Ramón “Pirulo” Etchamendi venía mostrando un buen básquetbol, por ejemplo ganando el Sudamericano de 1981 en Montevideo con 9 de los 12 integrantes del plantel de Los Ángeles 1984. Era un equipo joven y talentoso, con un quinteto inicial que se decía de memoria: Carlos Peinado, Wilfredo “Fefo” Ruiz, Horacio “Tato” López, Hebert “Fonsi” Núñez y Luis Eduardo “Peje” Larrosa. Jugadores forjados en un básquetbol de otro mundo, en relación al que se jugaba cuando salían por el mundo a representar al país y a ganarse el respeto de los rivales, habían sido parte de la selección y destacados en la competencia local desde muy jóvenes.
Uno de los factores siempre asociados a su explosión tiene que ver con la llegada de los primeros extranjeros a nuestra competencia, a fines de los años ’70, hecho al que se le otorga crédito a la hora de entender el nivel de estos jugadores en el concierto internacional de la época. Los Joe McCall, Bo Jackson, Larry Bacon, Jeff Granger, Larry Petty, Ernesto Malcolm, Adolfo Medrick, Félix Yeoman o Thomas Scates significaron una ayuda para nuestros talentos, al enfrentarlos y compartir equipo con ellos en el día a día de un Torneo Federal que ya no era solo para uruguayos.
De golpe, aquellos atletas surgidos de un básquetbol con canchas abiertas y pisos de bitumen, en el que en algunos clubes no había una pelota oficial y en otras el viento o el humo de los chorizos eran factores que incidían en el desarrollo de un juego pensado para ser jugado en gimnasios cerrados, estaban por jugar en la cancha de los Lakers contra los mejores del mundo. “Tato” López todavía no había acuñado el término “Básquet Folk”, aunque ya era tildado de conflictivo simplemente por ser un deportista crítico de la realidad, de la FUBB (Federación Uruguaya de Básquetbol) y del estamento dirigencial. En el “Básquet Folk”, “básquet folklórico de la República Oriental del Uruguay, que se caracteriza por caer en el cualquiercosismo”, de acuerdo a la definición del entonces mejor jugador uruguayo y hoy brillante escritor, ellos estaban habituados a gimnasios en los que el público y los entrenadores fumaban, sabían de canchas sin agua caliente y eran parte de una competencia con Ley de Oriundos y jugadores que llegaban a las canchas directo desde el trabajo. También sabían bastante de jugar al básquetbol y estaban dispuestos a demostrarlo en la propia meca de su deporte ante los mejores.
Hijos de otro mundo y de otro básquetbol, los jugadores de Estados Unidos eran un equipo de jóvenes y promisorios universitarios de entre 19 y 23 años que seguramente no entenderían nada si alguien hubiera intentado explicarles la realidad de aquellos muchachos de celeste que tenían enfrente el 1º de agosto de 1984. Todavía nadie sabía que tres de ellos formarían parte, ocho años después, de lo que se conocería como “Dream Team”. Pasarían por el torneo como una aplanadora que promediaría 32.1 puntos de margen sobre sus rivales. Etchamendi, el técnico uruguayo, propondría jugar siete contra cinco “para equilibrar fuerzas”. Tras dos partidos, en los que superaron a China por 97-49 y a Canadá por 89-68, los norteamericanos enfrentarían a Uruguay. Pese a que había liderado a su equipo con 14 y 20 puntos respectivamente, nadie auguraba que Michael Jordan – el número 9 – sería algún día considerado el mejor jugador de la historia del básquetbol y un ícono global que trascendería al deporte.
Pelota al aire
Para Uruguay, el tercer juego tenía una tónica diferente a la de los dos duelos durísimos ante equipos europeos en el arranque del torneo. Pese a que Estados Unidos era representado por una selección de jugadores universitarios, su potencial era infinitamente superior al del resto de los equipos. Faltaban algunos años para que la evolución del deporte a nivel mundial hiciera que eso cambiara para siempre y las estrellas de la NBA empezaran a jugar en los torneos FIBA.
