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Contenido creado por Gonzalo Charquero
El columneador
Foto: EFE/EPA/ERIK S. LESSER
OPINIÓN | El Columneador

Un país futbolero que perdió la capacidad de análisis y pensamiento crítico

Un resultado deportivo adverso resalta el estado de impaciencia con que se viven los procesos de mejoramiento en el Uruguay actual.

Por Eduardo Espina
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12.07.2024 12:00

Lectura: 8'

2024-07-12T12:00:00-03:00
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Para los bebedores de whisky, uno de origen escocés de alta gama y añejado 18 años es una exquisitez que alma y espíritu aprecian enseguida. “Me tomé dieciocho whiskies seguidos. ¡Creo que es un récord!”, le dijo el gran poeta galés Dylan Thomas (su poema “Do not go gentle into that good night”, traducible como “No entres dócilmente en esa noche quieta”, debería ser lectura obligatoria de todos los adolescentes uruguayos) a su amante Liz Reitell, al terminar el último scotch en un pub neoyorkino. Al rato entró en coma. Murió horas después —en verdad la causante no fue solo el alcohol sino también el principio de neumonía que tenía—. 18 Whiskys fue una mítica revista de poesía argentina cuyo nombre homenajeaba a Thomas, de la cual solamente se publicaron dos números entre noviembre de 1990 y marzo de 1993. A los 18 años, un ser humano es considerado adulto. Ya puede comenzar a ver películas prohibidas para menores de 18. La cifra 18 es considerada ‘angelical”, siendo “símbolo de la conexión entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo divino, entre los planos materiales y espirituales; representa el equilibrio entre el amor y la compasión, la aceptación y la libertad”. En la quiniela, el 18 representa la “sangre”.

Dieciocho reuniones mantuvieron la Asociación Uruguaya de Fútbol con Marcelo Bielsa para convencerlo de que dirigiera a la selección uruguaya. El trabajo en ese aspecto del presidente de esa institución, Ignacio Alonso, puede considerarse notoriamente efectivo y no ha dejado de serlo. Ojalá, Bielsa se quedara al frente de la Celeste 18 años, o el doble, 36, los años que Dean Smith dirigió al equipo de básquetbol de la Universidad de North Carolina, convirtiéndose en leyenda y dejando en marcha un programa deportivo que es ejemplo de competitividad permanente a nivel mundial. Sin embargo, hay quienes ya pierden la calma —dudo que la hayan tenido— y ponen reparos a la labor del entrenador rosarino. La impaciencia debería ser el octavo pecado capital.

En un país en el cual interesa cada vez más la banalidad al cubo de la farándula argentina y en el cual abundan los comportamientos colectivos ciclotímicos y la falta de pensamiento crítico, a nadie debería extrañar que haya una peligrosa inflación de gansadas a la hora de comentar, sea un partido de fútbol o un debate político de ideas —no de fanatismos ideológicos— en un año electoral clave para el destino nacional. Es preocupante; para quien intenta pensar en serio lo es. La llamada ‘grieta’ está a la vuelta de la esquina. Viene en camino. A las pruebas me remito y en base a ellas emito mi opinión. Vean si no los comentarios que dejan lectores como ustedes, en todos los medios informativos sobre el asunto que sea, y comprobarán que ni siquiera a la hora de expresar una frase correcta completa, con buen uso de la conjugación de verbos, del vocabulario, y con articulación clara de ideas, los uruguayos están haciendo bien la tarea. Resulta poco menos que lamentable que para intercambiar ideas políticas contrarias se siga recurriendo a la paupérrima jerga del ‘foca’ o ‘rosado’ para descalificar al oponente. Qué paso atrás, por favor. Dónde estamos.

Uruguay, nacido al mundo libre para ser sucedáneo de Suiza, Singapur o de Irlanda, jamás imitación del tercermundismo latinoamericano con sus violencias ancestrales y su folclórico socialismo siglo XXI capaz de arruinar países con generaciones enteras, dejó hace rato de ser el país de José Enrique Rodó, de Julio Herrera y Reissig, y de tantos iluminados nacidos en algunos de nuestros barrios, para los cuales pensar, en la escala de importancia, está antes que opinar. Por consiguiente, si no nos ponemos de acuerdo (incluso en el desacuerdo) para pensar fuera de los manidos moldes ideológicos y los lugares comunes asociados al comportamiento político de aldea en vías de subdesarrollo, vamos camino a la ruina generalizada. Ni siquiera de fútbol podremos hablar con propiedad y credibilidad. Será todo a lo que salga y como a algunos se les ocurra. Terminaremos siendo la republiqueta que bajo el nombre Uruguay aparecía representada en la película Maratón de la muerte (1976, la vi en el Cine Metro), en la cual (cita) “la noticia de la muerte de su hermano llega al propio Szell (Laurence Olivier), que se esconde en una guarida de la selva uruguaya”.

