Es evidente que hay virtudes ciudadanas que no se nos dan. Es como si existiera un gen uruguayo que nos impide, entre otras cosas, actuar correctamente cuando de manejar se trata, ya sea un auto, una moto o una bicicleta. Hasta los mismísimos peatones muestran a diario que algo nos falla. Pareciera que las reglas de tránsito fueran un estorbo y cada uno se comportara a su capricho.
La primera vez que tomé conciencia de lo mal que manejamos los uruguayos fue en un viaje en auto desde París a Ginebra 30 años atrás: allí constaté que los “Pare” significan detenerse completamente más allá de las circunstancias y los “Ceda el paso” son sagrados. En las autopistas nadie rebasaba sin encender el señalero con antelación y a los pocos metros era frecuente ver que dejaban el carril de la izquierda libre. En caso de accidentes (nos pasó una vez al congelarse la ruta) a nadie se le ocurrió avanzar por el arcén, porque esa vía es el acceso previsto para las ambulancias y para los bomberos. Aquí, por el contrario, ante cualquier atasco, los apurados enseguida invaden la banquina como si en ello les fuera la vida. En las rutas nacionales y comarcales francesas (en verdad, en casi toda Europa), la línea amarilla que separa las sendas se respeta a rajatabla y en las rotondas a nadie se le ocurre meterse como perico por su casa.
Indagué en mis amigos franceses cuáles eran los motivos de esa prolijidad generalizada y la respuesta fue unánime: “Resulta muy caro conducir mal”.
Por entonces (1993), en Francia, la libreta de conducir ya era por puntos; si un francés manejase como nosotros no solo se llenaría de multas, sino que perdería puntos rápidamente y, con ello, el carné de conducir. Encima, al renovar el seguro de su coche verificaría un aumento considerable del costo por su mala conducta.
España incorporó el carné de conducir por puntos en 2006 y los resultados no se hicieron esperar: “(…) los excesos de velocidad disminuyeron 41,5%, las infracciones por conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas descendieron 29% y la desobediencia a las señales de tránsito se redujo 13,5%”.
Pero lo más revelador del estudio hecho por los profesores de la Universidad Pablo de Olavide, Yolanda Rebollo-Sanz y Jesús Rodríguez López, junto con la profesora Nuria Rodríguez-Planas del Queens College de Nueva York, radica en la reducción de los accidentes con víctimas mortales (14,5%) y descenso de personas lesionadas (15,7%).
Otro aspecto relevante de este estudio está en la cantidad de víctimas que se evitaron con estas medidas: en términos económicos, al bajar los accidentes también disminuye el costo social en un 0,13% anual del PIB español (lo invito a hacer el cálculo: el 0,13% de 1.418 billones de dólares en 2022)
Hay otras cifras que rompen los ojos: en Uruguay se contabilizaron 422 muertes por accidentes de tránsito el año pasado cuando en España solo hubo 1.746. De acuerdo con la población, para lograr los índices ibéricos deberíamos estar por debajo de los 49 fallecimientos anuales. Haga la cuenta y verá cuán lejos estamos de lograrlo.
Según datos de Unasev de 2021, el costo social por accidentes de tránsito es de 1.500 millones dólares anuales, 2,5% del PBI aproximadamente. Dicho de otra manera, si tenemos en cuenta solo a la población económicamente activa, el costo promedio para cada trabajador o empresario uruguayo, directa o indirectamente, es cercano a los 798 dólares anuales. Sin embargo, no hay conciencia del desastre en el que estamos inmersos y la actitud de las autoridades responsables hace prever que todo seguirá igual o peor.
Con detenerse 10 minutos en el semáforo de Panamé y avenida Giannattasio usted podrá observar cómo se cruza con la luz roja o se dobla a la izquierda sin autorización pese a la existencia de cámaras: total, no hay castigo ni multas. Podrá ver a los motonetistas sin casco y la ausencia total de chalecos reflectores. Alcanza con viajar por la Interbalnearia para comprobar que la velocidad solo se respeta en las inmediaciones de los radares: allí parecemos suecos conduciendo, pero ni bien están fuera de alcance volvemos a ser el uruguayo típico: egoísta e insolidario, el que cree que a él no le va a pasar nada mientras los muertos y los lesionados se acumulan y son noticia periódica en los medios.
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