Diciembre tiene ese qué sé yo que lo caracteriza: el fin de los cursos y el comienzo de las vacaciones, el cambio de estación y cierta locura que imprime el advenimiento de las fiestas, los últimos trigales fabricando falsas olas con el viento hasta que la trilladora cambia el paisaje, las despedidas de fin de año y la nostalgia por los que no están.
En diciembre los recuerdos se agitan con mayor intensidad y el balance de los últimos 12 meses puede culminar en el repaso de toda una vida: existe el diciembre de mi niñez cuando todavía no se había importado a Papá Noel y solo los Reyes Magos causaban expectativas; el mes del pesebre y del árbol de navidad; el del carnet de la escuela y las primeras incursiones a la playa.
Está el diciembre de la adolescencia y del bachillerato con los bailes de fin de curso y el último disco de los Beatles; la alegría por el hecho de tener todas las vacaciones por delante y los primeros amores chispeantes.
Está el diciembre donde el río Uruguay nos aguardaba en el Club Remeros y en la playa Municipal: nadar y remar se convertía en un juego promisorio y echarse al sol, por momentos, parecía una comunión perfecta con el universo entero; más aún cuando el ser más importante del momento se echaba a tu lado, te saludaba y te preguntaba: ¿qué hacemos hoy?
Está el diciembre universitario con la locura por los exámenes junto a la conciencia de nuestra propia biología y el notable ciclo de Krebs; la acumulación de conocimientos se mezclaba con los conflictos políticos y con el tránsito que tornaba histérica a la ciudad. El diciembre de la lucha que no cesa; el diciembre enrejado; el diciembre repetido por más de una década, cuando no era posible brindar con nadie y solo quedaba abrazar nuestra propia sombra y conversar en silencio con los personajes que se escapaban de los libros.
Está el diciembre lejano de otra transición peculiar: de la dictadura a la democracia, del Goyo Álvarez a Julio María Sanguinetti y la incertidumbre permanente hasta el día de la liberación. El diciembre democrático cargado de miles de abrazos cosechados a lo largo de los meses mientras se aprendía a vivir en libertad y confirmaba que era posible volver a enamorarse y vivir en pareja tejiendo afectos, trabajos y proyectos, protegido por los sueños que siempre empujan por una sociedad mejor.
Está el diciembre compartido en el frío Boston y la navidad en París: el ensayo del coro de Notre Dame para la misa de Gallo y los avances tecnológicos como lo fueron —en los '90— el correo electrónico y poder conectarme remotamente a mi oficina como si estuviera allí.
Se juntan todos los diciembres en el rancho de Barriga Negra esperando el año nuevo con mi esposa para recibirlo en el momento justo que comienza el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven opacando, por unos instantes, el canto de los grillos y el piar del chotacabras.
Cada diciembre es único y distinto a la vez, se reúnen la esperanza de un año mejor con la añoranza por quienes solo pueden habitar nuestra memoria, los deseos de prosperidad con los fracasos concretos; sin embargo, desde el comienzo de los tiempos, determinados por los solsticios, morir y renacer se ha vuelto un ritual donde no se puede faltar, aunque cada uno adopte la forma singular de su circunstancia personal.
Este diciembre cierra una etapa de gobierno y un ciclo electoral.
Este diciembre está cargado de expectativas y de incertidumbres por igual, porque los fanatismos se aglutinan por todo el mundo, la ira se ha vuelto una forma de propaganda que se enquista en los discursos de ciertos políticos que, por ahora, solo saben insultar. Las guerras ya no perdonan niños ni mujeres ni refugios ni hospitales y las bombas se justifican porque, según dicen, allí se esconden terroristas.
Por fortuna —y dialéctica—, también existe el mundo de la madurez política, de la tolerancia y de la reflexión, el que procura la paz y el desarrollo, el diálogo y el intercambio.
Cada diciembre es un desafío: en doce meses sabremos si pudimos avanzar.
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]