Resulta el colmo, por decir poco (la derrota ante los colombianos me afectó anímicamente más de lo que tenía planeado), que haya unos cuantos que no quiero contar porque parecen ser muchos, que cuestionan el trabajo del entrenador y hasta de quienes lo contrataron, e incluso el de los jugadores. Hace más de 10 años que estoy tratando de terminar un largo libro sobre fútbol (ya casi) y conozco el tema a fondo. Creo conocerlo muy bien (he leído prácticamente todos los libros escritos sobre dicho deporte), y por eso sufro tanto al ver a las leyes invisibles de ese peculiar deporte entrar en acción a escondidas, sabiendo de antemano que nada podrá cambiar el resultado cuando la suerte está echada y uno lo presiente mucho antes de terminar el primer tiempo. Y el otro día, tras la lesión del gran Rodrigo uruguayo, mediocampista fenomenal, la fortuna empezó a ser grela. Hay un libro notable sobre el tema, Luck: What It Means and Why It Matters Hardcover (2012), de Ed Smith, aun no traducido al español, que explica con clarividencia de investigador privado los secretos mecanismos del azar y de la suerte (no sinónimos) aplicados al fútbol. ¿Por qué Alex Ferguson siempre ganaba y a Harry Redknapp le costaba un montón, aunque sus equipos dominaran a los de Ferguson?

El miércoles contra Colombia, en North Carolina, tierra del gran Dean Smith (no el del libro, el del equipo de básquetbol cuya camiseta es también celeste), cualquier persona con riguroso conocimiento de causa podrá haberse dado cuenta, prestando atención a los detalles técnicos, tácticos y estratégicos que ni el replay ni el VAR evidenciaron (tampoco es esa su misión), que Marcelo Alberto Bielsa Caldera hizo un planteamiento minucioso del partido. Uruguay dominaba los desplazamientos del balón y el control territorial en zonas claves, incluso con la presencia de algunos futbolistas donde uno menos lo esperaba, habiendo creado cuatro oportunidades de gol, clarísimas las cuatro, desperdiciadas por Núñez, cuyo rendimiento a la hora de anotar es de pésimo para abajo. ¿Es un problema técnico, que lo es, o un problema psicológico que también puede serlo, pues ya falla demasiado, sea con la camiseta roja de Liverpool, o con la celeste de la selección uruguaya? En la “dinámica de lo impensado”, el éxito comienza con la pelota entrando al arco contrario.

En el segundo tiempo faltó claridad y aplomo, algo esencial que uno esperaría de futbolistas repartidos en varias de las mejores ligas del mundo. Tampoco hubo ni una pisada o entrada al área con pelota dominada. Por el contrario, desesperación y descontrol. ¿Quién se robó el dribling del fútbol uruguayo? No hubo ni uno solo en la proximidad del arco. Hacía tiempo que al entrenador no se le veía una cara de tanta preocupación. También él, con todo lo que sabe, algo debe haber aprendido. Dicen que los grandes cirujanos aprenden con los pacientes que se le mueren en el quirófano. Esta vez no murió nadie, pero la derrota debe servir para instrumentar, con lo aprendido, una resurrección lo más rápida posible. En momentos proclives al desastre, la ansiedad y el apuro son la peor compañía. Que la lección, de aquí en más, quede clara.

Como digo y repito, además del serio fracaso en serie de Núñez, cuya puntería desmejora, vino luego la lesión de Rodrigo Bentancur, el jugador de mayor clase de esta selección, el único que demostró que puede jugar bien en territorio comanche (fue extraordinario su labor en la altura agobiante de La Paz, cuando Bolivia nos goleó, condenando la continuidad de Óscar Washington Tabárez). Con semejante panorama a la baja, con la fortuna, como diría Smith, luciendo la camiseta del equipo contrario, con tres titulares (Ronald Araújo, Nahitan Nández y Matías Viña) ausentes, con otra estrella lesionada durante el partido, y con el único verdugo en cancha que tiene el seleccionado errándole al blanco una y otra vez, ¿cómo se puede ganar? Así, imposible. Por otra parte, quienes entraron para cambiar el destino del match demostraron gran inefectividad. Los buenos de veras son menos de lo que algunos creían. En octubre de 2010, conversando en el complejo celeste, Tabárez me dijo algo que me quedó grabado: “No se olvide que somos tres millones y que no es fácil encontrar jugadores con excelencia para la alta competitividad internacional”.

Uruguay se está convirtiendo en un país en el que la liviandad de juicio, aunada a la devaluación del pensamiento crítico y la perdida de rigor a la hora de debatir ideas con objetividad, ha fomentado la peligrosa tendencia que podríamos denominar “opinología” o “cualquerismo”. Cualquiera puede decir cualquier cosa, dicha además muy mal, sin conocimiento básico de gramática elemental, y todo sigue como si nada: como si en el camino al abismo no se cobrara peaje. Los comentarios colectivos irracionales ante el resultado de un partido de fútbol y de un proceso deportivo ejemplar, que apenas comienza, demuestran que las cosas en la realidad quizá están peor de lo que habíamos imaginado.

Por Eduardo Espina
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