Los países estables política, social y económicamente, no son noticia para los medios informativos con cobertura internacional. Tienen la misma importancia que el horóscopo para mañana, o de un partido de pádel. Desaparece el interés por los hechos antes de empezar a considerarlos para la grilla informativa de la jornada. Pruebas al canto. Las noticias provenientes de Suiza salen muy de vez en cuando destacadas mínimamente, quizá, con suerte, cuando las marcas Rolex o Longines (en ese país hay alrededor de 700 fábricas de relojes que emplean a unas 60 mil personas) presentan un nuevo modelo revolucionario (lo cual es dudoso, pues el tiempo sigue pasando igual que siempre), cuando han podido producir un queso cremoso con mayor cantidad de agujeros, o porque Nestlé inventó un chocolate invisible que no está hecho con cacao.
Tampoco de Nueva Zelanda o de Singapur vienen informaciones con regularidad, salvo cuando se corre la carrera de Fórmula Uno en el espectacular circuito de Marina Bay. Suizos, neozelandeses y singapurenses saben cómo trabajar bien a sotto voce, cosa de que el periodismo no los moleste metiéndolos en las tediosas noticias diarias.
Los países estables no son noticia, porque la estabilidad no lo es en ningún aspecto de la vida. La estabilidad representa ‘lo normal’, y lo normal interesa solo cuando tenemos sed y queremos tomar una “Coca Cola normal”, tal como llaman algunos a la fórmula original de esa bebida que en su anormalidad ha creado varios sabores horrendos, todos artificiales, como Coca Cherry (y no quiero sonar como experto en el tema, pero soy adicto a las bebidas refrescantes ‘normales’). Lo estable aburre. Ni siquiera la estabilidad de los matrimonios que se mantienen unidos en tiempos de inflación de divorcios como los nuestros resulta interesante o de interés colectivo como para perder el tiempo hablando o escribiendo sobre ella.
Por consiguiente, ningún compatriota debería sorprenderse de saber que las recientes elecciones primarias en Uruguay pasaron mayormente desapercibidas fuera del territorio nacional en cuanto a cobertura periodística se refiere. Fueron una elección más, otro acto cívico, en un país demócrata acostumbrado a vivir sin recurrir a las armas para cambiar de gobierno, y eso, afortunadamente, no es noticia de interés general ni motivo de alharaca. Nadie recurre a un megáfono para anunciar que todo sigue bien en su vida. “¿A quién le importa?”, tal cual canta Alaska y Dinarama. Con el mundo en llamas, una noticia política de bajo perfil es una uva pequeña en un racimo gigante, por lo tanto, tiende por naturaleza a pasar desapercibida; adquiere condición de inexistente, de mejor no hablar de eso.
La estabilidad no interesa, pero la inestabilidad sí. En la semana en que Uruguay votó, un botón en el clima mal activado por el destino o la naturaleza reemplazó a una noticia política por otra aeronáutica. La gran noticia en los portales internacionales que involucró a Uruguay tuvo que ver con un avión que iba de una M a otra, pues viajaba de Madrid a Montevideo y en medio tuvo un percance que los pasajeros percibieron como mortal. ¿Quien ha estado en una turbulencia de las realmente serias? Yo estuve como en cinco y a cuál peor: es de esas cosas a las cuales nunca me he acostumbrado. Sabe que es tal cual, igualito: que la muerte parece y aparece ahí nomás, como pidiendo que la acompañen, ‘ven amigo’.
Pocas situaciones en la vida en que el pánico está tan de veras justificado como aquella en que vemos a la estructura de un avión de grandes proporciones vibrar a punto de quiebre. Quienes digan que no se asustaron en medio de semejante experiencia que mezcla raciocinio —¿aguantará el armatoste semejante vibración con subas y bajas violentas por el aire inhóspito?—, expectativas negativas, y desconocimiento atemorizado de lo que vendrá, deben tener sangre de momia tras haber sido tratada por un buen taxidermista, o bien tomaron un Valium 10 acompañado por más de un whisky, tal como hace siempre un amigo que detesta volar, pero que debe hacerlo por cuestiones laborales. Si pasa algo irreparable, recién se enterará en el otro mundo, donde las noticias de este carecen de relevancia.
El martes pasado 2 de julio, el portal de The New York Times tuvo en zona de destaque durante varias horas la noticia referida al avión de Air Europe, lo cual indica que la misma tuvo muchos lectores. El dato preciso destaca la gravedad de lo sucedido, considerando que a diario decenas de aviones atraviesan turbulencias, sin salir referidos en el diario más influyente del mundo. El titular decía: “Severe Turbulence on Air Europa Flight Fractures Necks and Skulls” (Fuerte turbulencia en vuelos de Air Europa fractura cuellos y cráneos), seguido del colgado sintetizando el contenido posterior: “Cuatro pasajeros estaban en cuidados intensivos después de que el vuelo de España a Uruguay sufriera turbulencias que hirieron a decenas. El avión realizó un aterrizaje de emergencia en Brasil”. La nota, para enfatizar la importancia dada a la misma, estaba firmada por Jack Nicas, jefe de la oficina del NYT en Brasil y encargado de la cobertura para Sudamérica. En política, todo pierde relevancia por ser pasajero. La vida de uno o 325 pasajeros de un avión, no.
Aerolíneas y periodismo siguen insistiendo que ese tipo de turbulencia, de tal gravedad y consecuencias para la salud de los pasajeros, es ‘rara’. Sin embargo, es cada vez mayor el número de casos en todas partes en que la turbulencia tiene papel estelar. Es lo preocupante: lo que viene a continuación en fase de agravamiento a consecuencia de los cambios climáticos. Viajar puede implicar un viaje inesperado en la montaña rusa. Se acabaron hace tiempo los tiempos cuando las azafatas ofrecían una copa de champagne a quienes viajaban en clase turista y era idílico ir a miles de kilómetros de altura de un lugar a otro del mundo. Ahora, además de mal servicio abordo, asientos situados en filas entre las cuales no hay espacio para estirar las piernas, comida en fase de empeoramiento, e invasivo escrutinio antes de abordar (los controles antiterroristas en casi todos los aeropuertos suelen ser un acto terrorista), está el temor a vivir una experiencia turbulenta, física y anímicamente. Lo bueno, lo de veras bueno en medio de tal escenario preocupante, debe ser un detalle nada menor: por ahora, la tecnología de punta les ha ganado la carrera a los riesgos de poner más de 300 mil kilos de metal y gente en el aire ?el Boeing 787-9 Dreamliner es un avión fenomenal? y la preparación de los pilotos, si la aerolínea tiene un historial prestigioso detrás, resulta indiscutible.
En ese aspecto tan fundamental, la estabilidad está garantizada. En fábricas y laboratorios estadounidenses equipados con tecnología de avanzada e ingenieros con gran coeficiente intelectual, tras exigentes pruebas y estudios meticulosos de años y años de investigación, la estabilidad ha sido lógicamente conseguida. La ciencia garantiza la estabilidad. Esta, en política, depende de los ciudadanos, y estos, si hacen bien las cosas, no son nunca noticia relevante.
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