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Contenido creado por Paula Barquet
Obsesiones y otros cuentos
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Yamandú Orsi no tiene motivos para enfrentarse cuerpo a cuerpo con sus rivales

No debatir ni ser audaz puede ser una buena elección táctica mientras las encuestas lo muestren muy solo en la delantera.

Por Miguel Arregui
[email protected]

16.08.2024 12:01

Lectura: 5'

2024-08-16T12:01:00-03:00
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En el invierno de 1994 las encuestas mostraban una clara ventaja en la carrera presidencial del colorado Julio Sanguinetti sobre sus rivales blancos y de izquierda. Aspiraba a un segundo mandato, después del gobierno del blanco Luis A. Lacalle Herrera, según la exigencia constitucional de esperar cinco años para ser reelegido.

Sanguinetti había resuelto no enfrentar directamente a sus rivales salvo que se dieran dos situaciones casi antitéticas: o bien por creer en riesgo su clara ventaja inicial, o bien si se sentía capaz de alcanzar una primacía abrumadora que le facilitara negociar una mayoría parlamentaria.

Pero en la primavera de 1994 sus rivales (Alberto Volonté y Juan Andrés Ramírez del gobernante Partido Nacional, y Tabaré Vázquez del ascendente Frente Amplio) se habían acercado tanto que Sanguinetti se sintió obligado al enfrentamiento directo. El 8 de noviembre mantuvo con Vázquez un debate televisado muy duro y tenso, en el que el expresidente jugó bien a la derecha, no para conseguir votos frenteamplistas sino con intenciones de robar al Partido Nacional un decisivo puñado de votos conservadores.

El 27 de noviembre Sanguinetti se convirtió en el primer uruguayo en ser reelecto como presidente de la República por el voto directo de la ciudadanía (el también colorado José Batlle y Ordóñez lo había hecho ya en 1911, pero entonces el presidente se elegía en forma indirecta: por la Asamblea General. Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, lo lograría después, en 2014, también por voto directo).

A Sanguinetti, a quien acompañó Hugo Batalla, no le sobró nada. El resultado fue muy ajustado, con los votantes divididos en tres tercios casi iguales: 32,2% para el Partido Colorado, 31,2% para el Partido Nacional y 30,6% para el Encuentro Progresista (Frente Amplio).

¿Sanguinetti realmente ganó por aquel debate televisado de alto rating y duros conceptos? Pudo ser así, o bien pudo ser una interpretación ex post facto: como quien analiza los partidos de fútbol del domingo con el diario del lunes sobre la mesa.

El efecto de los debates presidenciales en televisión suele ser pequeño y harto dudoso, desde aquella vez primera en 1960 cuando el demócrata John F. Kennedy, joven, rico y héroe de guerra, presuntamente venció a Richard M. Nixon con su cara de galleta. Entonces y ahora pueden ser decisivos no por lo que se diga sino por asuntos laterales, como cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, debió renunciar a la carrera por la reelección tras lucir despistado en un debate en junio con su rival republicando Donald Trump.

En realidad, los debates presidenciales no son realmente debates sino más bien momentos de manipulación mediática: oportunidades destacadas para que los candidatos se apoderen de la atención y la utilicen en su provecho.

Así, el genio nacional mostró un formidable destello en la noche del 14 de noviembre de 1980, después de una larguísima abstinencia, cuando el colorado Enrique Tarigo y el blanco Eduardo Pons Etcheverry sacudieron al coronel Néstor Bolentini y a Enrique Viana Reyes, un colaborador civil del régimen dictatorial, quienes defendían en Canal 4 el proyecto de Constitución que se plebiscitaría dos semanas después.

¿Ese fantástico debate contribuyó a la derrota de la dictadura en las urnas por 58% a 42%? Es probable que sí, más que nada porque fue un relámpago inesperado en medio de la noche más negra: la refutación ante el gran público por primera vez en siete años de la voz monopólica y monocorde del régimen.

Pues bien: ahora, 30 años después de aquella opción de Julio Sanguinetti, el frenteamplista Yamandú Orsi intenta transitar un camino de prescindencia y autosuficiencia similar. Las encuestas le dan una clara ventaja; más por demérito de sus rivales, enredados en escándalos, dudas y experimentos, que por mérito propio. Mantenerse un poco al margen puede ser una buena elección táctica, salvo que las encuestas indiquen que sus rivales de la coalición gobernante se acercan peligrosamente.

Es cierto que ahora la ley obliga a realizar al menos un debate trasmitido por cadena nacional de radio y televisión en caso de balotaje. Pero es muy probable que solo sea decisivo si las ventajas/desventajas son milimétricas.

Los candidatos están jugando bien al centro, en el entendido de que buena parte del electorado no desea cambios sustanciales sino retoques puntuales en asuntos como seguridad pública o el rendimiento de su bolsillo (que, por otra parte, son los temas que más preocupan a casi todos los ciudadanos del mundo).

Orsi entonces no destaca por la agudeza de su discurso y propuestas, sino por su ambigüedad. Ni tanto ni tan poco, parece decir, como decía mi abuelita. Pero esa insoportable levedad, parafraseando aquella magnífica novela de Milan Kundera; ese deseo manifiesto de eludir choques frontales, junto a su aspecto amigable, pueden ser valores decisivos para un segmento crucial de la ciudadanía.

Faltan más de 70 días para las elecciones presidenciales y parlamentarias uruguayas, un camino largo y sinuoso, con charcos de lágrimas, como en aquella vieja canción. Habrá que ver qué tiempo nos depara la primavera, cuán aburridos son nuestros candidatos y cuánta presión son capaces de tolerar.

Por Miguel Arregui
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