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Contenido creado por Paula Barquet
Obsesiones y otros cuentos
Frente a la estación de Paso de los Toros. Foto: Google Maps / Google Street View
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

La fábula de la liebre y la tortuga y un elogio del conformismo

Tal vez nuestra porfiada medianía sea el mejor antídoto contra los vientos de ansiedad y depresión que soplan por el mundo.

Por Miguel Arregui
[email protected]

28.06.2024 12:12

Lectura: 4'

2024-06-28T12:12:00-03:00
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Cansado de mi escepticismo, tan propio de mi antigüedad, un buen amigo me hizo notar que los uruguayos somos ciertamente lentos, excesivamente moderados, cuando no mojigatos; pero que, al fin, gracias a carecer de radicalidad y pujos refundacionales, llegábamos a buen puerto, o al menos a un puerto no demasiado malo. Nos faltarán ambiciones y certezas, pero poseemos la paciencia de la tortuga, que camina mientras la liebre descansa.

Encima, para mayor exasperación, se nos vienen cuatro o cinco meses de una campaña electoral en la que, seguramente, seremos sepultados por agravios personales y lugares comunes, ese “sentido común” que suele ser una mezcla de prejuicios firmemente arraigados y mediocridad.

Y sin embargo no hay mal que por bien no venga, como decía mi abuelita. Tal vez esa porfiada chatura, esa vocación por la medianía, sea el mejor antídoto que hemos hallado los uruguayos para protegernos de los vientos de discordia y experimentación que soplan por el mundo, y han enfermado de ansiedad y depresión a media humanidad.

Hace pocos días el periodista y novelista español Arturo Pérez-Reverte sostuvo que vivimos una era donde la realidad se tergiversa a gusto por ignorancia y desfachatez; mientras la gente de a pie, “desprovista de mecanismos defensivos —me refiero a la cultura—, se lo traga todo” y vegeta en un mundo maniqueo, sin matices.

Zbigniew Brzezinski, un politólogo “halcón” que asesoró al presidente estadounidense Jimmy Carter, escribió hace más de medio siglo un libro asombrosamente anticipatorio: Between two ages (Entre dos eras), que se publicó en español bajo el título La era tecnotrónica. Se refiere, entre otros asuntos, a la inevitable tensión entre cambio constante y capacidad de sobrevivirlo.

“El efecto acumulativo de la revolución de la tecnología y la electrónica es contradictorio”, señaló Brzezinski en 1970. “Por un lado, marca los comienzos de una comunidad global; por otro, fragmenta a la Humanidad y la saca de su quicio tradicional. La revolución tecnotrónica ensancha el espectro de la condición humana y, a la vez, (…) reduce la tolerancia subjetiva”.

No envidio a las nuevas generaciones, ni tampoco a sus gobernantes. Afrontan un mundo en cambio perpetuo, que provoca desasosiego; y un universo sin trabajo, al menos para los menos preparados, en el que buena parte de los puestos públicos y de las tareas de la industria, el agro y el comercio pueden ser hechos por máquinas mejor que por humanos.

Una vida de subsidios estatales, videojuegos y antidepresivos no parece muy atractiva.

Mientras otros se precipitan, los uruguayos metemos la cabeza bajo el caparazón y movemos un poquito las patas. Nuestra manera de enfrentar los problemas de la sociedad, que revientan por todos lados, sigue el ritmo de la tortuga Manuelita, aquella que avanzaba un poquito caminando y otro poquitito a pie. Pero de todos modos avanzamos. Que nuestros gobernantes no causen daños excesivos es probablemente lo mejor que nos pueda pasar.

Dios, si es que existe, no permita que el ganador de las próximas elecciones nacionales ponga al país de cabeza. Esperemos que sea un poco más de lo mismo: colocar a sus amigos en puestos públicos, remar contra el espeso caldo de la burocracia y, al fin, mover unos centímetros la rueda de la historia en un sentido positivo.

Esperemos lo mejor preparándonos para lo peor, al modo de Gramsci: con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.

Por Miguel Arregui
[email protected]