Estamos a pocos días de las elecciones del 27 de octubre y el panorama no está del todo definido. Según las encuestas que se han divulgado, ningún partido alcanzaría la mayoría necesaria para llegar a la Presidencia, por lo que habría segunda vuelta el 24 de noviembre.
También parece difícil, aunque no imposible, que uno de los bloques alcance la mayoría parlamentaria. Los partidos chicos que están fuera de la coalición podrían conseguir bancas, con lo cual se alejaría la posibilidad de que uno de los dos bloques mayoritarios alcance por sí mismo la tan ansiada mayoría que facilita la carrera del balotaje y permite aprobar leyes sin negociar con otros partidos. Hoy el partido Identidad Soberana liderado por Gustavo Salle podría tener los votos suficientes para alcanzar una o dos bancas de Diputados, y en un escenario de máxima incluso obtener un senador. Seguramente mantendría su postura muy crítica al sistema y a todos los partidos mayoritarios, tanto de la coalición como el FA.
Una expectativa firme es que el Frente Amplio volverá a ser el partido más votado, como lo ha sido en los últimos 25 años. Y, con algo menos de firmeza, lo más probable es que el Partido Nacional retenga el liderazgo de la coalición, porque el gobierno es relativamente bien evaluado y no hay clima de crisis, como ha sucedido en este milenio en las instancias en que el electorado decidió “cambiar de mitad”. Pero el Partido Colorado está intentando superar en votos al Partido Nacional. Para ello cuenta con dos ventajas: un candidato que emplea estrategias novedosas en la utilización de los medios tradicionales y de internet —con ellas ha “pateado el tablero” descolocando a sus competidores—, y la vuelta al ruedo político de una figura conocida y con trayectoria, como lo es Pedro Bordaberry. El “nuevo” y el “experiente” están atrayendo distintos grupos de electores. Gracias a ello, un partido que consiguió poco apoyo en 2019 —y en el período interelectoral parecía que estaba “desapareciendo”— hoy está creciendo y su candidato incluso plantea que podría votar mejor que el Partido Nacional.
Muchos analistas y periodistas se quejan de que esta ha sido una campaña fría, en la cual la militancia se movió menos que en campañas anteriores y los candidatos con mayor posibilidad de llegar a la presidencia hablaron poco. Esta frialdad podría explicarse por las estrategias de los dos partidos con mayor intención de voto, que han arriesgado poco, priorizando las giras y el contacto personal de los candidatos con los votantes y la publicidad en redes, y no tanto las entrevistas y la participación en programas periodísticos. También confían en el impacto de las acciones de los militantes saliendo a buscar los votos o reproduciendo los mensajes de los candidatos.
Privilegiar la campaña cara a cara es una decisión riesgosa, porque ese tipo de campaña tiende a descuidar a quienes terminan decidiendo la elección, los indecisos. Los indecisos, la gran mayoría de los cuales no están interesados en política, en general no participan de eventos y actos de campaña y tampoco siguen las noticias políticas ni a los candidatos o militantes en las redes. Se enteran de cómo son los candidatos y cuáles son los “titulares” de sus propuestas en una variedad de medios, entre ellos los noticieros, tanto radiales como televisivos, los programas de entretenimiento que abordan tangencialmente la política, el boca a boca en sus círculos familiares y laborales.
Los resultados del domingo mostrarán cuáles estrategias rindieron más, y brindarán insumos para próximas campañas; la primera de ellas la del balotaje, que por su modalidad siempre es distinta a la de octubre. Allí pesan más los candidatos y menos los partidos: pasan a usarse más banderas uruguayas y menos partidarias. Probablemente los dos candidatos hablen un poco más y precisen más sus propuestas y sus equipos.
No importa quién gane, y con qué porcentaje: al día siguiente de la elección volverán a escucharse voces criticando las encuestas, porque no predijeron con la precisión que cada analista deseaba el resultado de las urnas. Hoy las encuestas que se conocen coinciden en el orden de preferencias y la mayoría muestra porcentajes que se ubican dentro de los márgenes de error de la herramienta. Si no estuvieran las encuestas, las herramientas para guiarse serían otras. Si el indicador fuera la intensidad publicitaria, se podría pensar que Ojeda está cerca de ganar las elecciones. Si fueran los indicadores económicos del gobierno, se podría pensar que triunfará el candidato oficialista. Si la guía es la concurrencia a actos de campaña, los actos del MPP del sábado pasado en la Plaza 1° de Mayo o del FA en el Parque Batlle este martes sugerirían que el FA gana en primera vuelta.
Sin embargo, las encuestas han sido la herramienta que ha permitido prever cuál es el orden más probable de los partidos y los candidatos en las elecciones de los últimos 40 años. Lo que pase el domingo en las urnas no se puede prever con precisión, porque siempre hay movimientos de último momento, tanto de los indecisos que esperan hasta el último día para decidirse como de votantes que eligen un candidato y luego cambian de idea a último momento. Los movimientos finales de cada candidato pueden tener impacto en las decisiones de los votantes y la foto de la semana previa no es la foto del día de la elección.
Sí se puede decir con seguridad que el domingo 27 podremos volver a estar orgullosos de nuestro sistema electoral. Volveremos a tener una jornada de fiesta, con votantes y militantes conviviendo pacíficamente en los centros de votación y en la calle, donde, como habitualmente, participará más del 80% del electorado. Todos respetaremos los resultados, nos gusten o no. Esto que nos parece natural no lo es en muchos países. Y ese clima no es casual, sino que se fue construyendo a lo largo de décadas, con el esfuerzo de muchos y con el cuidado de todos. Que se mantenga depende de cada uruguayo.
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