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Contenido creado por Paula Barquet
El columneador
Gastón Britos / FocoUy (archivo)
OPINIÓN | El Columneador

Para cuando la naturaleza haga desaparecer bajo las aguas a Pocitos y Punta Carretas

El aniversario de una catástrofe actualizó la noción de que nuestro planeta sufrirá cambios radicales.

Por Eduardo Espina
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03.01.2025 13:32

Lectura: 6'

2025-01-03T13:32:00-03:00
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Se cumplieron 20 años del tsunami que mató a 227.899 personas en 15 países y cuyas olas tuvieron 30 metros de altura. En la historia de la humanidad no hay muchas fechas con tantos muertos en una sola jornada. Las cifras, por impresionantes, dan una idea clara de la importancia del hecho. Hay quienes recuerdan qué estaban haciendo la tarde del 22 de noviembre de 1963 en la que en Dallas asesinaron a John F. Kennedy, o la noche del 8 de diciembre de 1980 en la que John Lennon fue baleado en la entrada de su apartamento en Nueva York, o el martes 11 de setiembre de 2001, cuando el mundo pensó que se acababa el mundo y que el primer capítulo de la destrucción había comenzado en Nueva York. El 26 de diciembre de 2004 yo estaba en un hotel de Filadelfia cuando vi las escenas del agua en movimiento, llevándose a su paso casas, autos y gente.

En principio no me di cuenta bien de lo que se trataba, en verdad, pensé que eran escenas de una película en la que habían usado de manera extraordinaria los efectos especiales. Pero los efectos reales de la realidad son superiores, pues cuando aparecen tienen un carácter sorpresivo arrollador. Similar sensación de asombro tuve siete años después, el 11 de marzo de 2011, al ver una escena similar, pero en Japón, día en el que un terremoto seguido de un tsunami dejó una cifra de 19.759 muertos y 2.553 desaparecidos. Las dos experiencias alucinantes con la naturaleza como imán de la curiosidad fueron casi una repetición de lo mismo con distintas geografías de fondo, salvo que la cifra de muertos en el primero fue mayor que en el segundo.

El tsunami de 2004 vino a consecuencia de un terremoto de magnitud 9,1 que se sintió primero en Indonesia, en la isla de Sumatra. Muchos no sabían dónde quedaba ni tampoco que a partir de ese momento se instaló en la comunidad científica el temor acompañado de certeza de que el planeta había cambiado para siempre y que además de los fenómenos geológicos que el planeta tiene guardados para activar en cualquier momento, están los desastres posibles derivados del calentamiento global debido a los combustibles fósiles y que incluyen la suba de las aguas de los océanos.

Piedras al canto. El primer titular de 2025 del diario chileno La Tercera decía: “Emiten nuevo aviso de marejadas anormales: fuertes oleajes se seguirán registrando entre Arica y el Golfo de Arauco”. Por consiguiente, la conmemoración del tsunami de 2004 no implica recordar algo único e irrepetible, sino mantener la consideración y la alerta sobre fenómenos similares que podrían ocurrir mucho antes de lo imaginado, con ciudades quedando inundadas por las aguas, las cuales ya no volverían a su cauce, sino que tomarían posesión de nuevos territorios hoy todavía habitados por el hombre. Antes ese panorama, la posibilidad de que la franja costera de Montevideo quede sumergida es algo que siempre tengo en mente. No hablo de pasado mañana, sino de fines del presente siglo. Pocitos, por ejemplo, será un sucedáneo de la Atlántida, y lo mismo podría pasar con barrios en cuyas veredas la gente hoy anda en bicicleta y mañana deberá recorrer con patas de rana.

¿Podría desaparecer sumergida bajo las aguas una parte grande del Uruguay, todo el Uruguay? De darse ese escenario apocalíptico, a poco del día en que ocurra la catástrofe Paraguay tendría finalmente salida al mar. ¿Y Bolivia? Primero debería haber un gran tsunami en el océano Pacífico que haga desaparecer a Chile y convierta a La Paz en la ciudad portuaria más alta del mundo (y a Asunción en capital sudamericana del surf). Es tanto el grado de incertidumbre en torno al futuro debido a las amenazas climáticas y naturales latentes, que son varios los escenarios de apariencia ilógica en la actualidad que podrían hacerse realidad en el futuro. En un abracadabra habría aguas macabras para aterrorizar a los supervivientes.

Así pues, desde lo ocurrido hace 20 años, la consideración de muchas cosas relativas a los cambios que se constatan en el planeta es otra. Para empezar, la palabra tsunami tiene tanto uso como huracán o tornado, aunque sea menos frecuente que los últimos. Al creciente vocabulario de términos asiáticos populares, como sushi, sake y sashimi, se unió el vocablo tsunami, cuyo sonido evoca un lirismo no inmediatamente asociable a tanto poder destructor. Tsunami ya no es solamente un término para poetas y asiáticos: sin planearlo lo tenemos a mano en el lenguaje cotidiano cada vez que algo temible ocurre en una playa, que puede ser incluso en una cercana, en Chile. Cualquier ola enorme evoca esa palabra y acelera el miedo implícito de que gran parte del planeta desaparezca ahogada, en déjà vu posmoderno del diluvio universal.

Como descendientes de Noé vivimos preparándonos para una historia parecida a la del arca ancestral, lo cual destaca la ironía de estos tiempos. Con toda la tecnología a disposición, la que permite pronosticar un huracán o un tifón, el hombre sigue estando desamparado ante la inminencia de una gran catástrofe natural universal. Al viejo Noé Dios al menos le dio tiempo de que llenara de animales el bote de madera que sobrevivió al gran tsunami de su época, el cual, según consta, vino acompañado de lluvia y olas gigantescas.

Con lo mínimo para mantenerse vivos, lo suficientemente vivos como para sonreírles a los turistas globalizados que llegan a usarles las playas, esrilanqués, indios, indonesios, tailandeses, maldivos. Y otros por esas asiáticas regiones viven dependientes del significado de la palabra tsunami, sabiendo que el próximo que llegue los encontrará igual que hasta ahora, pues en esa parte del orbe, como en otras marginadas por la riqueza, la muerte colectiva siempre llega acompañada de olvido y atraso, como si los tiempos bíblicos fueran actuales. La única diferencia entre antes y hoy es lingüística: al diluvio lo llamamos tsunami, o tsurnami, en caso de que llegue antes a costas sureñas.

Por Eduardo Espina
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