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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Zona franca
Foto: Google Street View
OPINIÓN | Zona franca

Una pedrada en la cabeza a la entrada de un paraíso

El episodio ocurrió, aunque no formó parte de ninguna agenda informativa.

Por Fernando Butazzoni

31.01.2025 11:07

Lectura: 5'

2025-01-31T11:07:00-03:00
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El Jardín Botánico de Montevideo es una isla de frescura en estos días de enero. Espacio único en la ciudad por su ubicación y hermosura, casi siempre hay decenas de personas, acaso cientos, que descansan y pasan el rato en el Botánico. Familias con niños, señoras y señores con sus caniches, sillas plegables, un saxofonista a la gorra. Muchos llegan en sus vehículos particulares desde otros barrios, estacionan y luego ingresan y se acomodan en el pasto, toman mate, conversan. Otra forma de veranear, con entrada libre y gratuita. Es un punto de reunión lleno de verdor y tranquilidad, un discreto paraíso urbano.

Sin embargo, a unos metros de la entrada esta mujer debe lucharla cada día como si fuera el primero, o el último. Más bien flaca, tiene cincuenta años pero aparenta diez menos. Es ágil, se llama Silvana, tiene tres hijos. Trabajó en un sanatorio hasta que lo cerraron. Buscó salidas, pero el mundo se le vino abajo con la pandemia. Tocó sobrevivir. Ahí está Silvana ahora, de cuidacoches gracias a la buena disposición de un amigo que comparte el sitio con ella. Todos los días, a veces de mañana, a veces de tarde y en ocasiones de mañana y de tarde. Esa es la rutina.

Uno podría suponer que en esa zona la seguridad se encuentra más o menos reforzada. Aunque el presidente de la República ya no viva allí sino en Carrasco, al fin y al cabo el Botánico es vecino, pared por medio, de la residencia oficial. Sus muros son gruesos. Del lado de adentro hay miradores con guardias armados, los portones laterales están blindados con chapas pintadas de gris, y desde el exterior no se pueden observar los rosales que fotografiara Testoni con tanta delicadeza hace algunas décadas. Lástima grande. Eso es puertas adentro de la residencia presidencial.

Fuera, por 19 de Abril, la tranquilidad es engañosa. No se ve ningún dispositivo de seguridad. Los enormes plátanos que bordean la avenida dan una sombra reconfortante, pero a su vez ocultan bastante la visión de lo que sucede en la vereda. Y a eso se dedican Silvana y su compañero de fajina: a velar por los vehículos estacionados bajo esos plátanos. Al igual que el saxofonista que frasea a Miles Davies en uno de los senderos del Botánico, ellos trabajan a la gorra: propina va, propina viene, se la rebuscan para completar unos sueldos magros con los que pagar alquiler, comida y arañar fin de mes (una hazaña). Eso y poco más.

Hace un par de semanas encontré a Silvana con un apósito en la frente, hecho a todas luces por alguien profesional. “Fue un ave de paso”, dijo. Resulta que ese mismo día, a media mañana, un ladrón ocasional había intentado abrir uno de los automóviles allí estacionados para llevarse lo que pudiera manotear. Ella lo enfrentó con energía, le dijo que estaba cuidando esos coches, que era su trabajo, que no se metiera y que fuera a robar a otra parte. El “ave de paso”, un muchacho en realidad, se enfureció. Antes de que Silvana pudiera reaccionar, él tomó una piedra de buen tamaño y se la encajó justo en la frente. El proyectil golpeó dos o tres centímetros arriba del ojo izquierdo.

El escándalo fue importante: salió un guardia de seguridad del Jardín, salieron algunos paseantes atemorizados, al final salió el propietario del auto que iba a ser robado. El ladrón huyó hacia Lucas Obes, y mientras corría no cesaba de proferir amenazas. Silvana sangraba mucho, así que se tuvo que tomar un taxi (el del auto salvado se hizo el distraído) para ir a la emergencia del Círculo Católico. Le limpiaron la herida, tuvieron que suturar, venda, analgésicos, indicaciones de higiene y reposo. El médico que la atendió le dijo que esa pedrada, si iba un poco más abajo, le sacaba el ojo.

Unas horas más tarde Silvana regresó a su puesto. “No queda otra”. Chaleco naranja, muchos nervios y sobre todo, ganas de conversar con la gente. Espontánea y franca, me habló con mucha corrección y fluidez. Por eso conozco detalles no solo del ataque que sufrió, sino de un buen retazo de su vida actual. El episodio no formó parte de ninguna agenda informativa, ni salió en la tele, ni lo publicaron en las redes. Demasiado poco. Ni cámaras de televisión, ni Policía Científica, ni TikTok. Es como si no hubiera existido.

Sin embargo, creo que ese incidente de apariencia mínima nos retrata con trazos bastante precisos como grupo humano que vive en comunidad, pues eso somos. Solidarios y, a la vez, bastante despiadados y egoístas. La mano tendida para ayudar y al mismo tiempo la piedra lanzada para golpear una cabeza. No nos engañemos: somos la mano y la piedra, buenos cuidadores y aves rapaces. Todo eso somos.

A Silvana no le quise preguntar más, porque vi que estaba angustiada y hablaba sin parar. Lucy empezó a ponerse nerviosa. Ya subidos a nuestro auto, la mujer todavía tuvo tiempo para contarnos que su esposo se había enojado por su actitud arriesgada, y que ahora lo estaba esperando para hacer juntos el último tramo de la jornada, hasta las nueve de la noche, que es la hora de cierre del Botánico en verano. También nos dijo que necesita un trabajo en serio como tuvo toda su vida, que quiere trabajar, que ya pasó por mucho, que basta. Por un instante pareció a punto de quebrarse.

Y también dijo que no iba a hacer ninguna denuncia en la Policía. En su opinión no valía la pena el esfuerzo. Casi en un susurro, como desconsolada y débil, agregó que después de todo “por suerte fue solo una pedrada”. Enseguida cambió su actitud para volver a su personaje. Hizo un gesto con la mano y sin mirarme habló con energía: “Dale ahora que no viene nada”, dijo.

Por Fernando Butazzoni