Adriano, el exfutbolista brasileño de 42 años que se retiró a los 34 en el Miami United de la Major League Soccer estadounidense, escribió una sentida carta desde su favela natal en la página The Players Tribune, un espacio en el que los deportistas suelen manifestarse con los sentimientos a flor de piel, alejados de las entrevistas convencionales.

“¿Sabes lo que se siente al ser una promesa? Yo lo sé. Inclusive una promesa no cumplida. El mayor desperdicio del fútbol: yo. Me gusta esa palabra, desperdicio. No sólo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Estoy bien así, en un desperdicio frenético. Disfruto de este estigma”, fueron las primeras palabras del Emperador.

“Pero nunca até a una mujer a un árbol, como dicen. No consumo drogas, como intentan demostrar. No me gusta el crimen, pero, podría haberlo hecho. No me gustan las discotecas. Siempre voy al mismo lugar en mi barrio, el quiosco de Naná. Si quieres encontrarme, pasá por ahí”, agregó desde Vila Cruzeiro, la favela de Río de Janeiro en la que nació.

“Bebo cada dos días, sí. Y los otros días también. ¿Cómo llega una persona como yo al punto de beber casi todos los días? No me gusta dar explicaciones a los demás. Pero aquí hay una. Bebo porque no es fácil ser una promesa que queda en deuda. Y a mi edad es aún peor”, agregó, y recordó su periplo europeo, el desarraigo, la presión y la depresión, como la primera Navidad alejado de su familia y llorando en soledad con una botella de vodka en la mano.

“Me guste o no, necesitaba la libertad. Ya no podía soportarlo más, siempre que salía en Italia tenía que estar atento a las cámaras, a quienquiera que se me acercara, ya fuera un reportero, un estafador turbio, un estafador o cualquier otro hijo de puta”, rememoró, y contó cuando se escapó de Italia para esconderse en su favela. Nadie lo encontró porque “la primera regla de la favela es mantener la boca cerrada”.

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“Cuando estoy aquí, nadie de fuera sabe lo que estoy haciendo. Ese era su problema. No entendieron por qué fui a la favela. No fue por la bebida, ni por las mujeres, mucho menos por las drogas. Fue por la libertad. Fue porque quería la paz. Quería vivir. Quería volver a ser humano. Sólo un poquito. Esa es la maldita verdad”, expresó.

Recordó a su padre, un hombre respetado en esa favela y luchador contra el alcoholismo de los niños porque, según contó Adriano, “perdió a su padre por el alcohol”. “La muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. Es algo que no pude superar, hasta hoy”, reconoció.

Vila Cruzeiro “es un lugar realmente peligroso”, donde “la vida es dura”. “La gente sufre. Muchos amigos tienen que seguir otros caminos. Mira a tu alrededor y lo entenderás. Si me paro a contar todas las personas que conozco que han fallecido violentamente, estaremos aquí hablando días y días…. Que nuestro padre celestial los bendiga. Puedes preguntarle a cualquiera aquí. Los que tienen la oportunidad acaban yendo a vivir a otro lugar”, reconoció.

“La gente decía muchas tonterías porque todos estaban avergonzados. ‘Vaya, Adriano dejó de ganar siete millones de euros. ¿Renunció a todo por esta mierda?’ Eso es lo que más escuché. Pero no saben por qué lo hice. Lo hice porque no me encontraba bien. Necesitaba mi espacio para hacer lo que quería hacer”, reconoció.

“Lo ves ahora por ti mismo. ¿Hay algún problema con la forma en que pasamos el rato aquí? No. Lamento decepcionarte. Pero lo único que busco en Vila Cruzeiro es paz. Aquí camino descalzo y sin camisa, solo con pantalones cortos. Juego dominó, me siento en la vereda, recuerdo historias de mi infancia, escucho música, bailo con mis amigos y duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones”, agregó.

“¿Qué más querría? Ni siquiera traigo mujeres aquí. Mucho menos me meto con chicas que son de mi comunidad. Porque sólo quiero estar en paz y recordar mi esencia. Por eso sigo volviendo aquí. Aquí soy verdaderamente respetado. Aquí está mi historia. Aquí aprendí qué es comunidad. Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo. Vila Cruzeiro es mi lugar”, concluyó.