Durante los últimos dos meses, con un reducido grupo de amigos hemos intercambiado unos mensajes especiales. Fueron y vinieron ideas, especulaciones, nombres, delirios, lecturas, rumores. Todo alrededor de dos únicas preguntas: ¿Puede que haya, en estas elecciones, un candidato a la presidencia que sea un auténtico representante del Narco en la región? ¿Es posible que algún poderoso cártel, de esos que manejan miles de millones de dólares en muchos países del mundo, se haya presentado de manera solapada y a espaldas de un partido con un candidato que, si triunfa, les dará vía franca para sus negocios, tanto para aquellos claramente ilegales (acopio y embarque de cocaína, tráfico de armas y municiones, tráfico de personas, venta de documentos falsos, etc.) como para los de apariencia legal (asuntos inmobiliarios, rurales, turísticos, deportivos, etc.)? Así, el Narco SA se apropiaría de un gigantesco depósito (el país entero), de varios puertos y aeropuertos, de cuarteles y armas, y todo bajo el paraguas de unas elecciones ejemplares.
De entrada hicimos una puntualización importante: no se trataba de establecer posibles “vínculos” de los actuales candidatos con el narcotráfico, sino de imaginar (el verbo es importante) a alguno de ellos implantado hasta el hueso en la estructura de una empresa Narco y fabricado como candidato presidencial. Pura especulación. Nos moveríamos por entero en el territorio de la fábula.
El intercambio con mis amigos puede parecer un ejercicio inútil, pero resultó significativo porque pasamos de la broma a la preocupación, y de la preocupación al miedo, ya que todos coincidimos en que Uruguay es un país con unas dimensiones, ubicación geográfica, características naturales e idiosincrasia nacional, que vuelven factible tal hipótesis.
Por razones obvias, no daré los nombres de mis amigos (todos universitarios, mayores de 40, residentes en distintas ciudades y con distintas orientaciones políticas, aunque todos más o menos izquierdosos). Tampoco puedo mencionar, pues sería una ofensa, los nombres de los candidatos mencionados como pasibles de ser representantes del Narco. Por si acaso, debo aclarar que nuestros mensajes se intercambiaban y eliminaban. No hay rastros de ellos… creo. Quien busque, no hallará nada. Ni en serio, ni en broma.
Uno de los participantes planteó de entrada que el Narco, por la naturaleza de su accionar, trabaja con jerarcas de nivel alto, pero no tan alto como un presidente. La ecuación, según él, es el famoso e irresistible POP (plata o plomo), que suele convertirse al final en el no menos famoso PYC (plata y cárcel). En su opinión, para cualquier empresa seria dedicada al narcotráfico es más útil un funcionario gris en un puesto operativo clave, que un personaje demasiado público y sometido al escrutinio permanente. Eso, concluyó, descartaría casi por completo que cualquiera de los candidatos a la presidencia sea el futuro comisionado del Narco en Uruguay.
Otro integrante del grupo lo contradijo: consideró imposible alcanzar cierto grado de poder e influencia sin pasar por la necesaria popularidad de la prensa, las redes, los escándalos, etc. Un tercer miembro agregó que, como en cualquier empresa, el Narco S.A. recluta de acuerdo a determinados parámetros establecidos por especialistas. Explicó que algunos de esos parámetros son la capacidad de liderazgo, la audacia y la desfachatez. Luego los expertos del Narco fabrican al personaje a la medida de su público. A veces despacio y a veces rápido. Ya lo han hecho en otros países, dice uno. Lo entrenan. Ponen plata. Lo lanzan como si fuera un artista y ven qué sucede. Plata o plomo. Es más una inversión de tiempo que de dinero (que además les sobra).
Nuestras opiniones se desgranaron durante un par de meses entre bromas y veras, e incluyeron desde análisis sobre denuncias falsas hasta incidentes de apariencia casual, pasando por las fotos trucadas, los viajes raros, las frases tergiversadas, las benditas redes sociales y las inevitables menciones a la inteligencia artificial y su uso. Para qué negarlo: coincidimos al final, después de mucho debate, en uno de los candidatos, quien a nuestro entender reunía casi todas las condiciones. Como hipótesis, nos resultó plausible. No más que eso.
Por cierto que, una vez disuelta la cofradía, para escribir este artículo me tomé la licencia de utilizar la inteligencia artificial. Le pregunté a una de esas aplicaciones de IA (por las dudas prefiero no mencionar cuál) qué tan probable era que el próximo presidente de Uruguay fuera una persona al servicio de algún cártel de la droga. Creí que me iba a tirar un porcentaje, pero lo que ocurrió a continuación fue desconcertante. Para empezar, el cursor parpadeó en la pantalla durante muchos segundos, lo cual es rarísimo. Era como si esa inteligencia, más humana que artificial, dudara o estuviera pensando. Después, por fin, apareció una respuesta: “Esta sesión ha finalizado”. Ya sin esperanza, le pregunté por qué no había podido responder a mi pregunta. La IA contestó con una especie de posdata medio cómica y medio tenebrosa: “El horno no está para bollos”.
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