Volvimos a transitar por una elección presidencial y parlamentaria muy ordenada y civilizada como es nuestro estilo. Por quinta vez en la historia del Uruguay tendremos balotaje, ya que ningún candidato alcanzó el exigente requisito de llegar a la mitad más uno los votos para ser electo presidente en esta instancia. Desde que rige este sistema, la única vez que no hubo necesidad de balotaje fue en 2004, cuando Uruguay salía de la crisis económica y Tabaré Vázquez ganó en primera vuelta.
Gracias a las encuestas sabíamos previamente el orden de preferencias de los partidos que las urnas confirmaron. El FA fue el partido más votado con casi el 44% de los votos, seguido por el Partido Nacional con casi el 27%, y en tercer lugar el Partido Colorado con 16%.
Hay tres partidos más que alcanzaron la representación parlamentaria: Cabildo Abierto, que obtuvo el 2,5% de los votos, el Partido Independiente que obtuvo el 1,7% y —la novedad en el Parlamento—, Identidad Soberana que alcanzó el 2,7% de los votos.
Con la confirmación de la continuidad del acuerdo que sostiene la coalición, el resultado electoral muestra que el país sigue dividido en dos bloques: uno configurado por el partido líder, el FA, con 44% de las preferencias, y otro conformado por los partidos que hasta ahora gobiernan, que juntos suman un poco más de 47%.
Cada uno de ellos puede mirar el vaso medio lleno o medio vacío. El vaso medio lleno es que el FA creció cinco puntos desde octubre de 2019, cuando había votado muy por debajo de su votación histórica reciente, y que obtuvo la mayoría en la Cámara de Senadores. El vaso medio vacío muestra que ya en noviembre 2019 se había recuperado de la magra votación de octubre, y si se toma noviembre de 2019 como indicador, ahora votó por debajo. Muchos militantes se sintieron defraudados porque tenían expectativas de alcanzar la mayoría parlamentaria en ambas cámaras y hasta incluso ganar en primera vuelta.
Desde el punto de vista de la coalición, el vaso medio lleno es que en conjunto consigue un poco más de tres puntos porcentuales que el FA. A su vez, luego estar al frente del gobierno, el PN bajó menos de dos puntos respecto a su votación de 2019. Y el Partido Colorado creció cuatro puntos. Pero desde la perspectiva pesimista, en conjunto votó casi siete puntos menos que hace cinco años y un punto menos que lo que obtuvo Lacalle Pou en noviembre. Cabildo Abierto, uno de sus socios, quedó muy debilitado. Desde el punto de vista más práctico, no alcanzaron mayoría en ninguna de las cámaras.
Lo que destacan los medios extranjeros es que Uruguay sigue siendo un país muy estable y predecible políticamente, a diferencia de lo que ocurre en muchos otros países. Los partidos políticos históricos siguen captando la adhesión de la gran mayoría de los votantes y los outsiders solo atraen a pequeñas minorías. Hace cinco años apareció Cabildo Abierto, y captó el 11% de los votos, pero no logró mantener ese nivel de apoyo en esta instancia. Hoy aparece, con un mensaje más agresivo y anti sistema, Identidad Soberana, y capta el 2,7% de los votos. Algunos pueden considerar que es mucho porque consigue dos diputados. Pero en realidad es una minoría pequeña, que tampoco representa a todos los desconformes, ya que además hay casi un 5% de electores que optaron por votar en blanco o anular su voto, porque no encuentran ningún partido que los represente. Este grupo casi duplica al que optó por IS. La mayoría de los desconformes, entonces, prefieren expresar su insatisfacción no votando a ninguno que votando a un partido antisistema. Y la gran mayoría opta por alguno de “los tres clásicos”.
Es cierto que los partidos más chicos no tienen las mismas posibilidades y recursos para llegar a los votantes, pero incluso si se considera a todos los que no concurrieron a votar, votaron en blanco o anulado o a algún partido fuera de los más institucionalizados, en conjunto todas estas opciones de disconformidad representan menos del 15% de todos los habilitados. Y parte de ese 15% no vota porque no está en el país.
La primera buena noticia entonces es que la democracia sigue sana en Uruguay, el sistema de partidos funciona de tal modo que logra colmar las expectativas de la gran mayoría de los votantes y las minorías más enojadas encuentran también la forma de expresarse. La segunda es que el sistema de encuestas que tenemos en Uruguay sigue permitiendo conocer de forma bastante fiel las opiniones de los ciudadanos previo a la expresión del voto —y así como se mide con razonable precisión la intención de voto, también se miden con razonable precisión las opiniones de los electores sobre los temas de agenda, y permiten que los políticos sepan las preferencias de los ciudadanos que representan.
La tercera ya no es tan buena, al menos para los encuestadores. La cercanía de los dos bloques hace que hoy sea difícil prever el comportamiento de los votantes de cara al 24 de noviembre. Las encuestas que suelen aplicarse en Uruguay, de alrededor de 1000 casos, tienen un margen de error de alrededor de 3 puntos porcentuales en más o en menos para un 50% de confianza, y el balotaje puede decidirse por un margen significativamente menor, tal como sucedió hace cinco años.
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