Los vocablos ídolo e idiotez empiezan con las letras I y D. También identidad. I D. Si alguien se descuida y se olvida de que el ser humano tiene una facultad que le permite pensar, puede perder su identidad y pasar de ídolo a decir idioteces. Por razones que no vienen al caso ahora explicar, Luis Suárez nunca fue uno de mis ídolos, aunque lo considero un futbolista excepcional cerca del arco, de esos que con sus goles ayudan a que la realidad parezca por un rato un poco mejor. Con los pies, Suárez puede crear espejismos; con la boca, se cree capaz de vender oscuros espejitos de colores. Por consiguiente, dadas las circunstancias, no puedo decir que la semana pasada se me haya venido abajo un ídolo, pues nunca lo tuve como tal —mis ídolos nacieron con un paracaídas que, en lugar de ayudarlos a bajar, les sirve para elevarse más y más—, pero le he perdido la estima a un individuo que trajo alegrías a los amantes del fútbol, como a mí me las trajeron otros ídolos hechos con teflón.
Trato de entender los comentarios con tono de denuncia, propios de niño enojado porque el padre lo regañó, pero no puedo. Me cuesta. Además, me parece una aberración prestarles tanta atención a las vacías letanías de un futbolista en el final de su carrera, un deportista que es el menos indicado para dar lecciones de buen comportamiento en una cancha. Desde el lugar de la no esperanza (pues ya dejó representar el futuro), Suárez demostró que un ser humano puede tropezarse con la misma piedra dos veces. El delantero tiene la tendencia a irse de boca, ya sea para morder a un oponente, como para hablar sin convencer con sus palabras, así las exprese en tono de enojo, de queja urgente. De morder como mastín en shorts a Giorgio Chiellini, a morder el polvo. Another One Bites the Dust. Y subo el volumen, para ver si la voz de Freddy Mercury me libra de la pesadumbre por la patética situación. Cabe recordar —buena ocasión para hacerlo— que ni los colmillos ni la lengua se hicieron para pensar. El pensamiento humano viene de otra parte, localizada un poco más arriba en la cabeza.
Como uruguayo, LS parece tener ADN de individuo nostálgico que extraña los tiempos pasados del seleccionado, cuando al parecer las cosas en el complejo celeste eran ‘diferentes’. Nada nunca en la vida, vanidad de vanidades, es lo mismo. Pero bueno. Ahí, en las instalaciones ubicadas pasando el aeropuerto, se reunían los amigos del Club de Toby a prepararse para el próximo repechaje mundialista. Por sus comentarios, Suárez me hizo pensar en ese tipo de uruguayo enemigo del cambio, que es feliz con solo salir a matear en chancletas a la vereda, o a tomar sidra caliente en la rambla. Ese tipo de mentalidad puede ser la misma en Montevideo que en Miami, ciudades con M, como la onomatopeya mmm. ¿Qué hay detrás de sus intenciones al hablar en el momento menos apropiado? Mmmm…
Vivimos tiempos en los que por todas partes la nostalgia respecto a un pasado colectivo dudoso, sea el de una persona, un país o una raza, es idealizado. La derecha francesa quiere volver a una Francia del pasado (imposible); los seguidores de Trump y su maldito Make America Great Again pretenden regresar a una Unión Americana de racismo legalizado, en la que los negros no podían viajar en el mismo ómnibus que los blancos, y la izquierda latinoamericana, que ingenuamente sigue creyendo en la utopía sesentera y guevarista que igualaba para abajo, continúa insistiendo en el socialismo siglo XXI. En ese contexto, universal (pues son legión los chinos que extrañan a la barbarie maoísta de la revolución cultural), y en el que también el fútbol profesional es bienvenido a la hora de la melancolía, a nadie debería extrañar que haya quienes festejan el tono, la forma y el contenido de la débil perorata de Luis Suárez, quien ha demostrado ser genial con una pelota en los pies, pero impresentable ante un micrófono, olvidándose de que la dignidad y la cautela también se aplican al uso del lenguaje. Hay que recordarle que no existe la categoría de idiota ilustrado ni tampoco la de ídolo blindado a los cuestionamientos de la inteligencia.
Con su implacable humor, decía el genial Ariel Méndez, el escritor más olvidado de este país: “Le puedo perdonar a una mujer que me engañe, pero no que me tire a la basura la botella de etiqueta negra para que no pueda tomármela solo y en paz, y que encima me acuse de borracho”. A un ídolo se le puede perdonar que tome, que se drogue, que tenga un harén masculino o femenino, que vea películas porno en sus ratos libres, que pertenezca a una secta o cualquier partido político y orientación ideológica, pero no que sea, sin discreción alguna, delator de hechos que deben permanecer en la intimidad del grupo. Eso de salir a hacer berrinches como niño mimado, ha tenido un terrible efecto corrosivo en su imagen, y en el grupo. Hace ya más de 40 años que soy profesional de los medios informativos y de opinión, y quienes me conocen saben del rechazo que tengo a quienes, tras haber sido asalariados de una empresa, revelan detalles de la mala relación que tuvieron con el editor o los propietarios. He trabajado en los mejores sitios desde el punto de vista escrito, y lo que sucedió en la relación laboral permaneció entre los involucrados, ajena a los de fuera. Detesto eso de hacer públicas las cosas, las buenas y las malas, y de apuntar con el dedo para señalar al supuesto culpable. La vida (incluidos el periodismo y el fútbol) es demasiada compleja como para tratar de entenderla en blanco y negro. Los propios códigos de conducta son los que indican cuando es un momento ideal para callarse la boca. “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”. Por una cuestión de pundonor y autoestima, con la Omertá no es conveniente jugar. Se corre el riesgo de perder para siempre el prestigio que tanto costó construir.
