El verano es un tiempo de distensión, de descanso, de mayor relacionamiento con las personas. El calor —y las vacaciones— propicia un mayor acercamiento a los amigos y un aumento de las reuniones y paseos de gente de todas las edades.
Pero los vínculos entre conocidos y amigos se están viendo afectados por un cambio vertiginoso que se está dando en estos últimos años, la llegada de la tecnología, que cambia la forma en que nos relacionamos los seres humanos.
Desde Cifra hace tiempo que —para distintas empresas y organismos— venimos estudiando el impacto de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en el desarrollo de niños y adolescentes, en la vida de las personas mayores de 60 años, en los hábitos de consumo, en el sistema educativo, y en las posibilidades de formarse y capacitarse, entre otros.
Y lo que se constata es que las personas estamos cambiando nuestro modo de relacionarnos con otros. Los psicólogos están estudiando este cambio en los niños y adolescentes, en algo que se agudizó con la pandemia y que ya no parece tener vuelta atrás.
Para muchos niños y jóvenes, el contacto personal ya no tiene la centralidad que tenía en el pasado. El juego y la camaradería se dan en el ‘ciberespacio’, en las redes, en WhatsApp y juegos online, entre otros. Hoy, los adolescentes prefieren relacionarse con sus pares de forma virtual ya que “da menos trabajo”, hay que hacer menos esfuerzo físico y también afectivo o emocional. Por tanto, el relacionamiento online, para la gran mayoría, insume mucho menos compromiso.
Pero también muchos adultos destacan lo positivo de poder conversar con otros de forma digital y, recién luego de constatar puntos en común, sintonía, intereses compartidos, decidirse (o no) a dar el paso de conocerse o encontrarse personalmente.
El contacto online resulta útil tanto para hacerse de nuevos amigos como para reencontrarse con antiguos. Muchos rastrean a viejos conocidos de su niñez o adolescencia y, luego de constatar si siguen teniendo cosas en común, retoman el contacto.
Las nuevas apps destinadas al encuentro de personas para conocerse, conversar, intercambiar recetas de cocina, comentar películas, hacer planes o programas en común, o desarrollar vínculos afectivos más profundos, están al “alcance de la mano”. Las redes han ido mutando o generando espacios para estos intercambios, y así, movidos por la dinámica de las herramientas tecnológicas, se van perdiendo las formas antiguas y tradicionales de relacionarse y conocer personas.
Ya no se concibe acercarse a alguien en la calle y preguntarle cómo se llama. Así se conocieron mis abuelos y, sin esa intrepidez, no estaría yo aquí. Tampoco quedan muchos que se acerquen a conversar con alguien que está sentado en otra mesa en un bar, un restaurante, o en un boliche. Ahora la sensación es que este tipo de conducta es invasiva y/o riesgosa.
Antes, esos riesgos formaban parte de la vida cotidiana. Había que tomar la iniciativa y animarse a hablar. Y también desarrollar la habilidad de la palabra, saber preguntar, hablar correctamente, tratar de decir algo interesante para captar la atención del otro, o simplemente buscar que nos comprendiera.
El problema es que esas habilidades también tenían utilidad para otros ámbitos de la vida: en el trabajo, en los comercios, en los centros de estudio o de salud, o en las gestiones de la vida diaria. La habilidad de acercarse a hablar con las personas, hacer las preguntas adecuadas, tener los modos adecuados, se adquiere con la experiencia. Y aún hoy —con muchas más gestiones por internet— a veces hay que saber manejar el “cara a cara”.
Desde luego que los vínculos online también requieren habilidades específicas, y los jóvenes las adquieren mucho más rápido que los adultos. Pero hay también una pérdida de las habilidades “antiguas”.
Los psicólogos y educadores dicen que los niños y adolescentes hoy no saben enfrentarse a sus pares o a los adultos para presentarse, hacer preguntas, averiguar algo o contar algo. Salvo que en el futuro cercano todo se haga de manera remota, esa dificultad probablemente afectará su capacidad de interrelacionarse cara a cara, sobre todo con personas no conocidas. Les será difícil presentarse a una entrevista de trabajo, conocer a sus futuros suegros y suegras, así como resolver conflictos con vecinos, compañeros de trabajo o con personas con las que se crucen en la vida.
Hay otro aspecto aún más complicado. Probablemente esos jóvenes se vinculen sólo con las personas que más se parezcan a ellos, con las que compartan gustos o intereses. El trato personal sólo será con “los más parecidos”. Y, por tanto, la sociedad se volverá cada vez más compartimentada. Será difícil cruzarse y menos aún dialogar con personas distintas, de otros ámbitos sociales, con otras creencias e ideas.
En una sociedad así será difícil fomentar la tolerancia, la aceptación del diferente como otro ser social con el que necesariamente tengo que convivir, encarar una conversación y llegar a acuerdos básicos que permitan una convivencia social sana y constructiva.
Es sólo una reflexión sobre un fenómeno nuevo y muy complejo, que requiere un abordaje más profundo.
Es cierto que, cuando aparecieron otros medios de comunicación —el telégrafo, la radio, la televisión— también hubo muchos que auguraron el fin de la cultura como se conocía. En algunos aspectos tuvieron razón, pero en otros no. Por suerte el ser humano se adapta, y es por antonomasia un ser social. Con suerte cambiarán las formas de relacionarnos, pero no la estrechez de los vínculos.
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