La participación celeste había comenzado con un gran triunfo frente a Francia (91-87), quinto en el Eurobasket 1983 y Bronce en el Preolímpico 1984 y una derrota contra España (90-107), vice campeón europeo en 1983 y Plata en el Preolímpico 1984. “Tato” López había liderado el ataque uruguayo en el primer partido con 30 puntos, mientras que “Fefo” Ruiz había mostrado su puntería en el segundo con 29.
El 1º de agosto de 1984, los hijos del “Básquet Folk” salían al Forum de Inglewood para enfrentar al local. De acuerdo a la planilla, en el estadio de los Lakers había 12.799 espectadores que equivalían a un Cilindro lleno. Con el arbitraje de Radoslav Petrovic, de Yugoslavia y Felipe Medardo, de Filipinas; Estados Unidos saltaba al parqué con Steve Alford, Vern Fleming, Michael Jordan, Sam Perkins y Patrick Ewing; Uruguay con el quinteto que se recitaba de memoria: Carlos Peinado, Wilfredo Ruiz, Horacio López, Hebert Núñez y Luis Larrosa.
Nadie en la delegación uruguaya tenía idea de quiénes eran aquellos jugadores universitarios, seguramente muy buenos. Eran épocas en las que no era fácil conseguir información sobre los rivales, por lo que cada partido implicaba un descubrimiento mutuo. “Cuando jugamos contra Estados Unidos no sabíamos ni quiénes eran”, dijo el base suplente Horacio “Gato” Perdomo en testimonio que recoge el periodista Jorge Señorans en su libro Pequeñas historias del básquetbol uruguayo (Ediciones B, 2019).
Hay una leyenda que ha sido repetida en innumerables notas por varios de aquellos jugadores uruguayos, y es que tras la charla final de Etchamendi empezaron a mirar a los rivales para repartirse las marcas. Siempre se dijo que Ruiz dijo que él iría con la marca del 9, uno flaquito que debía ser el más flojo de ellos. Sin embargo, al ver el partido se puede comprobar que “Fefo” tomó la marca de Steve Alford y “Tato” fue el encargado de defender a Michael Jordan, el número 9. En el registro del partido que hay disponible en YouTube, se puede escuchar al relator Keith Jackson y al comentarista –destacado entrenador universitario- Digger Phelps hablar de que Uruguay era un equipo muy agresivo que había cometido muchas faltas contra España y seguramente iba a querer imponer esa presencia física contra Estados Unidos. En el arranque, momento que describe “Tato” en su libro autobiográfico La vereda del destino (Aguilar, 2006), el “Peje” Larrosa le gana el salto a Michael Jordan por medio brazo.
Phelps, histórico entrenador de la universidad de Notre Dame entre 1971 y 1991, regala algunos elogios a nuestros dos principales jugadores. De López, quien se marca mutuamente con Jordan, dice que es “un buen jugador” cuando engaña a su marcador con uno de sus clásicos amagues por la línea de fondo; de Ruiz dice que es “un jugador muy inteligente” y un buen tirador desde las esquinas. Se refiere a Uruguay como "un equipo rápido que vino aquí a jugar al básquetbol". Los primeros minutos encuentran a la selección uruguaya compitiendo de igual a igual, López y Jordan se causan problemas mutuamente y el tanteador marca un 11-9 a favor de los locales que hace que Phelps repita enfáticamente que Uruguay había ido a jugar al básquetbol. Un detalle jocoso es que el relator y el comentarista hacen mención a que el partido tenía a dos de los entrenadores más volátiles del mundo, Ramón Etchamendi y Bobby Knight.
Tras un doble de Wayman Tisdale, el tanteador quedaba 23-14 para Estados Unidos. Aquí se derriba otra de esas leyendas alrededor de este partido, la que dice –de boca de los propios jugadores- que Uruguay llegó a pasar en el tanteador (24-23 dicen “Tato” en su libro y “Fefo” en nota de Ovación de febrero de 2022, 23-22 dice el libro de Señorans) y obligó a Knight a pedir tiempo. Otra ráfaga de los locales colocaba el marcador en un 33-16 que elimina toda chance de que eso haya sucedido, lo que no quita que Uruguay haya jugado el partido compitiendo como era costumbre de aquellos jugadores, que nunca regalaban nada frente a ningún rival. Jordan, que había salido, vuelve a la cancha faltando 11 minutos para terminar el primer tiempo (todavía eran épocas de dos tiempos de 20 minutos y no cuatro cuartos de 10) pero no marca a López sino a Luis Pierri. “Tato”, que para una generación entera de uruguayos es Jordan, dejaba un destello de algo inusual para un jugador no NBA en aquel momento: una contundente hundida a dos manos en transición tras un pase de Hebert Núñez. El esfuerzo de los uruguayos se fue quedando corto ante una rotación larga de los locales, que se iban al descanso ganando 58-37.
