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Contenido creado por Paula Barquet
El columneador
OPINIÓN | El Columneador

La lucha de Luis Suárez contra el tiempo ha sido una Misión Imposible

A los 37 un escritor o periodista es joven, con una carrera por delante; una estrella de fútbol, en cambio, vive el ocaso de su carrera.

Por Eduardo Espina
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13.09.2024 12:10

Lectura: 7'

2024-09-13T12:10:00-03:00
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Seguramente más de uno, esto es, unos cuantos supongo, ha de haber sentido nostalgia, cierto grado de impotencia también, al ver la inoperancia ofensiva de la selección uruguaya en el reciente partido contra Venezuela y pensó para sus adentros: “Cómo se extrañan las estrellas que ya no están”. Sin embargo, la memoria, por lo general honesta, hace su aparición y corrige, acotando un dato a esta altura inapelable: incluso cuando Forlán, Suárez y Cavani estaban en su plenitud era difícil ganar en territorio venezolano. Fue justamente ahí donde el 9 de febrero de 1977 Uruguay hipotecó su futuro en las clasificatorias rumbo al mundial de Argentina, cuando la oncena celeste no pudo derrotar a una pobrísima selección vinotinto, permitiendo con el fracaso colectivo que Bolivia avanzara en el grupo de tres selecciones, aunque terminó luego eliminada por Hungría. ¡Qué tiempos! Mejor dejarlos en paz. Los actuales no son tan raquíticos en cuanto a aspiraciones futbolísticas, pero igual acicatean al recuerdo de épocas recientes cuando una poderosa delantera permitía soñar hasta el último minuto (cómo olvidar el partido contra Holanda en 2010), sin tirar la toalla de antemano y decir, ‘hoy no le hacemos un gol a nadie’.

La vida es bella y está hecha de ciclos, y los ciclos se cumplen. Aunque la nostalgia vestida de deseo hubiera preferido que nuestros ídolos recientes se mantuvieran vigentes, verdad obliga a aceptar que nada ni nadie es eterno, y menos la vitalidad del cuerpo humano. El ímpetu se desvanece, los códigos existenciales de la mediana edad van a la baja. Todos recuerdan esta frase que Hollywood legó al mundo: “Como siempre, si usted o algún miembro de su fuerza de IM es capturado o asesinado, el secretario negará tener conocimiento de sus acciones. Esta cinta se autodestruirá en cinco segundos”. La cinta de Misión Imposible se destruía en cinco segundos. La juventud dura un poco más, pero al final también ella termina corroída por el tiempo, que no es de nuestro mismo signo.

Dice el Eclesiastés 3-4: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir”. Ninguna Biblia lo declara, pero asimismo es cierto lo siguiente: “Hay un tiempo para trabajar y un tiempo para jubilarse”. Salvo que la muerte venga por anticipado, todos en algún periodo tendremos la certeza de haber llegado al momento propicio para decir adiós a las ocupaciones que altri tempi fueron parte central de la vida, mejor dicho, que fueron la vida misma. El cuerpo posee una conciencia privada que en determinada etapa de la existencia confiesa resignada: “llegó la hora, es tiempo de emprender la retirada” (no solo las murgas se van como se han ido tantos). Aunque el ser humano reniegue, hay profesiones en que la retirada es obligatoria.

Ningún piloto estadounidense puede estar al mando de un avión comercial después de los 65 años. Hay hospitales que recomiendan a sus médicos pensar en cuarteles de invierno al llegar a los 70. Hay profesiones, no obstante, en las que los protagonistas mueren con las botas puestas, sin conocer lo que significa la palabra jubilación, que suena a júbilo. Los periodistas y los escritores pueden vivir de sus palabras hasta cuando quieran, por más que el poeta estadounidense Donald Hall haya escrito un libro fascinante, A los ochenta, en el que confiesa haber perdido la inspiración apenas llegó a esa edad, a la cual se le suele adosar el adjetivo de “venerable”. Stanley Kauffmann (1916-2013) vivió casi un siglo y por 55 años, hasta la fecha misma de su muerte, escribió las críticas de cine de la revista mensual The New Republic. Incluso en la oscuridad entretenida de un cine el tiempo pasa.

