La definición de la lucha por la permanencia en Primera División tuvo un cierre no apto para cardíacos, que se vivió en el estadio Palermo, en el Cerro y en la ciudad de Melo, con gritos alocados y otros ahogados con las pantallas de por medio.
En el Ubilla ya se había cerrado la derrota 2-1 de Progreso ante Cerro largo, mientras que Miramar Misiones aseguró el empate sin goles ante Defensor Sporting de local; solo quedaba acción en Olímpico, un duelo clave para saber qué podía pasar.
A esa altura se transitaba tiempo de adición y el empate 1-1 que se estaba registrando hacía que Rampla Juniors descendiera, mientras que Cebritas y Gauchos se quedaran en primera.
Pero lo inesperado pasó a los 90+8’, cuando Esteban Guerra pitó un muy polémico penal a favor de los rojiverdes que fue como un baldazo de agua fría en los otros escenarios.
La gran mayoría de los jugadores de Miramar se agolparon en el banco de suplentes a mirar en una tablet lo que pasaba con esa pena máxima. Algo similar sucedió en tierras arachanas.
Algunos se tomaban la cabeza y otros simplemente miraban al cielo a la espera de buenas noticias. Los hinchas, muchos de ellos desesperados, estaban con lágrimas, tensión, y la necesidad de saber qué estaba pasando en el momento culmine.
En el Olímpico, Guerra fue llamado por el VAR para revisar su decisión y eso hizo ilusionar a varios con la posibilidad de que fuera anulado, mientras los jugadores ramplenses, como locos, protestaban por lo que estaba sucediendo, al punto que Diego Arismendi vio la roja (doble amarilla) que lo dejó fuera del cotejo.
Revisión concluida y con la confirmación de la pena máxima, otra vez a sufrir en Melo y el Parque Batlle, con un remate que, de concretarse, salvaría a Rampla y marcaría un desempate por la permanencia entre Progreso y Miramar a dos partidos.
El argentino Tomás Adoryan acomodó la pelota, mientras Mauro Silvera, guardameta bohemio, protestaba con gestos ampulosos por un pitazo que entendía no debió suceder.
El volante se acomodó mientras un gran silencio recorría las tribunas en tres escenarios distintos del país con la tensión de lo que estaba en juego. Fuerte y al medio fue la decisión para el tiro a los 90+15’, pero el cuidapalos decidió quedarse parado, poner las manos a la altura de su pecho y con eso logró repeler la pelota que sostuvo el 1-1.
Eso encendió a los jugadores e hinchas de los equipos involucrados en otros feudos y cuyos duelos habían concluido hace varios minutos, festejando casi como un gol propio la posibilidad desperdiciada.
Un par de minutos de adición más y el Picapiedra insistió, tuvo un par de ocasiones favorables para llegar al segundo, pero no se concretó y la caída del telón selló el empate que condenó el descenso del equipo local.
Hubo abrazos, llanto emocionado, besos al escudo, entrega de camisetas y algarabía entre los simpatizantes del Gaucho y los Cebritas, que sufrieron muchísimo una definición de locos.
En tanto, en el Cerro, se cerró una tarde —que tuvo de todo— con tristeza, congoja y algún pequeño altercado entre parciales y jugadores, que llegó a incluir la intervención de la policía para apaciguar.
“Fue un enorme sufrimiento para el que uno no está preparado”, dijo al finalizar Carlos Canobbio, entrenador de Progreso en VTV tras confirmarse la salvación de su equipo. Es cierto, fue un final no apto para cardíacos.