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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Obsesiones y otros cuentos
Foto: Gastón Britos/FocoUy
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Ensayo sobre la codicia y algunos lugares comunes para inversores aficionados

Que los uruguayos no caigan fácilmente en estafas depende menos de los controles del gobierno que de una adecuada educación financiera.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com

28.01.2025 09:47

Lectura: 5'

2025-01-28T09:47:00-03:00
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En los primeros meses de 2002 un empresario joven de un laboratorio que producía específicos veterinarios para el campo uruguayo retiró sus ahorros en dólares del Banco Montevideo después de que le ofrecieran una tasa de interés de 10% por colocarlos en un banco de las islas Caimán, un territorio británico en el Caribe. Lo explicaría luego: “Si trabajando todo el año, con millones invertidos en mi empresa, que tiene un prestigio consolidado, no gano más de 3% o 5%, ¿cómo no sospechar de una inversión financiera que rinde el doble o más?”.

El joven empresario salvó sus ahorros en otro banco después de la quiebra del Banco Montevideo y la evaporación del Trade and Commerce Bank (TCB). A la larga, los clientes del Montevideo recuperaron parte de su dinero, en tanto aquellos que lo transfirieron al TCB, de islas Caimán, rescataron casi nada. El Banco Central ganó todos los juicios que se hicieron en su contra por esa causa.

La anécdota viene a cuento tras la quiebra fraudulenta en Uruguay de algunos corredores de bolsa y firmas de inversión ganadera, hasta entonces muy renombradas por la alta rentabilidad que aseguraban a sus clientes.

Muchas personas tienden a creer que esos problemas no existirían si se aumentaran los controles oficiales: del Banco Central, o de otros organismos, como —para el caso de los fondos ganaderos— el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.

Es ingenuo creer que burócratas que trabajan seis horas de lunes a viernes podrán enderezar al mundo.

En realidad, desde la crisis de 2002 hay más que suficiente legislación de control, aunque no siempre bien cumplida, y oficinas destinadas a ese fin; pero sobre todo hay demasiada ignorancia financiera. Es una de las graves carencias del sistema de enseñanza de Uruguay. La mayoría de las personas no sabe el por qué de la inflación, cómo protegerse de ella, ni cómo calcular una tasa de interés, o desconoce la regla básica de que a mayor rentabilidad mayor riesgo.

Nada hay más controlado en Uruguay que las empresas públicas, y sin embargo han quebrado varias veces a lo largo de su historia: desde los bancos Hipotecario y República en 2002 hasta la petrolera Ancap tras sufrir grandes pérdidas entre 2013 y 2015. No cerraron sus puertas porque se realizaron rescates masivos que pagó casi toda la sociedad.

Un administrador vulgar y cauteloso invertirá en notas de tesorería en Unidades Indexadas más un interés de 2,5% anual, o en bonos en dólares entre 4% y 5,5%, que es lo que pagan los gobiernos de Estados Unidos o de Uruguay. Cualquier cosa por encima de eso es señal de alto riesgo.

Brasil o Rusia, países con deudas abultadas y alto riesgo de impago, ya ofrecen bonos a 15% o 16% anual en dólares. En el otro extremo, el gobierno de Suiza puede captar capitales pagando menos de 1%.

Los bonos basura (que no tienen grado inversor) son aquellos emitidos por empresas o países muy endeudados, con alto riesgo de impago y que, a cambio, ofrecen tasas de interés muy atractivas, o se negocian en mercados secundarios a precio vil.

Incluso un bono uruguayo, hoy bien considerado, con “grado inversor”, puede volverse riesgoso en relativamente poco tiempo. De hecho, Uruguay ha caído en default (impago de deuda e intereses) varias veces en su historia, y estuvo cerca de hacerlo de nuevo en 2003. Una renegociación exitosa marcó el principio de su diferenciación con Argentina, por cierto muy rentable, que se mantiene hasta hoy.

Algunas de las empresas ganaderas en cuestión ofrecían a inversores grandes y pequeños una tasa fija de 7% y hasta 10 u 11%, en momentos en que caen la rentabilidad agropecuaria y el precio de los arrendamientos. Alguno de esos fondos de inversión en ganado arrendaba campos a 115 dólares la hectárea por año, con pago adelantado, cuando el mercado en baja indica 80 dólares en el mejor de los casos.

Sucede que muchas veces las empresas que están en dificultades redoblan la apuesta para salvarse con algún golpe afortunado, como quien va al casino a jugarse sus últimas reservas.

Todo productor rural sabe que su actividad en general es de baja renta, salvo coyunturas muy propicias. Los fondos ganaderos ahora caídos presumían de hacer las cosas mejor que el resto y de estar siempre por encima del mercado. Pero la realidad es que ni los mayores genios de Wall Street le ganan siempre al mercado.

Unos ciudadanos educados huirían de esas ofertas como de la peste, salvo los ingenuos y los afectos al juego de alto riesgo (como invertir en bonos de deuda argentinos en su momento, o de la petrolera venezolana Pdvsa, en startups, criptomonedas, u otros asuntos por el estilo).

Las sugerencias para cualquier pequeño inversor familiar son simples: mantenerse bien informado, porque las situaciones cambian y lo que hoy es seguro mañana puede no serlo; no tomar crédito o tomarlo con precaución; invertir todavía con más cautela, según el principio de que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía; y mantener su avidez bajo control, por aquello de que la codicia rompe el talego.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com