Cada profesión tiene una perspectiva diferente para entender la edad. A los 37 años, un periodista se considera joven. A la misma edad, un deportista profesional es un viejo, terminados hace mucho sus tiempos de esplendor. El beisbolista Jackie Robinson dijo que los “atletas mueren dos veces”. La primera es cuando anuncian su retiro de la práctica deportiva. En todo lo referido a la vida humana, el tiempo va veloz, y evito recurrir a la manida muletilla de que “la vida es breve”, porque ya todos lo saben, sí, sí, lo es (chocolate por la noticia), excesivamente corta como para prestarle atención a su obscena brevedad. Yo he seguido mi propio consejo, es decir, evito pensar en los años que se acumulan y en el retiro definitivo, aunque trabajo con la mente, no con el cuerpo. Mi percepción de las cosas sería diferente si tuviera que meterme todos los días en una cancha a exigirle al cuerpo excelencia. La práctica de fútbol de alta competitividad (no confundir con hoteles de alta rotatividad) termina agotando a cualquiera, hasta el punto de hacerlo levantar la bandera blanca de tregua.

Un amigo uruguayo, nacido en ciudad fronteriza y triunfador en Montevideo como abogado y escribano, me contó no hace mucho sobre las circunstancias que lo llevaron a jubilarse: un día, a los sesenta y pico de edad, se levantó temprano como cada mañana cinco veces a la semana (un calvario después de cierta edad cuando lo incierto asoma en el horizonte); debía ir al juzgado sabiendo por experiencia que ganaría el caso que estaba defendiendo, pero tuvo un extraño sentimiento, como una revelación llegada en el momento menos pensado: a manera de certidumbre absoluta sintió que no tenía ganas de seguir trabajando, que ya basta, que una fuerza interior, un imán emocional, lo obligaba a pasar esa jornada y las siguientes en su apartamento, leyendo a Charles Bukowski y escuchando a Miles Davis (hay etapas que permiten hacer ambas cosas al unísono y disfrutar el hecho de que hay tiempo de sobra para hacerlas). Al día siguiente de tener esa íntima epifanía decidió que a fin de mes se jubilaría. Dice haber sido la mejor decisión que tomó en su vida. Ahora duerme hasta tarde y de tarde descansa.

Suele pasar que la mente tiene ganas, pero el cuerpo no puede. Con el calendario de los años encima, Luis Suárez debe haber sentido que la hora de seguir exigiéndoles a sus músculos más de lo tolerable había llegado pues, al final, todos somos humanamente parecidos a la hora de enfrentarnos al paso del tiempo. Para los tres millones y pico de hinchas que hay en este país, su decisión fue un palazo espiritual; para la ajetreada anatomía del implicado, una bendición. Miami no es mal sitio para preparar la entrada al umbral del retiro definitivo. El mar y la arena siempre ayudan a que la felicidad cumpla sus deseos, incluso por anticipado. La ‘primera’ muerte del deportista profesional ha tenido lugar.

Un futbolista viviendo de su profesión a los 37 es una bestia en pugna contra la naturaleza. A los 39, Charles Bukowski (1920 -1994) publicó su primer libro Flower, Fist, and Bestial Wail (Flor, puño y gemido bestial, 1959), y fue recibido como ‘un talentoso escritor joven’ que hacía su debut. Para cualquier lector con imaginación, joven o no, el escritor estadounidense sigue siendo un muchacho, ataviado con un chaleco antibalas que lo protege de las ráfagas mortales del tiempo, incluso después de muerto.

La presencia estelar de Lucho Suárez en la selección uruguaya por una pila de años ha sido como esas canciones perfectas y cortitas de los Smiths (“Girlfriend In A Coma”, por ejemplo), que duran apenas dos minutos, pero uno desearía que no terminaran nunca.

Por Eduardo Espina
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