Aún quedan dos meses y medio antes de que se realice el traspaso de mando y, si bien se trata de meses en los que en Uruguay pasan pocas cosas, son meses de trabajo y de cierre de muchos proyectos que los gobiernos salientes intentan finalizar o dejar encauzados. No todos van en la misma línea de lo que aspiran los gobiernos entrantes, y a menudo el que asume se encuentra con piedras en el camino dejadas por el que se está yendo, en el formato de proyectos que quiso pero no pudo concretar el anterior.
El presidente Luis Lacalle Pou ya se ha quejado de este largo tránsito; lo hizo hace cinco años, cuando le tocaba asumir, y lo hace ahora, cuando le toca dejar el gobierno. Para él, entre noviembre y marzo hay un periodo en el que no está claro quién gobierna ni quién es el interlocutor. Pero en los hechos, el que ejerce el poder es el gobierno saliente, y la coalición sigue tomando decisiones que afectarán para bien o para mal al próximo.
El actual presidente se va con un alto nivel de aprobación, llegando a 55% antes de fin de año, y con un nivel de simpatía similar. La buena imagen supera los votos que alcanzó tanto la coalición en octubre como el candidato oficialista en noviembre, lo que sugiere que no todos los que aprueban lo hecho por el presidente dieron un voto favorable al proyecto futuro de la coalición. Esa aprobación de la gestión presidencial representa un capital casi propio de Lacalle Pou.
Se va un gobierno que logró sortear la pandemia con el mayor éxito que permitió la situación, sin medidas de encierro o limitación importante de la movilidad. Con una economía que se cayó como todas las del mundo en 2020, pero logró atenuar la caída y levantarse de nuevo. Se va un gobierno que soportó una fuerte sequía que llegó al extremo de dejar sin agua la capital del país y, sin embargo, nada ‘se prendió fuego´ como podría haber pasado en una situación así en otro país. Se va un gobierno que estuvo envuelto en escándalos de corrupción, ninguno de los cuales fue considerado penalizable por la justicia.
Se va un gobierno que decidió pagar el costo político por una de las reformas más difíciles de afrontar, la de la seguridad social, luego de un largo diálogo que, según el gobierno, fue fructífero, aunque la oposición afirma que no se la tuvo en cuenta. Se va un gobierno que innovó con una Ley de Urgente Consideración con más de 400 artículos—muy controversial desde muchos puntos de vista, pero que logró no solo la aprobación parlamentaria sino el apoyo de la mayoría (ajustada) de la ciudadanía en las urnas. Se va un gobierno que apostó a un gran plan de obras de infraestructura y a la mejora de muchas rutas postergadas en el pasado, pero que no pudo cumplir con su plan de viviendas.
Y, además, el actual presidente se va con el mérito muy importante de haber montado y sostenido por cinco años una coalición de partidos diversa. Al inicio muchos analistas eran escépticos al respecto y creían que se mantendría unos meses o a lo sumo un par de años. Pero duró hasta el final, armada y funcionando, a pesar de las dificultades y crisis por las que atravesó. Y el mérito del presidente también es muy grande en el mantenimiento de la coalición.
Uno de los ejes comunes que sostiene los logros del gobierno es la comunicación, sobre todo la personal del presidente con los medios y con la gente. En dos meses se irá un presidente que mantuvo un diálogo permanente, que recorrió varias veces el país en todos sus rincones y que estuvo presente en miles de eventos de diverso tamaño e importancia. Nadie ha comparado el número de eventos en los que han participado los presidentes de Uruguay, pero sin dudas que Lacalle Pou está en el podio.
La actitud abierta, la comunicación efectiva, el “trabajo de hormiga” de juntarse con la gente y atender a los periodistas, le permitió consolidar un liderazgo que nadie pone en duda, ni en su partido ni en la coalición. Y lo deja en una primera línea para liderar la oposición, casi desde el lugar que elija. Pero liderar la oposición será seguramente más complejo que liderar una coalición de gobierno, ya que el incentivo de todos los participantes para cooperar será menor. Se abre (también) la posibilidad de buscar beneficios propios negociando con el otro, en este caso, con el FA en el gobierno. Liderar esta nueva etapa le demandará al actual presidente buscar estrategias distintas: deberá conceder más que antes a los socios menores y probablemente compartir más los créditos con los socios más grandes. Además, probablemente se encuentre con algún otro líder de sus socios que intente disputarle ese lugar, al menos en algunos momentos puntuales.
El presidente Lacalle Pou está por comenzar una nueva etapa de su carrera política y, conociendo su modo de proceder, seguramente ya está preparado y ha diseñado estrategias para desplegar en los próximos meses. Y, como otros gobiernos que lo precedieron, deja proyectos iniciados, que el gobierno próximo deberá encaminar –o tratar de frenar, según cómo los evalúe cuando asuma. Veremos en breve cómo se desempeña Lacalle Pou en el rol opositor, frente a un gobierno que –como algunos de sus socios de la coalición—no está siempre de acuerdo con todo lo que propone.
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