El naturalista inglés Charles Darwin viajó entre Maldonado y Minas en 1832 sin apenas ver personas (ni árboles). “El país es tan desolado que apenas cruzamos una única persona en todo un día de viaje”, escribió.
Las cosas han cambiado bastante en los últimos dos siglos. Los departamentos de la costa sur uruguaya, desde Colonia a Rocha, se llenaron de bosques implantados —acacias, pinos, eucaliptos— y reúnen a alrededor del 70% de la población del país.
En cierta forma Maldonado es la joya de la corona. En el último siglo su población creció casi 500%, porcentaje similar al de Canelones y superior al de Montevideo; mientras el centro del país se vació.
Punta del Este es el epicentro del consumo de lujo en la región del Plata, y de una inversión aparentemente inagotable en inmuebles y comercios en los 50 kilómetros que van desde Punta Ballena a José Ignacio.
El departamento de Maldonado es una suerte de El Dorado para la migración interna. Suele tener la tasa de actividad y de empleo más alta del país y uno de los índices de desempleo más bajo, y succiona recursos humanos.
Cada casa, apartamento o chacra es una microempresa que provee trabajo a jardineros, albañiles, limpiadoras, sanitarios, electricistas, cocineros, administrativos, funcionarios públicos y dependientes de toda clase de comercios. La venta de gastos comunes y otros servicios asociados es una de las principales exportaciones del país.
Los resultados del nuevo censo mostrarán seguramente la notable expansión de la mancha urbana en el arco que va desde La Capuera hasta José Ignacio, pasando por San Carlos, que reúne en invierno cerca de 200.000 personas y en enero a más de medio millón.
Cada año ingresan entre tres y cuatro millones de visitantes al territorio nacional, que gastan unos 2.000 millones de dólares. En proporción a sus habitantes, Uruguay es la principal potencia de turismo receptivo de la región, muy por encima de Brasil o Argentina. Montevideo recibe el mayor número de turistas, pero es Punta del Este quien recibe más dinero.
Durante casi un siglo, y más en las últimas décadas, la región de Punta del Este captó parte de la fuga de dinero de los argentinos ricos, temerosos de los gobiernos populistas o experimentales y de las recurrentes debacles económico-financieras.
Los argentinos poseen entre 30.000 y 40.000 propiedades en Maldonado, una parte sin declarar ante el fisco de su país. Muchas más propiedades de argentinos se dispersan por todo el territorio uruguayo, incluyendo grandes extensiones de campos.
Otra parte significativa del dinero invertido o gastado en la costa de Maldonado es de uruguayos, brasileños, paraguayos y de una legión variopinta de viajeros.
También hay recursos provenientes del narcotráfico y de otros negocios turbios, como se ha comprobado en algunas causas judiciales.
Ahora, a principios de enero, de nuevo la región de Punta del Este desborda de turistas. Están los ricos de siempre: argentinos, orientales, brasileños del sur, paraguayos, y un grupo pequeño pero significativo de estadounidenses y europeos. A ellos se agrega una porción colorida y muy activa de la clase media-alta de la región. Muchos optan por hacerse ver, en tanto otros adoran la discreción, la vida tranquila, las calles limpias y el verdor.
Es notoria la ausencia de la clase media argentina, que dejó de venir en 2017-2018, víctima de una nueva crisis económica y cambiaria. Pero ha sido suplantada en parte por la clase media-alta uruguaya, del interior y de Montevideo, con su habitual perfil bajo casi culposo, que notoriamente cuenta con dinero; y de nuevos inmigrantes argentinos, que ahora residen todo el año.
El límite de la región de Punta del Este parece ser la estricta periodicidad de la mayoría de las visitas. El arquitecto Rafael Viñoly (1944-2023), autor de obras emblemáticas como el nuevo aeropuerto de Carrasco o el puente circular de laguna Garzón —y de disparates como el proyecto Cipriani original—, dijo a Búsqueda en 2018: “Los políticos no tienen idea de lo que están haciendo” y “todo queda en manos de la iniciativa privada”. En “algún momento alguien se tiene que dar cuenta que esto ya es Miami, pero peor, porque en Miami al menos la gente se queda a vivir”.