Publicidad

Contenido creado por Paula Barquet
Bueyes perdidos y encontrados
OPINIÓN | Bueyes perdidos y encontrados

Qué culpa tienen las cianobacterias y nosotros de ser polvo de las estrellas

Observar los hechos con la perspectiva más amplia posible se vuelve un imperativo. De lo contrario, nos perderemos en el barullo diario.

Por Marcelo Estefanell

17.05.2024 12:05

Lectura: 4'

2024-05-17T12:05:00-03:00
Compartir en

Tal vez, la singularidad que nos caracteriza como individuos dificulta darnos cuenta del flujo histórico que contiene cada pueblo y cada cultura. Con gran facilidad solemos inclinarnos a creer que somos los mejores (como el Uruguay no hay) y, en consecuencia, no es infrecuente oír comentarios sobre la calidad democrática de nuestro país, o nuestro fútbol con sus galardones de antaño, o la excelencia de nuestras costas oceánicas; y no se nos ocurre pensar que en cualquiera de esos planos nos superan muchas naciones. También es frecuente que, en caso de reconocerlo, igual le busquemos la vuelta para marcar excepcionalidades, así sean tan ciertas como difusas.

En verdad, no somos nada originales al respecto. Desde que el hombre tiene memoria se cree único (en cierta medida lo es), hijo dilecto de los dioses, primero, y de un solo dios, después. Algunos, incluso, se consideran “el pueblo elegido”. Los agnósticos, en cambio, solo sabemos que compartimos una historia común con todo el universo. Al decir de Carl Sagan: “El nitrógeno presente en nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono en las tartas de manzana, todos fueron creados en el interior de estrellas que chocaron entre sí. Estamos hechos del material de las estrellas”.

Dicho de otra manera, somos el resultado de un largo proceso que tiene 13.800 millones de años, de los cuales nuestra especie apenas se ubica en las últimas siete milésimas partes de la edad total del universo conocido.

Somos muy singulares también porque el planeta que habitamos es único en sus propiedades y a ellas nos debemos. Con sus 4.543 millones de años, la tierra se caracteriza por sus permanentes cambios. Sin embargo, nos hacemos la ilusión de permanencia y nos volvemos propensos a aceptar las alarmas del clima, por ejemplo, como si fueran una novedad. Admitimos a ciegas titulares de la prensa como “La peor sequía de la historia”, o “Temperaturas récord desde la revolución industrial”, cuando basta con revisar los titulares de los diarios más importantes del mundo en los últimos 130 años para confirmar que reiteran, cada década, los mismos temas e idénticos anuncios catastróficos.

Nos enojamos fácilmente con las cianobacterias por las molestias que causan en el verano cuando, en realidad, tendríamos que ponderarlas, puesto que, gracias a ellas y a sus antepasados, aquella atmósfera primigenia y anaeróbica comenzó a oxigenarse y hoy estamos aquí.

Usted se preguntará a qué viene toda esta verborragia.

La respuesta es simple y compleja a la vez: simple porque creo que conviene observar los hechos con la perspectiva más amplia posible. Compleja porque los desafíos del presente se han vuelto cada vez más inasibles. En lo personal me cuesta comprender este renacimiento de la ultra derecha en todo el mundo. No puedo concebir que un pueblo se crea superior a otro por el color de piel (primacía blanca) o por su cultura, y, menos aún, por su opción religiosa. Cuando veía por televisión a la caterva de desaforados estadounidenses intentando tomar el Congreso para evitar la asunción de Biden, parecía estar viendo una mala película hollywoodense. Igual sucedió en Brasil con Bolsonaro y sus fanáticos con la intensión de impedir la normal investidura de Lula. No puedo aceptar que un tipo como Elon Musk pretenda influir sobre la Suprema Corte de Justicia de Brasil pidiendo la renuncia de su presidente y ningún dirigente mundial exprese el mínimo rechazo. Me cuesta comprender la irrupción de la inteligencia artificial con todos los cambios que ha causado (y más me cuesta imaginar los que vendrán). Me indigna ver el grado de explotación sobre los repartidores que, mediante una aplicación, tienen que esclavizarse para obtener un ingreso de 70 mil pesos a costa de 56 horas semanales. Me preocupa que una denuncia falsa del tenor que llevaron a cabo Romina Papasso y Paula Díaz convierta en miopes a muchos protagonistas y no subrayen la enorme gravedad que los hechos.

Por esto, cada vez estoy más convencido de que hay que enfrentar a los dogmas, a los fanáticos, a los sembradores de odios, a los propagadores de inquinas y a los mentirosos, acudiendo a la buena información, a la razón, a los argumentos meditados, a la reflexión permanente y, sobre todo, al pensamiento crítico. No hay otra.

Por Marcelo Estefanell