El fútbol, con su poder distractivo, crea espejismos en cualquier época del año. Estamos en enero y Nacional le ha ganado a Peñarol dos veces en seis días, en partidos que no deberían interesar a nadie demasiado. Sin embargo, son utilizados como carnada para poder generar conversaciones más intrascendentes que el tema no de vida o muerte que las ha motivado. En diciembre nadie se acordará de los resultados que en enero sirvieron para diversificar el menú noticioso, bastante escaso en los primeros 31 días de los 365 que tendrá 2025. Quien en verano no duerme la siesta o va a la playa, debe inventar temas de discusión para paliar los momentos de aburrimiento, que siguen siendo muchos a pesar de la parafernalia digital de la que gran parte de la población depende para no caer en el tedio.
No estoy en contra del más popular de los deportes. Por el contrario, califico para hincha irracional del fútbol. En una época en la que padecía insomnio agravado como Al Pacino en Insomnia (la película aquella que sucedía en Alaska), solía ver por internet tres partidos diarios, de las ligas menos importantes del planeta. Por un tiempo, que para mal de mi salud mental fue largo, fui adicto a las ligas de Tailandia y Vietnam, como asimismo a la Segunda División japonesa, en los tiempos cuando Diego Forlán jugaba en Japón.
En un mes del cual no quiero acordarme, llegué a ver cinco partidos en un día. Quiero con esto destacar, que me tomo al fútbol en serio, aunque no tanto como para perder el sueño porque Peñarol perdió dos partidos seguidos con Nacional, y menos ahora, que el insomnio me ha dado un respiro. Debido a esa mejoría en la calidad de vida, hace tiempo que no veo ningún partido tailandés o de la gran liga vietnamita. A esa hora, ahora duermo.
Hecha la aclaración, me animo a preguntar, dadas las circunstancias, ¿a quién le importa un partido de pretemporada, aunque sea uno clásico? ¿Para qué tanto ruido de triunfadores y derrotados? ¿O es que acaso la vida es tan pobre que de manera circunstancial la gente busca excusas para combatir el tedio? Creo que me estoy perdiendo algo; me gustaría sentirme contento o triste, dependiendo del bando del que se mire, pero no siento ni una cosa ni otra, ni alegría ni tristeza. En todo caso, algo más bien en el medio llamado indiferencia. Ningún antídoto mejor para paliar las situaciones incomprensibles de la realidad que sentirse indiferente, y recurrir al “tanto me da” como escudo de protección.
Pretemporadas hay en todas partes y en todos los deportes que se practican en el mundo. Algunos de los partidos se transmiten incluso por televisión pues son fuera de estación, quiero suponer, para que la gente no se olvide del deporte que, por varios meses, como son los casos del fútbol americano y del béisbol, entran en fase de hibernación, esto es, desaparecen del radar y del menú de opciones deportivas. En ninguna liga de las importantes que conozco el público presta atención a los resultados de pretemporada —enfatizo el prefijo— incluso más, no importa quién juega o quién no; también el público necesita descansar de su deporte favorito. Estos partidos son relleno para maquillar la escasez de otras opciones de entretenimiento, casi una excusa para justificar una actividad a medias (pues no todos los jugadores que luego serán decisivos en el campeonato estarán presentes). ¿Alguien recuerda en diciembre que en julio de ese año el Atlético de Madrid le ganó al Arsenal en un partido disputado en Miami durante las vacaciones de verano, o el Barcelona al Bayern? Nadie. Ni los propios jugadores.
Por consiguiente, nada más inútil, mayor pérdida de tiempo, que discutir por los resultados de fútbol en verano. ¡Es la pretemporada! Y esta es para eso, solo eso, para practicar, para evaluar jugadores antes de que los verdaderos campeonatos comiencen. Se podrá decir, salvaguardado por el fanatismo, que cada partido entre Peñarol y Nacional importa, pero ¿importa para qué? Los partidos que realmente cuentan y justifican la pasión e incluso el fanatismo, son los del Apertura y Clausura, ¡los de las copas Sudamericana y Libertadores!, sobre todo la última, de la cual desde la década de 1980 ningún club uruguayo ha salido campeón.
En fin, como acto de contrición, digo que también esta columna, por tratar sobre dos partidos carentes de trascendencia y cuyo premio fueron cascaras de maníes y fósforos apagados, es también una pérdida de tiempo. Quizá el verano sea la estación adecuada para eso, para perder el tiempo que no podemos perder en cosas que en esta época descansan. Ambos partidos, adversos al club aurinegro, para nada resultan preocupantes, pues, tal como ocurría con la cinta de Misión Imposible, el recuerdo de estos se borrará en cinco segundos.
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