Siempre he tenido una forma barroca de vivir. No sé bien cuando el ‘siempre’ comenzó, pero siento que la memoria no puede llegar tan lejos como para intentar recuperar la posible fecha de inicio de la filosofía de vida con la palabra ‘abundancia’ como sinónimo de ‘exceso’. Si leo un libro, debo leer dos. No bajo de cinco por semana. Si voy a un asado, no me quedo sin comer al menos tres chorizos con su correspondiente chimichurri. A veces la felicidad es par y otras impar. Con las empanadas, media docena es mi promedio y la expectativa, aunque me baje la de vida.
Si veo un partido de fútbol, debo ver no menos de tres al hilo un mismo sábado o domingo; mañana, tarde y noche, aunque un miércoles vi cinco, hasta uno de la liga tailandesa en la cual se jugaban el descenso. Estuvo buenísimo. Comer un plato de ravioles significa por los menos tres, no siempre en orden decreciente su contenido. El poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory tiene un poema fabuloso. Dice: “Si leo soy un león / Si río soy un río de risa / Si fumo me fumo hasta el humo”. Es tal cual. Si vivo, tengo que hacerlo a pleno para saber que estoy de veras vivo. Cuando como, cuando leo, cuando miro, cuando pienso, cuando, etc., y hasta las veces en que me enfermo.
Cuando salió el Covid (y digo salió porque parecía una novedad puesta recién a la venta), pensé que me quedaría sin conocerlo. Me sentía inmune a los virus. No recuerdo cuándo fue la última vez que me engripé. Sí, recuerdo, Aparicio Méndez todavía era presidente. En las redacciones de los diarios me ha ido bien, no sé si por talento y amor a la profesión, o bien porque nunca falto por enfermedad. Por lo tanto, soy valorado porque saben que pueden contar conmigo a la hora de no contagiar a nadie, sobre todo en días invernales en los que cada compañero, principalmente los que se sientan cerca, son enemigo potencial por portar alguno de los virus en boga en horas invernales.
En 40 años de enseñanza, no tengo ni una sola falta por enfermedad. En una universidad con un plantel de casi cinco mil profesores, fui parte del nueve por ciento que aceptó seguir enseñando en el aula, no por zoom. Sabía que mi cuerpo no iba dejarme varado. En octubre de 2020, 11 de los 16 estudiantes en clase se enfermaron de covid. Yo, como si nada. Rodeado de muerte y enfermedad, veía la realidad a mi alrededor como una película de la cual era espectador distante. Me enamoré de mi inmunidad. No conocí el confinamiento. En diciembre de 2020 casi me linchan en un supermercado por entrar sin tapabocas. A pesar del blindaje inmunológico, con la llegada de la vacuna fui de los primeros en recibirla: 01/03/21, por las dudas. Después, tres refuerzos: 29/03/21; 20/12/21; y 05/05/22. Mi fe en la ciencia y sus descubrimientos era absoluta.
La estantería se vino abajo en julio de 2022. Tras cinco semanas en Chile con un grupo de estudiantes, regresé agotadísimo. A la semana comenzó la debacle que no ha terminado. Para hacerla corta, desde entonces hasta la fecha he contraído cinco veces covid, ¡cinco!, la última, la semana pasada. Los médicos me dieron diferentes explicaciones. La que más me gusta es poética: mi ADN se confundió. Vaya, y yo que había pensado que a esta altura mi vida estaba librada de confusiones. El Fénix no baja, pero las defensas del cuerpo sí. ¿O será que entre 2016 y 2020 estuve en cuatro ocasiones cerca de Wuhan y el virus se metió en mi valija a la espera del momento menos pensado? Cualquiera haya sido el origen, supe finalmente lo que es pasar una Navidad con coronavirus. Perdón por la nostalgia, pero me gustaban más de las antes, ‘sin’. Si Papá Noel no regresa el año próximo, me sentiré culpable de haberlo contagiado con el virus coronado. No obstante, en algo me siento orgulloso, pionero. He sido uno de los primeros en contraer la versión poderosa de la nueva variedad JN1, la cual podría hacer estragos en el próximo invierno del Sur. Nunca en mi vida me había sentido peor, pero sobreviví. Aquí sigo. Algo es algo. Eso de que el cuerpo se acostumbra a los sufrimientos de una enfermedad ya padecida en reiteración es una vil mentira. Lo mismo que en esas sagas insalvables de ciertas películas de terror populares, también con el covid todas las partes son malas. Aunque en lo que a mí respecta, la quinta hasta ahora ha sido brutal.
En carta fechada en 1951, Ray Bradbury dijo que la ciencia ficción es “la única forma que queda en la que uno puede decir lo que realmente piensa del mundo sin que lo llamen comunista”. Entre entonces y hoy en día, el mundo ha cambiado, aunque no tanto como para que los miedos de aquella década de posguerra sean irreconociblemente diferentes. Si tuviera que decir lo que pienso de nuestro hoy ingenuo y deshumanizado, digo que lo que se viene aterroriza. La vacuna y sus refuerzos nos dieron una tregua, pero la madre de la bestia espera entre las sombras, y está preñada.
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]