Por The New York Times | John Branch
PEKÍN — Simone Biles no competirá en las Olimpiadas de Invierno en Pekín, pero su espíritu estará ahí, en la mente de muchos de los mejores atletas.
Para sus seguidores, Biles es una de las mejores gimnastas de la historia, pero para otros atletas olímpicos, incluso los que compiten en los deportes de invierno, Biles es una fuente de inspiración de otro tipo.
Ella les dio voz a los sentimientos compartidos: las dudas, las preocupaciones y las presiones. Al hablar de manera abierta sobre la salud mental, junto con otras estrellas del deporte, como la tenista Naomi Osaka, Biles les dio el permiso tácito de ser vulnerables. Les recordó a sus seguidores, amigos y familiares que incluso los mejores atletas del mundo tienen temores y sentimientos.
“Lo que Simone Biles hizo fue tan importante y el mensaje fue tan poderoso para todos nosotros, que nos dimos cuenta de que es válido no estar bien”, comentó Anna Gasser, medallista de oro en surf de nieve en su tercera aparición en Juegos Olímpicos.
“Me dio la sensación de que fue como un punto de inflexión”, añadió Gasser. “El mensaje de Simone Biles fue que no solo somos deportistas, sino que también somos seres humanos y no robots”.
Este mensaje de Biles tuvo resonancia en Pekín cuando los atletas estaban haciéndole frente a la pandemia y a la incertidumbre que crean las pruebas del coronavirus. El lunes, el patinador artístico estadounidense Vincent Zhou tuvo que retirarse de los Juegos Olímpicos de Invierno después de dar positivo; publicó esta noticia en las redes sociales en un emotivo video de cinco minutos desde la habitación de su hotel en el que se le ve tratando de contener las lágrimas.
“He tomado todas las precauciones que puedo”, señaló. “Me he aislado tanto que en ocasiones me ha doblegado la soledad que he sentido en este último par de meses”.
Fue en las Olimpiadas de Tokio en agosto pasado cuando, por decisión propia, Biles se retiró de las competencias. Realizó un mal salto de caballo, sintió que no tenía las condiciones mentales adecuadas y se retiró de la final por equipos.
Sus seguidores, al estar acostumbrados a verla sonriendo y ganando, como si su razón de existir fuera entretener e impresionar, se sorprendieron mucho. Desde luego que hubo señales, ninguna más impactante que la de las propias palabras de Biles cerca de una semana antes de las Olimpiadas cuando le dijo a The New York Times que lo más feliz de su carrera era “creo que cuando tengo vacaciones”.
Algunas personas la criticaron por desistir, otras la elogiaron por su honestidad.
Ahora, están aquí las Olimpiadas de Invierno. Y Biles es un ejemplo para quienes están a punto de competir, no por ser infalible, sino por ser humana.
Uno por uno, y más que nunca antes, los atletas olímpicos están dejando ver su lado vulnerable. Afirman que es un cambio saludable para los competidores que pasan la mayor parte de cuatro años trabajando en un encierro relativo y a quienes luego se les pide que sean perfectos cuando llega el momento de competir en las Olimpiadas.
“Me pude ver reflejada en Simone porque, incluso al estar a seis meses de ese momento, ya estaba sintiendo la presión y la tensión”, comentó la esquiadora Jamie Anderson, quien ha ganado dos veces la medalla de oro en esquí acrobático y está clasificada para participar en Pekín. “Y últimamente la vida ha sido tan extraña que es difícil tener el control de casi cualquier cosa”.
El estrés se ve agravado por la pandemia del coronavirus. Al igual que en Tokio el verano pasado, los atletas de Pekín no pueden estar acompañados de familiares ni de amigos debido a los estrictos protocolos que impiden viajar a China, donde no se admiten aficionados extranjeros.
Eso sencillamente ha aumentado más la presión. Anderson, una californiana de 31 años que transmite una sensación de calma y serenidad, nos contó que la presión de sus primeras Olimpiadas, en 2014, le provocó estragos físicos.
“Terminé sin cabello en toda una zona de la cabeza, como una calvicie, y solo tenía 22 años”, comentó.
Anderson siguió adelante y ganó el oro; luego volvió a hacerlo en 2018. Reconoció lo que Biles ya sabía: que las expectativas aumentan con cada triunfo.
“Para todos nosotros se puede acabar el éxito, sobre todo al defender el título”, señaló Anderson. “Como que todo mundo tiene sus esperanzas puestas en ti. Todos dicen: ‘¡Tráenos el oro!’ Pero, bueno, ¿la plata no es tan buena? ¿Ni el bronce? Es una enorme presión psicológica”.
No solo los campeones que defienden su título están bajo esa presión. Faye Gulini, de 29 años, ha sido una de las mejores surfistas de nieve a campo traviesa del mundo en la última década, pero su deporte, en el que los atletas descienden en grupo una cuesta, dan grandes saltos y dan vuelta en curvas muy cerradas, es tanto peligroso como impredecible.
“Puedo estar entre las tres primeras del mundo durante diez años y a nadie le importa, a menos de que gane una medalla de oro en las Olimpiadas”, aseveró. “Y no debería importarme, pero sí me importa. Quiero tener ese metal. Quiero algo que diga que hice muchos sacrificios y que trabajé muy duro por mucho tiempo, ¿ves? Quiero algo a lo cual aferrarme cuando todo esto se acabe”.
Para los deportistas como Gulini, la presión no es solo para ganar. Va más allá del metal. El verano pasado, comenzó a ver a un psicólogo deportivo por primera vez.