Este, el de ahora mismo que ustedes están leyendo, es un tipo de comentario que nunca hubiera deseado escribir, porque no debe haber nada peor que constatar el desmoronamiento público de una figura deportivamente respetada, la que podría haber aspirado a una gloria sin notas al pie de página y que, no obstante, ha terminado escrachada por no haber podido controlar la lengua. El no saber esperar el momento adecuado para hablar, puede convertir a cualquiera en Ícaro cayendo a precio de saldo. Cuando los códigos se rompen, el daño causado es irreparable, y más aún, el mal recuerdo que se origina. O Suárez tuvo una debacle neuronal con serias consecuencias sobre su comportamiento y su sentido común, o quienes lo aconsejaron lo aconsejaron mal. ¿Será que le está haciendo los mandados a alguien, como más de un compatriota me ha comentado? Incluso si tuviera razón en su forma de percibir las cosas, cometió un pecado ético evidente; él y quienes le hicieron el coro: habló a destiempo, cuando la selección que él dice defender, se juega parte de la clasificación al próximo mundial. Eso de por sí, resulta imperdonable. ¿Cuándo fue la última vez que un futbolista uruguayo ex seleccionado caía en semejante liviandad de procedimiento, haciendo harakiri gratuitamente y terminando como kamikaze fuera de sí en tiempos que no son de guerra? ¿Hubo vez previa? Yo no recuerdo ninguna.
Difícil encontrar razones para justificar con palabras racionales la ingrata actitud de Suárez. El futbolista se hundió en la propia ciénaga de sus declaraciones. La mancha no se la va a quitar. No hay Agua Jane que pueda ayudarlo. Creemos saber a quién ataca, pero no lo que defiende. ¿Qué defiende? ¿Al viejo orden impuesto por la era O. W. Tabárez, la cual trajo mejoras en diferentes niveles? Sería una majadería no reconocerlas. Sin embargo, verdad obliga, aportó pocos éxitos deportivos de los que permanecen en la intemporalidad de la memoria. El único triunfo para destacar en las vitrinas fue una copa América, en la cual a Argentina solo se le pudo ganar en penales. Por un largo periodo, y con un plantel lleno de figuras, cada clasificatoria era de principio a fin un suplicio que nos llevaba a depender de partidos de repechaje. En ese aspecto, la generosidad de FIFA salvó a la selección uruguaya de la ignominia. Nunca se ganó nada a nivel de campeonatos mundiales, habiendo habido en cambio algunos fracasos notorios, como el del partido contra Francia en el mundial de Rusia, en el que el entrenador mantuvo a un inoperante Suárez en la cancha todo el partido. No tengo nostalgia de esos tiempos,
Nunca he visto en persona a Luis Suárez ni a Marcelo Bielsa, aunque varias veces he escrito elogiando el estilo de juego del entrenador. Voy a agradecerle eternamente al rosarino por haberme permitido ver el mejor partido en vida y en directo que le vi jugar a una selección uruguaya de fútbol, contra Argentina en la actual clasificatoria. Desde el partido contra Hungría en 1954, creo que Uruguay no había jugado tan bien un match de importancia, disputado además con inusitada intensidad y técnica. Con Bielsa al mando le ganamos también a Brasil, tras cuatro eliminatorias de fracasos continuos. Creo al cien por ciento en lo que el entrenador vino a traer al fútbol uruguayo. Los resultados esperados estarán precedidos de un aumento de las exigencias. Hay que subir la vara. Y los procesos que buscan cambiar una cultura deportiva requieren de tiempo para generar efectos positivos a gran escala y largo plazo. Hay un líder a quien le honra el brazalete de capitán. Es José María Giménez, no Federico Valverde.
Muchos se quejaban de la presión que Steve Jobs imponía a sus empleados, pero esa misma presión sin paternalismos fue la que le permitió a Apple convertirse en líder mundial de tecnología y lograr resultados notables de manera sistemática. Subir los niveles de exigencia para alcanzar resultados por sobre las expectativas obliga a articular un rigor que puede malhumorar a quienes no están acostumbrados a un trajín intenso diferente. No se puede volver al régimen antiguo que nada nos trajo a nivel mundial. Prefiero que el entrenador grite, se desespere, y despierte a sus jugadores desde el borde de la cancha, y no que los vea aletargado, recibiendo una goleada como contra Bolivia en la altura, así se trate del patriarca de los pájaros. Hay que creer en el nuevo orden y en las características a él asociadas. En cualquier profesión, el objetivo son los resultados, ¡los resultados!, sin importar las bobas diatribas de quienes patalean para que todo siga igual que siempre, dependiendo más del cómo hubiera sido, que del cómo puede llegar a ser.
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]