La realidad suele presentar hechos sorpresivos que alteran no solo el ánimo sino todo lo planificado para la semana. En este caso, cuando estaba por enviar la columna para este espacio, recibo la misma noticia por diferentes fuentes: “El viejo Pepe tiene cáncer”.
Luego vino la conferencia de prensa con la confirmación de la mala nueva. Con sus mismas palabras y singular verborragia, el Pepe dijo: “Necesito informarles que el viernes pasado concurrí al Casmu a hacerme un chequeo. Resultado del cual se descubrió que tengo un tumor en el esófago (…) esta vez me parece que vengo con la guadaña en ristre. Veremos lo que pasa”.
Mientras lo escuchaba se rompió el dique interior de recuerdos y vivencias compartidas: desde 52 años atrás se derramaron en el presente cuando andábamos a monte buscados y perseguidos por nuestra condición de guerrilleros, rodeados de incertidumbres y de conversaciones con los altos mandos de las Fuerzas Armadas, en un intento muy discutido, pero necesario, para salvar de la tortura y de la muerte la mayor cantidad de compañeros posible y, en suma, para preservar a la organización.
Mientras el Pepe decía: “Yo les quiero transmitir que, en mi vida, más de una vez anduvo la parca rondando el catre”, recordé a su madre pasándonos los informes del Hospital Militar sobre el estado grave de Pepe como consecuencia de los balazos recibidos en el vientre al momento de su captura.
Y cuando afirmó: “Mientras tanto, mientras pueda, yo voy a seguir militando con mis compañeros, fiel a mi manera de pensar”, las largas y heladas madrugadas de julio del ’72 retornaron vívidas otra vez y volví a mis 21 años cuando lo escuchaba relatar la pobreza que había encontrado en la China de Mao y la enorme burocracia en la Unión Soviética. Sin embargo, la necesidad de luchar por una sociedad mejor y aprender de los errores propios y ajenos se convertía en un imperativo y mantenía la esperanza. Con elementos objetivos y con la franqueza que siempre lo caracterizó, el Viejo Pepe no tenía empacho en acudir a la crítica fundada y al razonamiento despojado de prejuicios. Tal como ahora, cuando nos dice: “Siempre he sido un terrón con patas y amo a la tierra. Y mientras el rollo aguante, voy a estar”.
La tierra, la misma tierra que me mostró hace años, allá por 2009, cuando invitó a varios integrantes de la cultura al Quincho de Varela para conversar. De pronto, en medio de micrófonos y cámaras de televisión, me tomó del brazo y me llevó campo afuera. Recuerdo la luna creciente iluminado las chacras y el Viejo Pepe contándome el proyecto de una escuela agraria que pensaba poner frente a su casa. Soñaba despierto con brindar posibilidades a los gurises de la zona y de más allá, porque el conocimiento es una herramienta esencial para cualquier desempeño. Seis años más tarde, luego de muchos trámites y dificultades, festejamos el logro con unas pizzas a la salida de la Feria del Libro junto a otros ex rehenes que tanto han aportado desde la administración y la ciencia.
Y así como don Quijote sostiene que “entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia”, él sostiene que es el desagradecimiento: “(…) Agradecido a la merced que aquí se me ha hecho (…), ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha”; el Pepe, por su parte, caballero andante que montó bicicletas, motos y tractores, en su peculiar manera de hablar, nos dice:
“Quiero sí agradecerles y, además, transmitirles a las pibas y pibes de este país, a los jóvenes, que la vida es hermosa, que se gasta y se va (…). Triunfar en la vida es volver a empezar cada vez que uno cae. Y si hay bronca, que la transformen en esperanza.”
Remata sus palabras pidiendo a los jóvenes que luchen por el amor y que no se dejen ganar por el odio. Les advierte, además, que en caso de que los atrape la droga, no se queden solos. Jamás. La salvación siempre radica en la lucha y la libertad se sostiene desde una decisión interior que se derramará en cada acto, en cada gesto.
Culminó la conferencia y con ella la memoria se tornó remanso, contenido de tantas batallas y derrotas, de tantos errores y de aciertos que parecen mojones al costado de un largo camino, de una historia individual y colectiva plena de las singularidades y características excepcionales que retratan a un luchador incansable llamado José Mujica Cordano.
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