Por Andrés Cottini
A_Cottini
Llegar a los Juegos Olímpicos marca ese sueño por el que luchan todos los deportistas y del cual los periodistas no son ajenos, tratando de decir presente, agudizando el ingenio para poder contar las historias de aquellos protagonistas que defienden la bandera de cada país.
Desde el 2000 que estoy vinculado a la cobertura de todos los deportes y mi gran meta de siempre fue llegar a la cita olímpica. Con intentonas frustradas en Atenas 2004 y Beijing 2008, por fin me llegó la chance ansiada y fue en Londres, allá por el año 2012.
Con el pasaje emitido un día antes de la salida y quedándome en la casa de un uruguayo que me recibió en la capital inglesa, llegué a la máxima cita del deporte mundial. Acostumbrado a otra realidad, Londres se erguía como un desafío imponente y para eso me puse la meta de estar presente en donde estuviera un uruguayo en competencia. A excepción del fútbol, ya que volvía a estas justas, e iba a tener la máxima cobertura desde el vamos. Fue el mandato que me marqué.
En el primer día, luego de acomodarme y conocer el sillón que iba a hacer las veces de cama, decidí mandarme a la Villa Olímpica, para allí sí, juntarme con los deportistas y comenzar mi tarea periodística.
Luego de pasar los controles propios de un evento de esta magnitud, ingresé a ese complejo de edificios espectacular, para rápidamente encontrar a dos compatriotas: el judoca Juan Romero y Leandro Vaz, su entrenador. Ellos fueron mi guía y compañía en ese día, donde terminamos todos merendando en el cuarto de uno de ellos, mirando el debut de Uruguay en fútbol, luego de cruzarnos con Usain Bolt, que se alojaba un piso más arriba.
Este pequeño introito lleva indefectiblemente a ese momento que quería recordar al escribir estas líneas, ocho años después de aquel momento.
Cuando a Juan Romero le tocó competir en judo, coincidió con el viaje de la selección uruguaya de fútbol que jugaba en Escocia, por lo que la masa de periodistas celestes -poco habitual en su cantidad- partió rumbo a Glasgow. Yo, en cambio, decidí mantenerme en mi lineamiento inicial y opté por seguir a Romero.
En un fastuoso gimnasio, llegué para cubrir la actuación del celeste y me encontré solo, acompañando su labor y vibrando en una pelea que lo enfrentó a quien a la postre fuera campeón olímpico. También pasó con el remo, donde Rodolfo Collazo y Emiliano Dumestre compitieron con el aliento de algunos dirigentes y allegados.
Algo similar sucedió en la regata en que Alejandro Foglia hizo historia y se metió en la "medal race" de la clase Láser. La sede de las competencias náuticas quedaba en Weymouth, a unas dos horas de tren de Londres, y al ser en la mañana, había que salir muy temprano para realizar la cobertura.
En plena madrugada y con el sol todavía ausente, salí en tren rumbo a mi destino, con la compañía de Juan Carlos Scelza y el camarógrafo de Tenfield, únicos medios que se sumaron a vivir el que a la postre sería un día clave para nuestro deporte. Cuando llegamos, había un ómnibus que te trasladaba a la sede, el cual abordamos para llegar en tiempo y forma a la competencia.
Enterados de la buena regata de Foglia, que lo clasificó a la "medal race" (regata para los diez mejores), esperamos su retorno, que se dio minutos más tarde. Pero "Jano" aún no tenía claro si había logrado el objetivo y así fue como, en el agua y desde el barco, para sorpresa de todos los presentes, me gritó: "Andrés ¿entré?". Y yo con una sonrisa le contesté que sí, para que inmediatamente el sacará una bandera y comenzara a gritar: "¡Uruguay nomá!".
Los periodistas de otros países allí presentes me preguntaban si había ganado medalla, a lo cual les respondía que no, que se había metido en la "medal" y que iba a pelear por el diploma olímpico (hasta el octavo puesto), algo que en definitiva terminó consiguiendo. No entendían nada. Pensarían: ¿festeja por eso?
Pero nosotros sabíamos el valor de lo que había alcanzado y, cuando bajó del barco, un abrazo bastó para saber que cualquier esfuerzo que hubiese realizado para llegar a los Juegos Olímpicos estaba pago con ese momento. Ese grito, ese instante, bastó para entender los ideales que pregona esta cita y saber que era un privilegiado de vivirlo en carne propia.
Foglia siempre fue un tipo bonachón, referente de nuestro deporte hasta el día que se retiró y que tiene en sus espaldas nada más, ni nada menos, que el prestigio de haber representado a Uruguay en cuatro Juegos Olímpicos, gesta que solo igualaron Milton Wynants (ciclismo) y Andrés Silva (atletismo) en toda nuestra historia.
Obviamente, cuando corrió la "medal", donde finalizó segundo tras una épica labor, estabamos todos: periodistas, dirigentes, allegados. Pero para mí, lo mejor había pasado dos días antes con aquel abrazo que nos dimos. Lindo haberlo vivido para poderlo contar.
Por Andrés Cottini
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