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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Obsesiones y otros cuentos
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Tranquilos: tenemos la mediocridad asegurada para toda la eternidad

No aumentará mucho el poder de compra de los trabajadores mientras no se asuma que un país pequeño debe tener una economía abierta.

Por Miguel Arregui
[email protected]

31.05.2024 13:17

Lectura: 5'

2024-05-31T13:17:00-03:00
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Del otro lado de la línea, en Santana do Livramento o Chui, una lata de cerveza, un rollo de papel higiénico, un litro de nafta o un dentífrico le costará entre 40% y 65% de su valor en Uruguay. Sobre los precios en Argentina, históricamente sometidos a oscilaciones histéricas, mejor no hablar.

Los precios en Uruguay son significativamente más caros que en el promedio de 43 economías, desarrolladas y emergentes, según estudios realizados para el Banco Central divulgados este año. Las mayores diferencias se hallan en productos importados de higiene y limpieza (jabones, dentífricos, champús, etc.), café, frutas y verduras, artículos de informática, refrigeradores o electrónica (computadoras, teléfonos).

¿Por qué?

En primer lugar, porque Uruguay es una economía relativamente cerrada, pese a su pequeñez, lo que favorece la formación de monopolios, oligopolios o abusos de posición dominante. Unos pocos grandes distribuidores o vendedores de ciertas líneas de productos fijan precios e imponen condiciones.

El mercado de la cerveza, básicamente controlado por la multinacional AmBev (FNC, dueña de las marcas Pilsen, Patricia y Norteña entre otras), es arquetípico. Pero hay muchos más casos y menos evidentes (papeles, laboratorios, lácteos, farmacias, supermercados, aceites comestibles).

Un par de medidas comunicadas en las últimas semanas devuelven unas pocas esperanzas.

El gobierno negó a la multinacional de origen brasileño Minerva, que tiene tres frigoríficos en Uruguay, la compra de las tres plantas de Marfrig, que la dejarían dueña de casi la mitad del mercado local. En realidad, se trata de un negocio mucho más amplio, por unos 1.500 millones de dólares, que comprende la oferta de compra de 16 plantas en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile.

Fue una decisión comprometida, porque Uruguay es apenas un pequeño eslabón de una cadena que le queda muy grande. Brasil es por lejos el principal exportador mundial de carne vacuna, y de calidad creciente.

Tal vez, solo tal vez, los frigoríficos uruguayos deban seguir compitiendo un poco por la compra de vacunos. Desde el fondo de la historia, los acuerdos de precios entre los saladeros y luego entre los frigoríficos han sido una cruz para los productores rurales.

El mismo día también se anunció la prohibición de comprar Pagnifique al grupo mexicano Bimbo, pues lo dejaría dueño del 70% del mercado de panes industrializados.

Otra razón fundamental para que Uruguay sea caro es que el Mercosur no existe, pese a todo el palabrerío de las últimas tres décadas. El tratado de integración de 1991 se viola desde su primer artículo, que obliga a “la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países” y “la eliminación de los derechos aduaneros” y otras restricciones, además de la “coordinación de políticas macroeconómicas” (no es una broma), como la política exterior, la moneda, el mercado de cambios y muchas otras.

Si alguna vez cruzó una frontera en la Unión Europea recordará que a nadie le importa lo que lleve o traiga. Es un auténtico mercado común, mientras en las fronteras del Mercosur se siguen revisando baúles y bolsos.

Como si fuera poco, hay una serie de monopolios que vienen dados del resto del mundo, y con los que Uruguay no puede, desde Google a Microsoft.

Y luego está el sobrecosto perpetuo de las empresas públicas monopólicas, particularmente Ancap, que aseguran precios desmesurados para bienes vulgares y altos costos de producción, desde la industria al agro.

Uruguay ha caído en la trampa de los precios internos altos, por la reducida o nula competencia; y en la condena a los salarios bajos, que no subirán mucho debido a la baja productividad.

La reducida inversión, la pobre tasa de crecimiento de la economía uruguaya a largo plazo (1,3% promedio en la década y 2,2% en los últimos 60 años) y el conformismo general aseguran que permaneceremos en la mediocridad. Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea y da por bueno el orden universal, al decir de José Martí.

El principal candidato oficialista a la Presidencia de la República propone, sin ponerse colorado, que nos llevará a ser un país desarrollado; y la oposición promete más de lo mismo. La competencia política al fin parece reducirse a un torneo por colocar amigos y militantes en puestos públicos. Mientras tanto, los jóvenes más preparados se siguen yendo.

No hay ninguna esperanza de que los precios internos se reduzcan, y que el ingreso de los trabajadores aumente a grandes zancadas, mientras no se asuma que un país pequeño debe tener una economía abierta, integrada al mundo. En otras palabras: un país pequeño debe especializarse en producir ciertas cosas, hacerlas muy bien, exportarlas en grandes cantidades, e importar barato todo lo demás, desde vehículos a computadoras, para mayor prosperidad de sus ciudadanos.

Por Miguel Arregui
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