Febrero es tradicionalmente en el año electoral el mes de lanzamiento de campaña para muchos precandidatos que quieren ser electos en junio como presidenciables de su partido. Comienzan —o siguen— las recorridas, las entrevistas en los medios, las conversaciones con líderes locales de todo el país y el tejido de alianzas.
Mientras tanto, los uruguayos de a pie vamos retomando las rutinas, luego del desenchufe que se da a fin de año con el cierre de las clases y las fiestas, y para algunos, vacaciones. Y al comenzar a planificar el año, recordamos (o nos hacen recordar) que este año hay varias elecciones y la primera es en junio, las internas. Ya el nombre que le damos en Uruguay sugiere que no nos concierne a todos. En otros países que han optado por mecanismos similares las elecciones de candidatos presidenciales tienden a denominarlas primarias, que ayudan a ubicarlas como parte del ciclo completo, como una etapa de un proceso único.
En Estados Unidos, por ejemplo, las llaman “elecciones primarias”: aunque no son obligatorias, igual que aquí, tienen lugar a lo largo de varios meses y eso permite que los precandidatos se hagan conocer, estado por estado; aunque se eligen ‘electores’ que luego elegirán a los candidatos, casi siempre terminan eligiendo al que triunfó en más estados.
Más cerca de Uruguay, en Argentina están las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), que como su nombre indica sí son obligatorias, y algunos analistas las consideran una “pre elección nacional”. En otros países son los partidos los que asumen la responsabilidad de elegir a sus candidatos: en algunos casos la selección la realiza un grupo pequeño de dirigentes; en otros lo hacen los afiliados a cada partido, y los votantes no afiliados no intervienen.
En Uruguay, a partir de la última reforma constitucional de fines del siglo pasado, ratificada por la mayoría absoluta del electorado, los ciudadanos que deseen pueden elegir a un precandidato de uno de los partidos que participan. El que consiga más votos en ese partido —si obtiene la mayoría absoluta o la diferencia con quien lo sigue es mayor a 10 puntos porcentuales— será candidato presidencial único de ese partido. Si no, decide el órgano deliberativo nacional del partido elegido también en esa instancia. La participación en las elecciones internas es voluntaria, porque se interpretó que el elector que no se siente cercano a un partido político no puede ser obligado a concurrir a las urnas en esta instancia.
Sin embargo, la no obligatoriedad no es lo mejor para el funcionamiento de nuestra democracia. En las elecciones internas en Uruguay se elige a quienes competirán por la presidencia y, por lo tanto, es el primer paso para elegir presidente. Solo podrá ser electa/o quien haya ganado la interna de su partido y los demás serán descartados tres meses antes de la elección.
Esto hace que aquellos que eligen no participar en junio deban votar en octubre entre aquellos candidatos electos por quienes sí votaron en junio, más allá de que les gusten o no; o sea, deben elegir entre aquellos que otros ciudadanos de a pie como ellos eligieron previamente. Y ambos grupos, los que votan y los que no votan en junio, no son exactamente iguales. Los más interesados en la política y los militantes son los que terminan eligiendo en junio a aquellos pocos que competirán por la presidencia en octubre.
En definitiva en junio se da el primer paso para elegir al futuro presidente. Aunque el elector no se sienta cercano a un partido, si participa en las elecciones internas votando por uno de los precandidatos de un partido, está expresando cuál de todos los que compiten preferiría como próximo presidente, o incluso cuál le parece “menos malo” entre las alternativas que se presentan. No está “interfiriendo” en la interna de un partido político del cual no se siente parte activa.
Las elecciones internas, entonces, no son “para los de adentro” del partido: son para todos los electores. Es la oportunidad de evaluar a todos los precandidatos (de todos los partidos) que se presentan, y pensar en cuál sería el mejor, cuál podría encaminar al país en una mejor dirección, cuál atendería mejor lo que ‘a mí me preocupa’, o al menos, cuál se acerca más a eso.
Muchos uruguayos sienten que eso no les concierne. De hecho, desde que comenzaron a implementarse, en las internas votan menos de la mitad de los habilitados, una proporción muy similar a la que responde en las encuestas que no siente cercano a ningún partido.
Es por esto que creo que hay una incongruencia en la no obligatoriedad de la participación en las internas y la obligatoriedad de votar en las demás elecciones (las nacionales, el balotaje, las departamentales). Si en estas últimas creemos, como país, que el voto debe ser obligatorio, argumentando que el electorado debe asumir su soberanía y decidir quién gobierna el país y su departamento, debería ser obligatoria también la participación en las internas. Porque en las internas es donde se hace la primera selección formal y soberana de los candidatos. Mirando el funcionamiento global de los procesos, no debería haber razones para que se rijan por reglas distintas las internas de las demás elecciones. Se puede discutir si debe ser obligatorio votar para elegir autoridades en cualquier instancia, pero si lo es en algunas, debería serlo en todas.
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