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Obsesiones y otros cuentos
Foto: EFE/ANATOLY MALTSEV
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Los miedos de la vieja Europa liberal, su rearme y la próxima guerra

Los EE.UU. de Trump ya no son un socio militar confiable, por lo que la Unión Europea gastará más en armas y menos en “Estado de bienestar”.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com

14.03.2025 10:30

Lectura: 6'

2025-03-14T10:30:00-03:00
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Quienes viajan seguido a Europa occidental comprueban cómo sus habitantes están cada vez más temerosos: de la inmigración, del Islam, del terrorismo, de Vladimir Putin, del desempleo, de la invasión comercial china. El mundo, al fin, no es aquella promesa de opulencia y paz perpetuas que parecía hace 35 años, después del derrumbe del “socialismo real” soviético y el fin de la Guerra Fría.

La Unión Soviética se disolvió en 1991 en quince repúblicas independientes. También se liberaron muchos Estados satélites de Europa central que habían padecido regímenes comunistas.

Una de las razones del decidido apoyo de la Unión Europea a Ucrania en guerra es por saber cuán al este está el límite de la Europa liberal; o, desde otra perspectiva: cuán hacia el oeste se cierne la vieja Rusia de los autócratas.

Los líderes rusos, por su parte, han visto con aprensión cómo las fronteras de la OTAN, una alianza militar del Occidente rico, se han desplazado en las últimas décadas muy adentro del antiguo territorio imperial soviético.

Járkov, Kiev, Kursk, Sebastopol, Kerch: los escenarios de la guerra de Ucrania traen ecos de la invasión alemana a la URSS en 1941.

Una parte de los ucranianos del este se sienten integrados étnica y culturalmente a Rusia, como a una “madre patria”. Los ucranianos del oeste, bajo el liderazgo de Volodimir Zelenski, no desean ser rusos y aspiran a meterse bajo el paraguas de la OTAN y el confort de la Unión Europea. Tienen un fuerte sentido nacional y una moral combativa que ha sorprendido al mundo, que preveía su derrota en pocos días. Pero necesitan del apoyo de Estados Unidos y de la Unión Europea para continuar una guerra devastadora, en vidas y en material, ante un enemigo que cuenta con muchos más recursos humanos y una economía diez veces mayor.

Donald Trump, presidente de Estados Unidos, es un jugador prepotente y también un republicano al viejo estilo. Desea que el gobierno federal gaste menos, incluso en guerras, que Europa se defienda a sí misma (como ya han suplicado varios de sus antecesores), sueña con reflotar el viejo Estados Unidos industrial y mantener la delantera económica y militar ante China, una ventaja que es cada vez más estrecha.

La Europa de posguerra optó por la integración productiva y la socialdemocracia liberal (welfare). En vez de las competencias nacionalistas de antaño, que provocaron infinidad de guerras; su nuevo paradigma fue más interdependencia, más bienestar, menos gasto militar. Pero esa era dorada parece estar llegando a su fin. En perspectiva histórica, Vladimir Putin no es una excepción en Rusia, sino la regla: es la última versión del autócrata, como antes los zares o los secretarios generales del PCUS. Putin ha gobernado más tiempo que Nikita Jrushchov y Leonid Brezhnev, y en unos años puede sobrepasar a Stalin.

Los europeos hoy tienen miedo, como durante la Guerra Fría, y están más propensos a votar gobiernos conservadores y a gastar más en defensa.

Hasta Suecia y Finlandia, que se habían mantenido cuidadosamente al margen durante la Guerra Fría, dieron el gran paso y se aliaron a la OTAN, empujados por el temor a los pujos expansionistas de Rusia.

La economía de la Unión Europea es entre cinco y nueve veces más grande que la de Rusia, según se mida; pero no es una unidad política acabada y mucho menos una unidad en el plano militar. Europa occidental no tiene un comando conjunto, unidades militares comunes, materiales estandarizados y una moral combativa. Entonces la voz de cada país europeo por sí mismo es una voz tenue, que no asusta a nadie.

Los europeos, enfrentados a una lenta espiral de decadencia relativa, han dependido de Estados Unidos para arreglar sus embrollos internos. Los “primos ricos” del otro lado del Atlántico acudieron en la Primera y Segunda Guerra Mundial para librarlos del expansionismo alemán, en la posguerra para contener a los soviéticos y en 1995 para poner fin a las vergonzosas guerras yugoslavas.

Si el aislacionismo de Trump y su divorcio con Europa se consolidan, la OTAN estará muerta. Estados Unidos ya no será un socio estratégico confiable, y autócratas como Putin y Xi Jinping (y el norcoreano Kim Jong-un) serán los ganadores, al menos a primera vista.

La próxima guerra bien puede ser una invasión de China a Taiwán, la isla rebelde que en 1949 acogió a los derrotados ejércitos de Chiang Kai-shek. Sin el respaldo de Estados Unidos, Taiwán es una fruta madura.

Los europeos de la Unión están siendo obligados a tener criterio propio. Sienten que solo una Europa muy unida y razonablemente armada será respetada. Si no lo hacen, corren el riesgo de abrir las puertas de par en par a los gobiernos de extrema derecha, negadores de la esencia de la Unión Europea, que se formó precisamente por miedo a las guerras, al fascismo y al comunismo.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció el 4 de marzo un plan “ReArm” por hasta 840.000 millones de dólares para reforzar las defensas de Europa, mientras Estados Unidos da marcha atrás en su apoyo militar a Ucrania y la fuerza a hacer la paz. Cada uno de los 27 estados miembros del bloque necesitaría aumentar su gasto de defensa desde un promedio de 1,5% a 3% del PBI. Es un plan sin precedentes en los 32 años de historia de la Unión, aunque no todos los gobiernos están dispuestos a cumplirlo. El Reino Unido, desde fuera del bloque, se propone un aumento todavía mayor.

El incremento del gasto militar, que provocó un salto en la cotización de las empresas armamentísticas europeas, significará forzosamente una reducción del gasto en planes sociales y ayudas.

“La época en que podíamos contar simplemente con Estados Unidos para protegernos se acabó”, había advertido en mayo de 2018 —durante el primer gobierno de Donald Trump— la entonces canciller alemana Angela Merkel.

El mundo parece estar frente a uno de los cambios geopolíticos más importantes desde 1945.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com