Los primeros días de esta semana tan excepcional fueron raros: el tiempo estuvo cambiante, con lluvias, ventoleras, fuertes variaciones de temperatura, brusquedades varias. En fin, una atmósfera dubitativa, como si ella se estuviera preguntando qué hacer en esta circunstancia, a quién votar el domingo. Se sabe que la atmósfera es veleidosa, casi tanto como los votantes indecisos, esos que tienen en ascuas a los encuestadores hasta el último minuto.
Algunos pronósticos ya adelantan que el domingo será un día soleado con temperaturas que, aquí en el sur del país, rondarán los 28 grados. Fantástico, sobre todo si tenemos en cuenta la composición etaria de nuestro padrón electoral. Pero otras empresas dedicadas a la meteorología discrepan, y hasta han llegado a anunciar lluvias para esa jornada.
Vuelvo a la idea inicial: son días raros. Y también de miedo. Días y noches de miedo. Ucrania tiró unos misiles bien adentro de territorio ruso y Putin aclaró que eso lo autoriza a emplear bombas atómicas cuando y donde le parezca. La vieja Europa se cae a pedazos.
Y fueron raros los resultados futbolísticos, tan importantes para el ánimo popular. En esta absurda ronda clasificatoria para el próximo mundial (absurda porque clasifican casi todos), hay que admitir que Uruguay venía en una mala racha, pero la cortó con un par de sablazos. Le ganó a Colombia y le empató a Brasil. Ganaba contra Colombia, se lo empataron en el alargue y lo ganó en el recontra alargue. Con Brasil pasó lo previsible. Cosas del futbol… Y del VAR, ese invento diabólico destinado a trastocar la esencia de un deporte que debería ser, además, un juego.
El VAR, según los datos de las encuestadoras, tal vez deba aplicarse nuevamente en la noche del próximo domingo, pero no para dictaminar acerca de un penal en un partido sino para definir quién será el próximo presidente de la República, porque un empate es un empate y sería una casualidad casi inimaginable, aunque no imposible, que ambas fórmulas tuvieran exactamente la misma cantidad de votos. ¿Se imaginan esa variante de la probabilística democrática? ¿Qué hacer en tal caso? ¿Lo prevé la Carta Magna? ¿Algún reglamento? ¿Podría hablar Wilfredo Penco al respecto? ¿Qué dirán Bottinelli, Chasquetti, Carneiro?
Ya veo a la Corte Electoral en pleno, adusta y trajeada alrededor de una mesa señorial, viendo en detalle las jugadas más polémicas: los votos observados, las noticias que llegan del interior profundo… Que si el codo de Delgado estaba adelantado, que si la victoria rozó la mano de Orsi y por lo tanto la jugada es inválida, que si Gustavo Salle pretendió ingresar al cuarto secreto con su megáfono encendido para transmitir su propio sufragio en vivo y en directo. Un quebradero de cabeza.
Tanto las variables de la atmósfera como los avatares del fútbol y el resultado electoral del próximo domingo, son por ahora un misterio. Quizá el sol nos alegre la jornada, aunque por la tarde puedan aparecer algunas nubes de tormenta. Tal vez los uruguayos nos proclamemos orgullosos seguidores de la selección, de sus jugadores, de ese tal Darwin que por desgracia no termina de cuajar. Es posible que en la madrugada todos los humos se disipen y sepamos por fin quién será el próximo presidente. Y digo que es posible —y solo posible— porque si la elección es tan cerrada como anuncian, capaz que debemos esperar a la mañana siguiente, o al mediodía, cuando todos y cada uno de los votos estén chequeados y rechequeados y aprobados o rechazados, según el caso.
Es de suponer, aunque no es seguro, que después la vida seguirá su curso, más liviana para unos, más agobiante para otros, desafiante para todos. Las preguntas serán frívolas o graves, pero en el fondo serán las mismas. ¿Habrá más inflación o menos? ¿El dólar a cuánto? ¿Piso 4 o piso 11? Y la última: ¿estallará una guerra atómica que deje todas las preguntas en el aire y vuelva todas las elecciones del mundo ejercicios inútiles, juguetes rotos de una especie que quiso pero no pudo?