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Contenido creado por Paula Barquet
El columneador
OPINIÓN | El Columneador

Para desafinar por completo, la Conmebol pidió ayuda a Karol G y a Shakira

Culminando una histórica desorganización, la Confederación convocó al autotune y al playback.

Por Eduardo Espina
cadelices@yahoo.com

19.07.2024 13:51

Lectura: 6'

2024-07-19T13:51:00-03:00
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Hace mucho, quiero decir, muchísimo tiempo atrás, fui a almorzar con un matrimonio estadounidense de visita en Uruguay, ambos antropólogos, aunque podrían haber sido también antropófagos pues comían cualquier animal que se moviera. Entramos a una parrillada hoy felizmente extinta, ubicada a pocas cuadras del puente del río Santa Lucía, como quien va para el departamento de San José, pero no va por completo y se queda por ahí, donde el hambre lo atrapa.

Todo venía de perlas, más bien de achuras y chacinados, pues primero vinieron las morcillas dulces, las mollejas, después los chinchulines, los chotos, hasta que llegó el momento de los chorizos, uno de los cuales vino con sorpresa de piñata brutal. En esa jornada de muchas CH comestibles, padecimos una experiencia para la cual no he podido encontrar calificativos válidos. En uno de los embutidos, el que le tocó al huésped extranjero masculino, había dentro un tornillo. Un tornillo que debería haber estado en una puerta o ventana (el local tenía varias), y no rodeado de carne y grasa.

Cuando el hombre se lo sacó de la boca como quien se saca un chicle metálico, sentí pánico por las consecuencias que podría haber tenido para su cuerpo. ¡Se podría haber muerto de perforación intestinal! Era un tornillo cuya punta aguda era capaz de perforar una pared, mucho más un órgano humano. Ante mi estado de lividez, el cual me hizo perder el apetito en un santiamén, dejando intacto mi chorizo en el plato, el sorprendido comensal dijo: “¡Qué emocionante!” De ‘emocionante’ la horrenda situación no había tenido nada, pero el hombre dijo eso sorprendido, pues su conocimiento del español era básico. Cuando, tratando de ayudarlo con sus esfuerzos lingüísticos por convertirse algún día en bilingüe perfecto, lo corregí, le dije que ‘emocionante’ no era “la palabra correcta para describir lo sucedido”. Me quedó mirando, como agradecido conmigo, con el idioma, y con el chorizo atornillado, y respondió: “gracias, quiero mejorar mi español”.

Recordé la situación y al implicado —transcurrió el tiempo y nunca volví a saber de ellos, aunque cada vez que veo un tornillo los recuerdo— el domingo pasado, viendo el escenario desarrollado antes, en el medio, y luego de la final de la Copa América disputada en Miami, ciudad que no figura entre mis favoritas y cuyo nombre me parece oír cada vez que un niño dice: “esa es mi mami”. En la ‘materna’ Miami, el desastre fue total, porque el partido, más allá de la emoción evidente que genera un match con trofeo histórico en pugna, no estuvo a la altura técnica ni de la sofisticación de desarrollo de jugadas del que se disputó horas antes en Alemania, entre Inglaterra y España. El fútbol, para los amantes del mismo, puede sobrevivir por sí solo, como lo viene haciendo desde que los subcampeones europeos lo inventaron en el siglo XIX. El comportamiento humano, en cambio, no.

Las imágenes captadas a la entrada del Hard Rock Stadium parecían las de una película de terror de bajo presupuesto y mal guionada, no clase B como las del genial Roger Corman, sino X o Z, de esas que se hacen con dos pesos y por tales motivos las escenas se filman una sola vez. ¿Quién salva ahora a la imagen de los colombianos involucrados en una tardenoche para el olvido, aunque, cabe agregar, a la memoria le encanta recordar jornadas de emocionante patetismo y humor involuntario, en las que la originalidad de las circunstancias resulta evidente? ¿Quién la salvará? Seguramente la Conmebol, que rescata de la ignominia a todos, menos a los uruguayos. De eso no se habla, pues el poder relacionado a los organismos asociados a la FIFA es tan grande, que gente de armas tomar del tipo Vito Corleone queda enanizada a su lado. Debemos estar preparados para todo.

A decir verdad, el espectáculo del domingo de emocionante patetismo nada tuvo, y todo de alarmante. Tan malo, tan imborrablemente horrendo fue el resultado final, que los organizadores se equivocaron hasta en quiénes fueron convocados para entretener a la gente mediante el canto, si a lo que hicieron se puede llamar cantar. La intérprete conocida como Karol G fue un poco más que desastrosa cantando el himno de su país, errándole a las notas y entonando a la baja, con las casi nulas condiciones vocales que cree poseer, los momentos clave en que la música exigía gloria, y no mediocridad de figura acostumbrada a entretener con monótono farfullar y movimiento de caderas, no a emocionar en serio con el poderío de una cadencia indiscutida.

Si la cosa había empezado muy mal fuera de la cancha, tal como empezó y lo vimos, empeoró antes de que la sorda pelota comenzara a rodar. La colombiana de la inicial, cuyo pelo hace pensar en una pantera rosa decadente —en Miami todos, incluso Lucho Suárez cuando se pone la camiseta del club en el que juega, son ‘rosaditos’—, no puede cantar ni siquiera do-re-mi sin la ayuda cómplice del autotune, o de cualquier mecanismo de impostación. ¡Hora y media de retraso en el inicio del espectáculo!, ¿para esto? En el karaoke a la vuelta de casa he visto a oficinistas borrachas cantando mejor que Karol con K la primera canción que le ponen en la pantalla. La presencia de Abel Pintos dignificó en algo al tinglado barullento. En algo, digo, pues la amplificación era tan mala que hasta una voz privilegiada como la del argentino terminó sufriendo los efectos colaterales de la gran debacle dominical que vimos en conjunto, sintiendo vergüenza ajena.

Tras un primer tiempo que en la cancha pasó sin pena ni gloria, de la misma forma que pasa el tiempo un día de lluvia durante las vacaciones anuales de verano y uno se queda sin poder ir a la playa, vino lo más realmente triste, la peor derrota musical de Colombia en mucho tiempo: la constatación de que Shakira perdió el rumbo, que su ciclo de waka waka en el mapa de la estelaridad musical, tal cual sus recientes y previsibles grabaciones lo demuestran, se ha cumplido. En el entretiempo de una final de fútbol, en el preámbulo de la posdata, cantó como cisne lastimoso canta su final, recurriendo a la misma rutina de baile de siempre, a canciones que hace rato cumplieron su ciclo, e incluso al playback, tal cual lo hace Annette Warren, quien a los 102 años de edad es considerada “la cantante de playback más vieja del mundo”. La Conmebol debería empezar una radio de oldies y cambiar de rubro. Con Berch Rupenian de disc-jockey sería un golazo.

Así pues, si en nuestro continente hubiera justicia ética estética, la mencionada confederación debería abrirle un ‘expediente disciplinario’ a Carolina Giraldo Navarro, alias “Karol G”, y a Shakira Isabel Mebarak Ripoll, alias “Shakira”, y prohibir su entrada a los estadios de fútbol, no a Marcelo Bielsa, alias “Loco”, quien en conferencia de prensa dijo una verdad tan grande como una verdad. Sin desafinar ni recurrir al autotune, y cuando la dignidad más pedía que subieran el volumen.

Por Eduardo Espina
cadelices@yahoo.com