Manuk tiene 7 años y ya pudo ver a Liverpool, el club de sus amores, consagrarse campeón uruguayo. Su padre (Daniel, 44 años) tuvo que esperar una vida para festejar ese título, igual que su abuelo (Krikor, 78 años). Daniela, la madre de Manuk, entiende que esa pasión futbolera está muy vinculada a un sentido de pertenencia y a la herencia familiar. “Es el linaje”, dice. Antes hubo otras alegrías para ellos, aunque ninguna como esta. En las buenas y en las malas han estado al firme, como locatarios en Belvedere o como visitantes en otras canchas. Durante los partidos de Liverpool en su estadio, el ambiente es en general apasionado pero amigable, ardoroso aunque (casi) nunca hostil. Se festejan las victorias, se lamentan las derrotas, se gritan los goles. Es una de las pocas canchas a las que aún concurren familias enteras, padres y madres y abuelas, niños y niñas, vecinos del barrio, señoras jubiladas, científicos y políticos. Por un par de horas ese universo tan heterogéneo se empareja con los dos colores: el negro y el azul de la camiseta. Ahí están ellos dos, nieto y abuelo, en la punta de la tribuna principal, arriba. Y ahí está José Luis Palma, el presidente del club, viendo el partido de pie, recostado a una columna de iluminación, a unos pasos apenas. Siempre ahí. Krikor y Manuk alientan a grito pelado y Palma mira los partidos impasible. La procesión va por dentro.
Pocas horas después de ganar el campeonato uruguayo 2023, Palma informa en un programa de televisión que el club que preside construirá un nuevo estadio en el mismo lugar del actual, que por cierto es emblemático: dice que en esa cancha “nació el fútbol uruguayo” en 1910. Apunta que será un estadio con aforo para 12 mil personas y adelanta el nombre: El templo de Liverpool. Esa mañana de domingo Manuk está en su casa prendido a la tele, eufórico por el campeonato conseguido la noche anterior. Cuando Palma anuncia el nombre del nuevo estadio, el pequeño Manuk siente que algo no está bien. No le suena para nada eso de “templo de Liverpool”. ¿Templo? No le parece un buen nombre para algo tan abierto y popular. Para él, la cancha del club es la fiesta, el corazón y la algarabía de toda una barriada. Protesta frente a la tele, se lo dice a su madre y a su padre, y después a su abuelo. Con la complicidad de su padre, le envía un audio a Carlos Delorenzi, que es una institución del club: “Ese no es el mejor nombre para el nuevo estadio”. Así está la cosa. Las grandes victorias a veces generan pequeños desencuentros.
Partido internacional de verano en Belvedere por la serie Río de la Plata. Sábado 13 de enero de 2024, en la tarde. Al final del primer tiempo Liverpool pierde 1 a 0 ante Rosario Central. Manuk y Krikor, junto con otros amigos, esperan una reacción para el complemento. Palma abandona por unos minutos su lugar contra la columna, pasa junto a Krikor, lo saluda, se conocen y se aprecian. Se agacha para saludar a Manuk, otro hincha de siempre que, además, es socio del club desde el día de su nacimiento. Le da un beso en la mejilla y el niño aprovecha la ocasión: “Palma, tengo que decirte una cosa”. Palma se acuclilla para escuchar a Manuk: “¿Qué tenés para decirme?”. Manuk no duda ni un segundo: “El nuevo estadio se tiene que llamar Corazón de la Cuchilla”. Los que allí estaban dicen que el presidente se quedó agachado junto a Manuk, en silencio. Luego de unos cuantos segundos se incorporó sonriendo, le palmeó el hombro al niño y se fue sin decir palabra. A los pocos minutos volvió a su puesto de vigía, recostado a la columna, para ver el segundo tiempo y, tal vez, rumiando la propuesta de aquel socio de 7 años.
Ese día Liverpool perdió por penales. Fue un apronte. Manuk abandonó el estadio con la certeza de que su idea le llegó al presidente y con la ilusión de que será tenida en cuenta, aunque eso no es lo que más le importa. Por más que se llame templo, palacio o lo que sea, él sabe que ese lugar será para siempre la cancha del glorioso Liverpúl, el sitio en la cuchilla de Belvedere donde late un corazón gigante de dos colores.
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