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El columneador
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OPINIÓN | El Columneador

La soledad de la que ningún candidato presidencial habla

Uno de los signos característicos del presente destaca la vulnerabilidad de la condición humana en la era de la tecnología avanzada.

Por Eduardo Espina
[email protected]

27.09.2024 12:06

Lectura: 7'

2024-09-27T12:06:00-03:00
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El cine estadounidense nos hizo creer que el heroísmo asociado a la gloria solo realizaba hazañas en soledad. Hay varias obras maestras que exaltan la condición heroica del hombre solo al cual las circunstancias ponen a prueba e incluyen la posibilidad de fracaso, derrota y muerte. Los verdaderos finales felices son aquellos en que la verdad no miente, y la entendemos. En esa línea vienen enseguida a la memoria algunos clásicos incuestionables, aún vigentes tantos años después de haber sido filmados, como A la hora señalada, extraordinaria traducción al castellano del extraordinario título original en inglés, High Noon (1952), que refiere a ‘un acontecimiento o confrontación que probablemente decidirá el resultado final de una situación’. Con esa película Gary Cooper entró despacio a la posteridad, interpretando al Marshall Will Kane, el verdadero Ciudadano Kane, quien enfrenta su destino con la misma valentía de Jesucristo al subir a los cielos después del calvario padecido en la cruz. Con High Noon, una de las 14 películas que debo haber visto más de 30 veces (y siempre le encuentro algo nuevo) aprendí que en los momentos de mayor intensidad y menos serenidad el individuo, lo mismo que Oliverio, personaje central de El lado oscuro del corazón, está “más solo que el carajo” (en la película de Eliseo Subiela la que reflexionaba así era la muerte, interpretada por Nacha Guevara). 

Jack Nicholson se cansó de representar la soledad implícita del individuo en clásicos de la década de 1970, como Mi vida es mi vida (1970) y Castillos de arena (1972), obras maestras sobre la vida privada del alma, cine del que ya no se hace, en las que la expresión popular, ‘sálvese quien pueda’, demostraba ser una enorme falacia, pues en esta vida nadie se salva de la soledad última, a la que todos tarde o temprano deberemos enfrentar. Las soledades previas son el aperitivo del plato principal. El Genesis 2: 18-23 advierte: “No es bueno que el hombre esté solo”. Tan cierta es la afirmación, que al final del primer cuarto del siglo XXI, cuando supuestamente el futuro debería haber llegado, la soledad y sus sinónimos, ansiedad, angustia, carencia de entusiasmo, se ha convertido en un mal de difícil cura, como el cáncer o las enfermedades cardiovasculares. Sus consecuencias están donde uno quiera encontrarlas.

Los índices mundiales de depresión y suicidio resultan alarmantes y destacan la condición psicológica de la realidad global, camino a un estado alucinatorio post ideológico, aunque los políticos sigan insistiendo en vender soluciones propias de otra época, una pasada, no venidera, como la que habrá de venir, capitaneada por la inteligencia artificial, y otros desafíos en primera fila. Sobre el futuro, lo más seguro es que nadie sabe ni cómo salir de donde hemos llegado. Los aromas a desesperación y desconcierto metafásico dan la vuelta al orbe a lo Magallanes. No en vano, viendo la deriva de almas y espíritus, lo mal que la pasan, las farmacéuticas multinacionales se están forrando. El aumento del consumo de ansiolíticos y antidepresivos es impresionante, y ni hablar del éxito de la clandestinidad narco, la cual ha inundado a las sociedades caracterizadas hoy por el desánimo, con alternativas varias de autodestrucción, porque la entrada a ese submundo de promesas anímicas que nunca habrán de cumplirse no incluye boleto de regreso. Quien entre a ese laberinto, es para quedarse dentro.

La obra que consolidó a Octavio Paz como gran ensayista mexicano universal se llama El laberinto de la soledad. En el Apéndice, titulado “La dialéctica de la soledad”, escribe Paz: “La soledad, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro”. El ser humano contemporáneo está radicalmente solo, con el control remoto en la mano y 200 canales para ver sin que ninguno le interese, pero la soledad, esa felicidad a la inversa, no es un problema que aparezca tratado en el debate político, en un 2024 con urnas por todas partes. Informa la revista Time: “A nivel mundial, más votantes que nunca en la historia acudirán a las urnas, ya que al menos 64 países (más la Unión Europea), que representan una población combinada de alrededor del 49% de la población del mundo, se preparan para celebrar elecciones nacionales, cuyos resultados, para muchos, tendrán consecuencias en los años venideros”.

En el mundo de pasado mañana a la vuelta de la esquina habrá mayor cantidad de individuos padeciendo soledad más que nunca en la historia, la cual, según un voluminoso libro por todos conocido, comenzó con un hombre soñando acompañado, no solo, porque Adán, a diferencia del hombre actual, no conoció la soledad. Nunca bailó un tango solo, ni se sintió lobo aullando a solas en el desierto. Incluso cuando lo exiliaron vivió su vida lejos del paraíso en compañía de Eva, la desobediente Evita que evitó la soledad de su compañero. La soledad del presente, acompañada de la terrible certeza de que el paraíso está perdido para siempre, es problema nacional, internacional y hasta cósmico, diría. No obstante, que yo sepa, ningún candidato presidencial, en Uruguay y en otras partes, lo tiene como uno de los temas centrales de la agenda a poner en marcha en caso de llegar al poder. Al parecer pertenece a la categoría “de eso mejor no se habla”. “Eso”, es la soledad que viene tras haber puesto en terapia intensiva a la vida que pensábamos. No es un trámite, representa uno de esos brutales encontronazos en el que salen a luz las pasiones más bajas de la razón, algo así como cuando en medio de la oscuridad se nos viene la noche y empezamos a jugar con la esperanza al divino botón. No son abstracciones pertenecientes a los deberes por hacer la noche anterior al examen.

Extraños tiempos los actuales, con inflación tecnológica y devaluación espiritual. Las posibilidades de comunicación real con el otro, el semejante anónimo y en igualdad de condiciones, se han expandido a partir de la popularización de las redes sociales y del uso de formas inmediatas de comunicación. Ya nadie anda buscando un monedero desde donde llamar a la madre o a la novia cuando las extrañas. La voz sigue siendo el mejor regalo. Sin embargo, el aislamiento social, vivido como padecimiento, es más que nunca un problema colectivo fuera de control. Sobre ese asunto de larga data, uno de los temas del día, nuestro gran prosista, patrimonio de la imaginación uruguaya, tiene un cuento fenomenal, de esos que ya no se escriben, en el que ningún punto o coma está fuera de lugar. En “Los adioses”, un basquetbolista enfermo se prepara para enfrentar la derrota anímica final, con la soledad como gran adversaria, y en ese camino nadie entre los sanos y vivos puede acompañarlo. Todo el cuento es una preparación para la desoladora conclusión. Una de las mejores frases de la literatura universal está contenida en uno de los pasajes. Cuando la suerte está echada, Onetti nos avisa, con un mensajito colocado en un rincón del relato, cómo puede llegar a ser el destino final de cada uno: “El aire olía a frío, y a seco, a ninguna planta”. El aire de la época huele cada vez más a eso.

Por Eduardo Espina
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