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Contenido creado por Paula Barquet
Obsesiones y otros cuentos
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Pese a las acechanzas, vivimos el período más próspero y pacífico de la historia

Las amenazas, más que las tecnologías que destruyen puestos de trabajo, parecen ser la superpoblación y los recursos naturales limitados.

Por Miguel Arregui
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19.07.2024 13:41

Lectura: 5'

2024-07-19T13:41:00-03:00
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Amazon, el coloso estadounidense del comercio electrónico, el año pasado facturó 7,5 veces el producto bruto de Uruguay. Su homólogo chino, Alibaba, aunque movió la mitad, crece más rápido. La facturación de Mercado Libre, el gigante de América Latina, equivale a 17% de la economía uruguaya pero solo entre 2022 y 2023 sus ventas crecieron 76%. Adivinen el futuro.

Amazon, Alibaba, Mercado Libre y otras por el estilo destruyen centenares de miles de puestos de trabajo en el comercio tradicional. A cambio dan vida a un nuevo tipo de empresas, modernas y flexibles, y multiplican empleos en la distribución.

Estos ejemplos refieren al cambio perpetuo y rápido, del mismo modo que el abuelo ordeñaba a mano bajo un árbol y ahora el nieto en el pueblo ve en su teléfono cuántos litros rindió la vaca Margarita.

Y esos ejemplos también están en la base de uno de los grandes debates contemporáneos: el impacto de la inteligencia artificial, la robotización y el fantasma del desempleo en masa.

Buena parte de la inversión en los países más avanzados, en los laboratorios y en la bolsa de valores, se canaliza hacia inteligencia artificial y robotización, ya sea para la paz como para la guerra. Favor, echar una mirada a cómo se combate en Ucrania.

Las tecnologías promueven nuevos empleos, un gran aumento de la productividad y bienestar material antes inimaginable. Como contrapartida, amenazan directamente una serie de labores tradicionales.

Un frondoso estudio del BID confeccionado por 40 expertos y publicado en 2017 alertó que hasta dos de cada tres empleos de América Latina están en riesgo por la robotización.

Muchos de los empleos burocráticos uruguayos —en el Estado central, sus empresas o las intendencias— también son fácilmente sustituibles por inteligencia artificial. Desde hace tres cuartos de siglo el sector público ha sido utilizado, en parte, como un seguro de paro encubierto. No durarán por siempre so pena de caer como rama podrida.

Madres solas, personas mayores expulsadas del antiguo sistema industrial, legiones de jóvenes recubiertos apenas por un barniz cultural, sin posibilidades ciertas de emprender por sí mismos u obtener un buen empleo, son proclives a la radicalización. Una combinación de desigualdad, miedo, resentimiento y esperanzas alienta fenómenos políticos extraños. Uruguay no está a salvo.

La cuna y la educación son los grandes generadores de pobres y ricos. La tasa de desempleo en Uruguay de quienes tienen estudios universitarios no llega a 2%, cuando entre los jóvenes de menor capacitación formal supera el 25%.

Políticos, sociólogos, economistas y otros sugieren alternativas: la creación de una renta básica universal, o un colchón mínimo; la creación de “jornales solidarios” o empleos temporales útiles y sencillos; que los robots paguen impuestos para financiar capacitaciones y seguridad social, como propuso Bill Gates, fundador del gigante tecnológico Microsoft y una de las personas más ricas del mundo.

Pero solo dar dinero a las personas no funciona: también sus vidas deben tener un sentido. Y eso es mucho más difícil de alcanzar.

Desde los tiempos augurales de la Revolución Industrial, la más creativa de las revoluciones que la Humanidad haya producido, los intelectuales se han dejado llevar por el tecno-pesimismo. Karl Marx auguraba un futuro cada vez más precario y siniestro o, a lo sumo, de inmovilidad; una profecía muy diferente a las sociedades mesocráticas que el capitalismo produjo.

Nunca ocurrió una crisis de desempleo general originada por la tecnología, explica Fernando Brum en su columna de la semana pasada en esta misma sección.

Hasta la cuestionada Amazon procura un equilibrio entre robots y empleos; y el temido y omnipresente Estado de la República Popular de China, que ejercita el más firme control social, se balancea entre la ciencia ficción y la realidad amortiguadora.

Entre 1980 y 2015, la producción manufacturera aumentó un 250% en Estados Unidos, mientras que la mano de obra de ese sector se contrajo un 40%, según un estudio de la Brookings Institution en Washington.

Sin embargo el desempleo abierto permaneció constante, en torno al 4%, salvo períodos críticos, como el que siguió a la “crisis de las hipotecas” de 2007-2008. Significa que, de un modo u otro, las personas que pierden sus empleos encuentran otros.

El ejemplo de Estados Unidos puede extenderse a casi todos los países del mundo.

En Uruguay en los últimos 50 años el desempleo promedió casi 10%, pese a los grandes cambios, como la caída del salario real en los ’70, la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral o el cierre de las industrias tradicionales en los años ’90. Hubo períodos de muy bajo desempleo, como 1970-1972, 1980-1981 o 2009-2017, aunque no fueron más allá que los factores circunstanciales que los crearon. También se registraron terremotos que dispararon el desempleo, como el shock petrolero de 1973-1974, la crisis de “la tablita” en 1982, la crisis regional de 2002 o la pandemia de covid-19 en 2020. Pero el péndulo siempre volvió al centro.

Sí ha cambiado sustancialmente la composición y calidad del empleo. En el largo plazo en Uruguay se han reducido las plazas en el sector primario, la construcción, la industria y el servicio doméstico, en tanto aumentaron en el turismo, el comercio, logística, energía, comunicaciones, los servicios en general y en los sistemas de salud y enseñanza.

Las máquinas sustituyen tareas pero desarrollan otras. La inteligencia artificial puede hacer el 90% de las labores de un call center, sin dudas; pero el 10% restante requiere de una creciente y bien entrenada inteligencia humana.

La Humanidad vive en una situación de flujo rápido. Pese a ello y a todas sus miserias y conflictos puntuales, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial transita la etapa más pacífica y próspera de su historia. La gran amenaza, más que las tecnologías, parecen ser la superpoblación y los recursos escasos.

Por Miguel Arregui
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