Este domingo los uruguayos definen en elecciones nacionales la integración del Parlamento para 2025-2030, y si la Presidencia de la República se resuelve en primera vuelta o en un balotaje el 24 de noviembre.
Lo único seguro es la incerteza, según las encuestas. Yamandú Orsi, del Frente Amplio, parece favorito en caso de balotaje. Pero no es claro que alguno de los dos bloques: el actual oficialismo de centroderecha o la oposición de centroizquierda, obtenga mayoría parlamentaria.
Ha sido una campaña electoral extraordinaria, escasa de pasión y de contenidos sustanciales, digna de esta cultura contemporánea mucho más afecta a las redes electrónicas y a la imagen que a las disquisiciones ideológicas. Izquierda y derecha semejan caricaturas lavadas de lo que fueron.
La opinión dominante en el país, o mainstream, parece tender hacia el centro del espectro y la moderación porque, al menos en una comparativa regional, las cosas marchan relativamente bien. El fracaso histórico del nacionalismo peronista en Argentina o del socialismo en Cuba y Venezuela, tan evidente para los uruguayos, ha favorecido el rechazo a las políticas estatistas, populistas y experimentales. Y también está claro que Luiz Inácio Lula Da Silva, a quien le ha ido históricamente bien, practica una gestualidad de izquierda pero es el mejor amigo del capitalismo al modo brasileño.
El centro se ha reforzado y predominará mientras no haya una grave insatisfacción o crisis. Los uruguayos son cautelosos y no muy afectos a los cambios políticos. Así, por ejemplo, la ciudad de Montevideo, la antigua coqueta capital provinciana, luce ciertamente fea y decadente, pero nada parece amenazar el predominio conformista de la izquierda, que lleva ya 35 años de administración municipal.
El consenso básico entre los principales sectores políticos, de vaga inspiración socialdemócrata, es tan apretado y previsible que favorece el crecimiento de los márgenes y novelerías. Así como en 2019 irrumpió un general de la derecha nacionalista, Guido Manini Ríos, las novedades ahora serían la fortaleza aparente de un candidato con más forma que contenido, Andrés Ojeada, y de otro ruidoso y conspiranoico, Gustavo Salle.
La presencia en el Parlamento de sectores menores, como el de Salle y compañía, asegurará fuegos de artificio. Esos partidos pequeños pueden ser decisivos para reunir mayorías extravagantes.
El humor social define la suerte de las elecciones. El pulso actual parece ambiguo o, en todo caso, inescrutable. Y una parte nada despreciable de los jóvenes de los suburbios se ha apartado del consenso cultural mayor. No tienen posibilidades de integrarse a corto plazo a esa “cultura dominante” que venera la meritocracia y el consumo, y viven a su modo, según otras reglas, en guetos en apariencia impenetrables.
Los temas preponderantes de esta campaña han sido la seguridad pública y los reductos de pobreza y marginación. Son cuestiones ciertamente importantes. Pero casi no se habla de la calidad de la enseñanza pública o de otros factores de crecimiento de largo plazo, como apertura económica, inversión e innovación, decisivos para escapar del subdesarrollo.
Ya no compite directamente ninguno de los viejos grandes caudillos partidarios: Jorge Batlle, Julio Sanguinetti, Tabaré Vázquez, José Mujica, Danilo Astori, Luis Lacalle Herrera y tantos otros. La oferta que trajo el recambio generacional en todos los partidos es modesta.
Tampoco es una reedición de la vieja competencia de dos partidos muy baqueteados, colorados y blancos, contra un mito, la izquierda contestataria y promitente, como ocurrió entre 1971 y 2004.
El Frente Amplio se extendió y vulgarizó (aunque ciertos nichos como el Partido Comunista y grupúsculos menores conserven en parte viejas banderas). Ahora expresa casi todas las características y contradicciones del alma de los uruguayos. Es deseo de cambio y reacción, esperanza y nostalgia, cheto y lumpen. Durante sus 15 años de gobierno (2005-2020) se apoderó de los cuadros burocráticos del Estado, como antes lo había hecho con la enseñanza pública y los sindicatos. Ha adquirido el oficio político de los partidos más viejos, la cúpula se impuso al mito de las bases, los antiguos revolucionarios se aburguesaron y la derrota de 2019 redujo la soberbia. Para completar la oferta, Orsi propone un ministro de Economía ortodoxo, como Tabaré Vázquez hizo con Astori en julio de 2004 (aunque Gabriel Oddone no tiene el peso político de Astori).
En cierta forma, el Frente Amplio es el sustituto histórico del viejo Partido Colorado, el caballo del comisario.
El actual gobierno que encabeza el Partido Nacional ha sido bueno, según la conformista vara de medición de muchos uruguayos. Tuvo algunos aspectos brillantes: cuando la pandemia, con las obras de infraestructura en el interior del país o al enfrentar temas difíciles como la adecuación de la seguridad social; y facetas oscuras, como las corruptelas de los oportunistas que menudean en los gobiernos nuevos. Pero el ahora candidato oficialista, Álvaro Delgado, no tiene el oficio y atractivo del presidente Luis Lacalle Pou, y su compañera de fórmula, Valeria Ripoll, es un cuerpo extraño que no terminan de tragar los blancos más escorados a la derecha.
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