Hacia 1900, Australia, Nueva Zelanda, Argentina y Uruguay, países de “nuevo asentamiento europeo” y proveedores de alimentos y materias primas, crecían a buen ritmo y estaban entre los de mayor ingreso per capita del mundo. Luego, desde la Gran Depresión, y más claramente desde la década de 1950, Argentina y Uruguay rodaron cuesta abajo en la tabla mundial. Fue el resultado del estatismo, la burocratización y una baja productividad combinada con mercados externos que se cerraban.
Australia y Nueva Zelanda también padecieron largos estancamientos después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), al modo de la antiguo metrópoli, Gran Bretaña, junto a la que combatieron y con la que formaron un espacio político y económico común.
En la década de 1970 Australia estaba enredada en una industria protegida, enfocada al mercado interno, de baja productividad y competitividad, alérgica a la innovación, con un ámbito laboral poco flexible. Tenía un buen nivel de ingreso relativo a nivel global, pero no despegaba: había caído en una especie de “trampa del ingreso medio”, con el mismo nivel de ingreso per capita (a valores comparables) que hoy tiene Uruguay (1).
El proceso de reformas australiano comenzó en 1973 cuando el gobierno del Partido Liberal redujo unilateralmente las tarifas de todas las importaciones. Pero fue recién en 1983, con el Partido Laborista (socialdemócrata) en el gobierno, y con el respaldo del Partido Liberal, en la oposición, que la apertura económica se profundizó de manera resuelta y sostenida.
La competencia internacional obligó a los productores australianos a ser más eficientes. Debieron bajar los sobrecostos en todos los frentes: laboral, infraestructura, transporte y energía.
Nueva Zelanda hizo su propio proceso de liberalización radical en la década de 1980, después de tres décadas de estancamiento, en línea con el pensamiento de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La reforma fue liderada por el Partido Laborista (centroizquierda), lo que redujo la fricción política.
El resultado, cuarenta años más tarde, es que Nueva Zelanda y sobre todo Australia están a la cabeza de los países con mayor prosperidad y calidad de vida.
Los procesos de reformas liberalizadoras en Argentina y Uruguay fueron mucho más traumáticos, discontinuos y menos eficaces. (La calidad de la política también importa, no sólo las diferencias estructurales). En ambos países la apertura económica se inició en dictaduras, en la década de 1970, y sufrió graves crisis.
En el caso uruguayo, tras la apertura democrática de 1985 la mayor parte del sistema político no cuestionó la libertad cambiaria impuesta en 1974 después de 43 años de controles; o la libre contratación de alquileres (1974) y de precios agropecuarios (1978), por ejemplo.
Un nuevo empuje liberalizador y rebaja arancelaria en el Mercosur se dio a partir de 1990. También se inició un programa de ajuste macroeconómico y control monetario que llevó la inflación a un dígito en 1998, después de casi medio siglo de inflación de dos y tres dígitos.
Los gobiernos de izquierda en Uruguay entre 2005 y 2020, de inspiración socialdemócrata, respetaron esos principios básicos, introdujeron sus propias reformas de carácter redistributivo, y respetaron y aprovecharon zonas de liberalización que antes había combatido (producción privada de energía eléctrica, producción de celulosa en zonas francas, sistema previsional mixto, precios de bienes de consumo libres, etc.).
Los cambios económicos en Argentina suelen ser más radicales y, a la vez, más efímeros y menos redituables: desde el dirigismo peronista en la segunda mitad de la década de 1940, hasta el reformismo liberal “ultra” de Javier Milei (o mero populismo de derechas), pasando por el intervencionismo y proteccionismo de los Kirchner y el largo estancamiento del siglo XXI.
Esas debacles seriales de Argentina han hecho que el muy modesto y moderado Uruguay, que solía seguirle el ritmo en el subibaja, la haya sobrepasado claramente en ingreso per capita y vitalidad económica general.
Pero la producción per capita de Nueva Zelanda y sobre todo de Australia multiplica por dos o por cuatro la de Argentina y Uruguay, según sea la forma de cálculo, una distancia sideral.
La creciente distancia de Argentina y Uruguay con sus “primos ricos”, Australia y Nueva Zelanda, se debe a múltiples causas, entre ellas los diferentes sellos coloniales, las instituciones creadas tras la independencia, los recursos naturales y ubicación geográfica, la actitud frente a la innovación tecnológica, la inserción internacional, y, como una síntesis, la gran diferencia de productividad (2).
(1) Ver el artículo “El modelo australiano”, del libro “La construcción de la esperanza”, de Ignacio Munyo, editorial Debate, 2023.
(2) “Primos ricos y empobrecidos”, compilación de Jorge Álvarez, Luis Bértola y Gabriel Porcile, editorial Fin de Siglo, 2007.
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