“Sentía como si fuera a vomitar”, explicó Gulini. “Sentía esa culpa de ¿qué no preparé para tal o cual momento? Y era como si ya casi no pudiera controlarla. Sentía una presión y una ansiedad constantes. Y la gente me preguntaba: ‘¿Es tu cuarta Olimpiada?’ o: ‘¿Vas a ganar?’ No es tan fácil. Y cada vez cuesta más trabajo”. “Lo difícil es la familia, la que gastó sus ahorros de toda la vida, la que ha dedicado todo para que triunfes y solo porque lo desean para ti”, comentó Gulini. “Lo que es difícil es decepcionarla, decepcionar a tu equipo, a tus compañeros”.
“Creo que mi deporte es un deporte menospreciado y, si no nos va bien, no llegará el dinero que se destina para que se desarrolle a nivel juvenil, y en algún momento nuestro deporte podría desaparecer. No solo son mis resultados, se trata de mi equipo. Si no le demostramos al mundo que lo que hacemos es genial, entonces nadie va a querer hacerlo”.
Es la presión típica que sienten los deportistas, ya sea de ellos mismos o de otras personas. Si hay un atleta olímpico capaz de sentir lo que implica ser Biles —ser considerado el mejor de todos los tiempos y cargar el peso de las expectativas de los desconocidos que dan por hecho que cualquier cosa menos que el oro es un fracaso— es el surfista de nieve Shaun White.
White, quien ahora tiene 35 años y participa en su quinta Olimpiada, ha ganado tres medallas olímpicas de oro en medio tubo y durante toda una generación fue la imagen de su deporte.
“No la conozco muy bien”, comentó White, refiriéndose a Biles. “Pero si crees que hay toda esta presión del mundo exterior, la que tú mismo te pones es del doble o del triple”.
White comentó que Biles “estuvo asombrosa”, sobre todo porque tenía un tipo de presión diferente a la que él sentía, hasta por el retraso de un año de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 y por el hecho de que casi siempre los gimnastas tienen una sola oportunidad en una rutina, mientras que los surfistas de nieve por lo general tienen dos o tres.
“Me gustó mucho ver cómo reaccionó la gente, como otro atleta de un campo diferente”, mencionó White. “Y en verdad es increíble ver la manera en la que manifestó abiertamente cómo se estaba sintiendo e hizo que el mundo lo aceptara”. La corredora de esquí alpino estadounidense Alice Merryweather dejó de participar en la temporada 2020-21 por estar padeciendo un trastorno de la alimentación. En septiembre, había ido a un campamento de entrenamiento y le disgustaban mucho los ejercicios y el tiempo que pasaba en la montaña; se preguntaba dónde había quedado su amor por el esquí. Un médico le diagnosticó anorexia.
“Yo seguía esforzándome y diciéndome: ‘Esto debería gustarte mucho, ¿qué te pasa?’. Solo trato de ser la mejor deportista que pueda”, explicó.
Merryweather nos contó que empezó a hablar abiertamente con sus amigos y compañeros de equipo. Casi todos conocían a alguien que había pasado por algo parecido. “Entonces pensé: ¿por qué no hablamos más al respecto? No estoy sola en esto”, comentó.
El verano pasado volvió a esquiar y su amor por el deporte se renovó. Iba a participar en las Olimpiadas cuando, al estar entrenando en septiembre, tuvo un accidente y sufrió una lesión grave en la pierna. La rehabilitación podría tardar 18 meses o más, lo que significa que no participará en los Juegos Olímpicos de Pekín ni en la temporada del próximo año.
Merryweather está dispuesta a hablar sobre su vulnerabilidad con cualquier persona que quiera escucharla.
“Después de lidiar con el trastorno alimentario y conocer la oscuridad que puedo experimentar cuando no me presto atención y no escucho lo que en realidad necesito, temo lo que pueda hacerme a mí misma”, señaló. “Me da miedo resbalar y tener una recaída en el trastorno de alimentación. Tengo miedo de no priorizar y de no encontrar pequeñas alegrías y pasiones aquí y allá y de que eso vuelva a hacer que caiga en una espiral. Eso es algo que me da temor cada día que pasa”.
No obstante, se consuela sabiendo que su historia y su disposición a hablar de ella podría ayudar a otras personas. También agradece poder ser una de las atletas olímpicas que se expresan, que se sinceran y que hacen que sus amigos, compañeros de equipo y desconocidos hablen de cosas que les incomodan, en gran medida como lo hizo Biles el verano pasado.
Merryweather mencionó que los aficionados casi siempre ven a los atletas olímpicos como artistas, como deportistas que tienen la suerte de hacer lo que hacen y a los cuales no les afectan las presiones, ni las evidentes ni las no evidentes.
“Incluso durante mucho tiempo pensé que esto es con lo que me comprometí, así que tengo que poder manejarlo”, nos dijo Merryweather. “No fue sino hasta que en verdad tuve problemas cuando me di cuenta de que, bueno, tengo que cuidarme en serio. Soy un ser humano, no puedo ser solo una atleta”. El estadounidense Nick Goepper después de ganar la medalla de plata en esquí acrobático varonil, en Pieonchang, Corea del Sur, el 18 de febrero de 2018. (Doug Mills/The New York Times) Jamie Anderson, en el podio, tras ganar la medalla de oro en esquí acrobático femenil en las Olimpiadas de Invierno, en Pieonchang, Corea del Sur, el 12 de febrero de 2018. (Bedel Saget/The New York Times)
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