En un momento del partido, Estados Unidos llegó a convertir quince tiros de campo de forma consecutiva, sobre todo corriendo la cancha de una manera que solo ellos podían hacer. Uruguay fue un rival duro, que cuidó fuerzas y entregó el partido cuando vio que ya no se podía hacer nada. El resultado final fue de 104-68, con Jordan liderando a Estados Unidos con 16 puntos y López a Uruguay con 24 (más 7 rebotes y 4 asistencias). También tuvieron buenas actuaciones Hebert Núñez (12 puntos, 7 rebotes y 2 robos) y Carlos Peinado (13 puntos y 5 asistencias).
El 9 de oro
Los Ángeles 1984 significó algo así como la presentación en sociedad de un Michael Jordan de 21 años. Pese a que ya había sido campeón universitario con North Carolina -con tiro ganador en el último segundo- y a que ya había hecho su primera presentación con su selección en los Panamericanos de Caracas en 1983, los Juegos Olímpicos significaban otra exposición ante los ojos del mundo.
Tras las primeras prácticas, Bobby Knight, el entrenador estadounidense, dijo que Jordan estaba sobrevalorado y que no tenía tiro. Luego de una gira de ocho partidos de exhibición contra los mejores jugadores de la NBA, “Magic” Johnson y Larry Bird incluidos, terminaría declarando: "Jordan es el mejor atleta, es uno de los mejores competidores, es uno de los jugadores más habilidosos y todo eso para mí lo hace el mejor jugador que yo haya visto jugar".
Aquellos JJOO mostraron a un jugador que llamaba la atención por su capacidad de salto, liderazgo y competitividad, aunque no se podía saber lo que iba a ser después. Terminó liderando a su equipo con 17.1 puntos por partido, seguido por Chris Mullin (otro que haría una gran carrera en la NBA y sería parte del Dream Team en Barcelona) con 11.6. Patrick Ewing (el tercer integrante del mejor equipo de todos los tiempos) sería el líder del torneo en tapas con 2.2 y Leon Wood (quien luego jugaría en la NBA y hasta hoy arbitra allí) encabezaría la estadística de asistencias con 7.9 por partido.
Contra Uruguay, Michael Jordan apenas jugó 19 minutos en los que mostró una chispa diferente. Físicamente, no había cómo pararlo por su capacidad de salto y velocidad en los contragolpes. En ese lapso de tiempo, impactó en ambos costados de la cancha. Además de sus 16 puntos (7-15 en tiros de campo y 2-2 en tiros libres), bajó 4 rebotes defensivos, dio 3 asistencias en transiciones rapidísimas y robó 3 pelotas. Los puntos altos del partido fueron las cuatro hundidas espectaculares de quien muy poco tiempo después empezaría a ser conocido como “Air” Jordan, aunque también mostró un buen lanzamiento de media distancia. El mundo empezaba a conocer a la leyenda.
De lo nuestro, lo mejor
Talentoso, versátil, completo y demostrando que el primer nivel mundial era su lugar. Así fueron los Juegos Olímpicos de Horacio López, algo así como “nuestro Jordan”. Con apenas 23 años, dos más que el 9 de Estados Unidos, “Tato” jugó un torneo que lo hubiera puesto en la órbita de la NBA de haber estado las puertas abiertas de la mejor liga del mundo para los jugadores extranjeros. Por promedios, basta ver sus 24.9 puntos, 7.6 rebotes, 5.6 asistencias y 1.6 robos por partido para dares cuenta de que lo que hizo fue inolvidable. “Tato” marcó bien a Jordan aquel día. Dice en La vereda del destino: "Controlándole su veloz primer paso hacia el cesto me las estaba arreglando demasiado bien. En determinado momento del partido salió Jordan y entró Chris Mullin, un tirador de otra galaxia. Cada vez que Mullin salía de un bloqueo, disparaba frente a mi cara y al yo darme vuelta a mirar el rebote, la red me saludaba abriéndose armónicamente. Por suerte, al rato volvió Jordan".
