Publicidad

Contenido creado por Gonzalo Charquero
El columneador
Foto: EFE/BONNIE CASH / POOL
OPINIÓN | El columneador

La generación de Yamandú Orsi, y el mundo de Donald Trump

En la que posiblemente sea la época de mayor incertidumbre, tanto para la izquierda como para la derecha lo más seguro es que nadie sabe.

Por Eduardo Espina
cadelices@yahoo.com

21.03.2025 11:45

Lectura: 6'

2025-03-21T11:45:00-03:00
Compartir en

En un magnífico pasaje Juan escribe: “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (2: 25). Personaje de otro mundo, Jesús tuvo una vida terrenal con varios capítulos acuáticos. Uno memorable: “Y los discípulos, al ver a Jesús andar sobre el mar, se turbaron, y decían: “¡Es un fantasma!”. Y de miedo, se pusieron a gritar. Pero enseguida Jesús les dijo: “Tengan ánimo, soy yo; no teman” (Mateo 14: 26-29). Los ateos, no necesariamente laicos radicales, han de pensar que Jesús caminó sobre el mar porque no sabía nadar.

Yamandú Orsi y Donald Trump son personajes. Aunque no califican para bíblicos, toman decisiones cerca del agua, como Cristo. Uno en un chalé en Salinas, otro en una mansión en Mar-a-Lago, estado de Florida. No es lo único que tienen en común. Ambos tienen apellido corto, ideal para bautizar a una bebida refrescante del tipo Crush, Fanta o Sprite. Podemos imaginar los spots comerciales: “Vive ahora, toma Orsi”, “Beba Trump, el incendio de la vida”. Cada año un nuevo slogan. “Si quiere vivir mejor haga correr esta bola, / la generación de Pepsi y el mundo de Coca Cola”, canta Jorge Schussheim (1940-2020)?, genial compositor argentino. “Haga correr la bola: el Uruguay de Orsi, y el mundo de Trump Cola”.

Orsi y Trump comparten además el gusto por la carne. Son carnívoros (no son tiempos para mandatarios veganos). Uno prefiere el asado, el otro las hamburguesas. El gusto por las vacas muertas a la parrilla o al sartén (nada de sushi, pues eso no va bien con los populismos), es parte del exhibicionismo culinario asociado hoy en día a la política. La derecha y la izquierda unidas por la carne jamás serán vencidas. “La chair est triste, hélas!” (La carne es triste), escribió Stéphane Mallarmé. Tal vez en la vida lo sea, triste y melancólica, no en política.

El presidente chileno Gabriel Boric vino hace poco de visita atraído por una porción de vacío (no existencial, vacuno), pues en su país la buena carne es importada de Argentina o Uruguay, por consiguiente, qué mejor que invitarlo a Salinas a comer un asadito. Luego del ágape con olor a leña y sabor a choripán, ambos mandatarios salieron para la foto sonriendo, vaya uno a saber si porque comieron bien o porque encontraron, carne mediante, la fórmula para redimir a esta zona del mundo de sus males ancestrales. Socialismo siglo XXI a las brasas, bien jugoso.

Trump, menos gourmet en cuanto a tipos de cortes comestibles, raras veces pone a trabajar al chef presidencial para que prepare un buen beef steak cuando tiene invitados; manda a sus guardaespaldas a comprar hamburguesas al McDonald’s de la esquina, en el cual nunca tienen de oferta “dos hamburgueses por el precio de una” —práctica de la empresa en el resto del país— pues ese es un barrio Disney, de Donald y Ricos McPatos, y estos comen carne frita por placer, no por falta de plata. ¿Cuántos votos le habrá aportado al billonario anaranjado el hecho de que le gusta la comida alta en grasas untada con kétchup y mostaza, estilo preferido por los camioneros y matarifes que lo votaron? No es un detalle menor. Como buen billonario, se puede dar el lujo de hacerse el pobre todas las veces que quiera.

Vivimos tiempos rarísimos, en los que las grandes diferencias entre algunos seres humanos han sido borradas por la agobiante rutina histórica en la que estamos inmersos, por tanto, hasta las ideologías en determinadas circunstancias aparecen hermanadas por eso tan vago llamado ‘realidad universal’. En un mundo de mutaciones aceleradas, en el que lo más seguro es que nadie sabe con certeza, las ideas que algunos presidentes puedan tener sobre cómo construir una realidad acorde con los brutales desafíos siguen siendo un misterio impenetrable. Prevalece más bien la lógica del ‘tanteo’, del habrá que ver qué pasa.

Considerando que Donald y Yamandú acaban recién de iniciar sus mandatos, es muy difícil, más bien imposible, vaticinar dónde estarán en unos años, cuando estén a punto de terminar sus gobiernos. Tienen aún mucho tiempo por delante para hundirse o consagrarse, para aprender a caminar sobre las aguas. En uno y otro caso, los riesgos son altos, por la no tan sencilla razón de que vivimos en una época caracterizada por una volatilidad diaria, agravada por los cambios sorpresivos que suelen encontrar a los actores mal parados y pegando manotazos de ahogado para no traicionar a las ideologías que los pusieron donde están.

Creo que ninguna otra época de la historia moderna ha presentado mayor inseguridad respecto al futuro global como la nuestra, aunque no sea nuestra; nos tocó sin haberlo querido. Ahora no es solo una cuestión de vida estable o inestable. Hay otros factores que agregan extremado dramatismo al contexto laboral, como los costos de la educación y la salud, además de la lucha por la supervivencia colectiva, constatada en la gravedad de los cambios climáticos que obligan a los mandatarios a tener que lidiar con problemas que diez o veinte años atrás no figuraban en la agenda de ninguna presidencia. ¿Es una era apta para el optimismo? ¿Son recomendables el escepticismo y el pesimismo a la hora de articular las propuestas a tiempo futuro, o por el contrario los negativismos agravan la situación?

A Orsi y a Trump los diferencia la fotogenia característica de cada uno, cómplice para alcanzar el triunfo en las urnas. El canario sonríe más que el estadounidense, el cual anda siempre con cara de malo, de cowboy con sombrero negro, como si fuera mensajero del apocalipsis y arcángel salvador al mismo tiempo. Uno con sonrisa Kolynos, el otro con mirada aterradora, mezcla de ogro y Grinch que vino a arruinar la Navidad. ¿Responden esas gesticulaciones a dos visiones irreconciliables de entender la realidad? En política, a la hora de lograr resultados positivos, la esperanza y la incertidumbre poco aportan a la causa.

Regreso al pasaje citado en el primer párrafo, “él sabía lo que había en el hombre”. No sé si Orsi y Trump saben lo que hay (y lo que está por venir), porque, como en las películas de M. Night Shyamalan, algo vendrá y obligará a poner a las apuradas toda la carne en el asador. Y lo que venga, para bien o para mal —eso dependerá de cuál visión del mundo triunfe—, puede llegar a tener un impacto brutal, capaz de cambiar a lo que “había en el hombre” hasta ahora.

Por Eduardo Espina
cadelices@yahoo.com