Es evidente que en las redes sociales predomina la nada. O casi nada. “Navegar” por la última adquisición del “pretoriano” Elon Musk (X) es como pasear por una ciudad llena de gente frustrada que solo sabe expresar sus prejuicios y sus odios de manera agresiva y ramplona, convirtiendo la red en un sitio hostil y desafinado.
Tal como la caracterizaron en sus comienzos, antes de llamarse Twitter: “Es un conjunto de microblogs o una corta ráfaga de información intrascendente”.
Afortunadamente, existen excepciones. Notables excepciones: es posible encontrar remansos de sabiduría, personas que saben mucho de un tema y cada semana nos regalan conocimientos mediante “hilos” bien hechos, acompañados de abundante documentación y enlaces que profundizan los temas en cuestión, como descubrimientos astronómicos, por ejemplo, o sobre Roma y su rica historia, o biografías abreviadas de mujeres que hicieron época pese a que han sido ninguneadas. En el terreno de la economía también se destacan algunos tuiteros y, sobre todo, empresas que trabajan profesionalmente e intentan desasnarnos acerca de fenómenos tan modernos y complejos como las divisas digitales. También podemos hallar los titulares de los principales medios de comunicación y sus enlaces, portales de las universidades más prestigiosas y otras joyas inesperadas.
Cuando apareció la aplicación del pajarito azul con sus ventajas y limitaciones, no me sentí a gusto: los 140 caracteres limitantes lo hacían muy rígido. Pero, con el correr del tiempo, al poder usar el castellano desde noviembre de 2009, me fue útil para experimentar, poco a poco, la plataforma llamada “trino de pájaro” (tweet).
Su potencial como medio de comunicación lo descubrieron tempranamente las empresas de publicidad y los encargados de marketing y de campañas políticas. Pero, aun así, lo que predomina, como ahora, son estridencias por temas de escasa importancia si los comparamos con la seguridad pública, con la pobreza infantil y con las desprolijidades en la gestión de los responsables de la cosa pública.
Por sus características y reglas de juego, Twitter se convierte, en parte, en un coro de cuentas falsas, de energúmenos y repetidores de infundios, donde lo peor de las emociones tapa cualquier razonamiento, y donde todas las fobias compiten entre sí como si jugaran un concurso sobre cuál es peor. Cómo habrá sido que en su momento hasta el presidente Donald Trump fue expulsado de la red.
Y si los uruguayos somos propensos a politizar todo y a regodearnos en problemas relativamente pequeños, las expresiones actuales son una prueba fehaciente de ello: la ciclovía en 18 de Julio y el pormenorizado recuento de accidentes sobre su espacio, olvidando las decenas que se producen en la ciudad entera, junto a la anodina discusión sobre la fecha exacta de la fundación de Montevideo, replicados en los medios tradicionales hasta el infinito, me lleva a comportarme como un minúsculo dios de hojalata, bloqueando, una semana sí y otra también, a los impertinentes, a los fanáticos, a los que solo saben recurrir al insulto y no están dispuestos a razonar ni un segundo, al amarillismo y a los cómplices de tantas mentiras. Después de todo, esta selva digital tiene sus claros luminosos, sus sendas amigables y sus espejos de agua donde es posible beber conocimientos y, en suma, avanzar.
Además, no olvido que la verdadera vida está fuera de las redes sociales.
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