También, como contó en su libro, aprovechó cada conferencia de prensa para marcar la situación política que vivía Uruguay. También se paseó por la Villa Olímpica con una remera que decía “No USA soldiers in Nicaragua”, la que luego de ser escoltado por la seguridad entendió que era mejor no usar si quería seguir participando de los Juegos. Tras el partido contra Estados Unidos, aquel jugador uruguayo que llamaba la atención de los propios norteamericanos por su juego, declaraba en la conferencia de prensa -tras ser consultado por el partido-: "Todavía tenemos mucho camino para recorrer hacia la democracia, es necesario que se sepa todo lo que está pasando en nuestro país, hay que liberar a todos los presos políticos, desproscribir a todos los partidos políticos".
Tras perder el quinto puesto contra Italia, partido en el que hizo 39 puntos y 11 rebotes, habló por teléfono con su padre y este le contó que el Frente Amplio ya no era un partido proscripto. En la conferencia de prensa le preguntaron si le gustaría jugar en Italia, y él respondió que era un día muy feliz para él y para todos los uruguayos porque el partido de la izquierda uruguaya estaba trabajando legalmente otra vez luego de una década. A su vez, le llegaron las planillas oficiales que le decían que había sido -con 199 puntos- el máximo anotador de los JJOO, como antes habían sido Adesio Lombardo –dos veces- y Óscar Moglia. Por si fuera poco, era cuarto en la tabla de rebotes, cuarto en asistencias y quinto en robos, todo en 37 minutos por partido. No podía salir ni a respirar.
Ya en aquel entonces, soñaba con que Uruguay se integrara al “Planeta Básquet” y dejara el “Básquet Folk”, aunque aún no se le hubiera ocurrido el término. Y lo intentó con todas las fuerzas con un básquetbol plenamente apto para la élite y una cabeza pensante igual de singular, que lo hicieron un jugador hasta hoy irrepetible por estas tierras.
Futuro imperfecto y perfecto
Todas las historias tienen un después, que a veces importa. En el caso de la selección uruguaya de básquetbol que alcanzó el sexto puesto en Los Ángeles 1984, no sería muy halagador. Luis Eduardo Larrosa se lesionaría en el Sudamericano de 1985, Horacio López –ya jugando en Italia, la mejor liga del mundo FIBA con mucha diferencia- no tendría un buen mundial en España 1986 y Wilfredo Ruiz ni siquiera estaría en el equipo por una insólita suspensión por ¡99 años! que recaía sobre él por haber sido considerado “apátrida” por la Federación Uruguaya de Básquetbol.
Las carencias a nivel dirigencial y organizacional eran muchas y aquella generación que se veía con potencial de incluso pelear una medalla de bronce en Seúl 1988 no se volvería a juntar. Con su núcleo en plenitud, toda hacía suponer que cuatro años después se podía ratificar lo hecho en Los Ángeles. Sin embargo, pese a que el Preolímpico de 1988 se jugó en Montevideo, Uruguay no contó ni con “Tato” López ni con “Fefo” Ruiz. Aun así, el equipo celeste se quedó en las puertas de la clasificación a Seúl, perdiendo el tercer cupo con Canadá en el último partido con un Cilindro repleto. La de Los Ángeles 1984 sigue siendo la última participación olímpica del básquetbol uruguayo.
En cuanto a Michael Jordan, quien el 19 de junio de aquel 1984 había sido elegido con el número 3 del Draft de la NBA por los Chicago Bulls, el futuro fue mucho mejor. El 26 de octubre de ese mismo año debutó en la NBA con 16 puntos –la misma cantidad que anotó frente a Uruguay- y ese mismo día firmó su primer contrato con Nike. El resto es historia.