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OPINIÓN | El Columneador

El triunfo demoledor de Donald Trump, un puñetazo al alma del sentido común

Un multimillonario de 78 años, del signo de Géminis, regresa a la presidencia y el aroma a incertidumbre domina el ambiente.

Por Eduardo Espina
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08.11.2024 14:42

Lectura: 7'

2024-11-08T14:42:00-03:00
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La esperanza es lo último que se pierde. Y los votantes son los primeros en perder la paciencia.

Aunque por un tiempo, que fue breve, Kamala Harris tuvo una ventaja de cuatro puntos en las encuestas, estaba visto, mejor dicho, presentido, que Trump era el favorito y que sus chances eran enormes. Los números de la economía, según el sentir de una mayoría que terminó siendo grande, no favorecían a los demócratas. En el mapa geopolítico estadounidense destacan zonas oscuras afectadas por la inflación post pandemia. Allí los votantes fueron radicales en su apoyo a Donald Trump

¿Es Joe Biden el responsable directo de la derrota? No están tan equivocados quienes dan una respuesta afirmativa. El saliente presidente debería haber salido a hacer campaña dos años atrás y explicarles a los estadounidenses cuáles eran las expectativas de su agenda económica, y cuáles los logros de su gobierno. Biden hizo una buena presidencia hasta que el tanque se fue quedando sin nafta y la energía ya no le dio. Reaccionó tarde. Tras las parlamentarias de 2022 debería haber anunciado que se retiraría y que Harris sería la reemplazante. De haberlo hecho, otra sería hoy el cantar.

Kamala Harris fue una contendiente extraordinaria, pero tuvo dos grandes desventajas: comenzó la carrera tarde, recién en agosto —su campaña duró solo 107 días— y debió cargar con el lastre de la imagen cansada que proyectaba Biden, quien termina su presidencia dejando un buen legado —que con el paso del tiempo y de las lecturas que hará la historia en el futuro puede ser muy bueno—, pero fue percibido por la mayoría, tal cual quedó demostrado en las urnas, como un mandatario ineficaz; a fin de cuentas, no es la realidad lo que existe, sino la manera en que es percibida.

Un mes antes de las elecciones la alerta se activó entre los demócratas: una encuesta de Gallup dijo que solo el 25 por ciento de los votantes estaba satisfecho con cómo las cosas estaban yendo en el país; un 73 por ciento dijo estar insatisfecho. En julio pasado, el porcentaje de aprobación de Biden era del 17 por ciento.

Donald Trump es un culto; no es un candidato, ni un presidente ahora con dos mandatos, ni un billonario, ni un sujeto moralmente criticable. Es un personaje más allá del bien y del mal. Dentro de unos años, quienes vayan a ser historiadores, ya con más tiempo para reflexionar, deberán encontrar razones para tratar de explicar el principal fenómeno político de lo que va del siglo XXI. Las razones del corazón la razón no las entiende, ni tampoco algunas relativas al escenario de la política.

Los candidatos que llegaron a la Presidencia a una edad avanzada no terminaron bien; ahí están los ejemplos excluyentes de Perón y el de Reagan, cuya segunda presidencia casi termina en desastre. Durante la campaña, el comportamiento de Trump demostró que a veces su mente se le va de las manos. Con casi 80 años de edad, su presencia hace preguntar al raciocinio: ¿terminará su mandato, tendrá la lucidez para capitanear el barco en tiempos de guerras, de problemas económicos, de promesas realizadas durante la campaña algunas de las cuales parecen delirantes o imposibles de llevar a la práctica?

Que Trump haya ganado es preocupante; de acuerdo con la historia del presidente entrante, serán cuatro años en los que el mundo y los estadounidenses, sobre todo los que no votaron al ganador, se irán cada noche a la cama pensando que dormirán en la cuerda floja.

En zonas del país en las que vive la clase media con buena educación, ganó ampliamente Harris; en aquellas donde reside gente con poca educación, triunfó Trump. El país tiene la peor forma de división; por un lado, quienes son considerados ‘elite’, y por otro, los que odian a las ‘elites’ educadas. Habrá que ver en qué terminará un país dividido entre quienes quieren pensar mejor y los que sienten resentimiento por los seres pensantes. Hay una diferencia entre la clase obrera, y el lumpen.

En Artefactos, de 1972, el poeta chileno Nicanor Parra tiene una frase fácilmente memorable: “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Los discursos de Trump el caudillo son simplones, dice cosas básicas que hacen felices a quienes menos educación tienen. El público aplaude a rabiar idioteces al cubo. La misma treta retórica utilizó hasta el cansancio Hugo Chávez en Venezuela, con discursos a ras del piso intelectualmente, pero muy aplaudidos por la plebe enemiga del pensamiento crítico. Así estamos.

Fue rarísimo, nunca había visto algo parecido. A las dos de la mañana del miércoles, los periodistas de las principales cadenas informativas estadounidenses, como CNN y MSNBC, incluso las figuras de mayor prestigio, no tenían palabras para explicar lo sucedido. Entre el cansancio y la desolación por el triunfo de Trump, a esa hora de la madrugada nadie con cierto sentido común quería imaginar el panorama social y político temido para los próximos cuatro años.

En 1893, el demócrata Grover Cleveland se convirtió en el primer presidente estadounidense en regresar urnas mediante a la Casa Blanca, tras haber perdido la reelección cuatro años antes. Es considerado por la historia como un ‘buen y honesto’ presidente. Tenía 71 años cuando murió de un infarto. Sus últimas palabras fueron: “Me he esforzado mucho para hacer lo correcto”.

Los números no mienten, y si mienten saben cómo hacerlo: el país de la democracia, de las grandes libertades individuales, no está todavía preparado para votar a una mujer negra, que, además, es inteligente. Se fue la segunda. Hillary y Kamala, dos nombres femeninos que la historia tendrá cuenta, y que algún día rebobinará para saber bien qué fue lo que les pasó a ambas mujeres camino al foro.

Beyoncé, Bruce Springsteen, Taylor Swift, Eminem, LeBron James, fueron algunas de las celebridades que de diferentes maneras exteriorizaron su apoyo a Kamala Harris antes de las elecciones. Difícil saber cuántos votos aportaron a la causa.

¿Cuáles serán las consecuencias de triunfo de Trump para el mundo, para la salud mental del mundo, para quienes no creen en su mundo? La sola pregunta asusta.

¡Como ha pasado el tiempo! Si lo pienso, me aterra. Desde 1980 he estado presente en todas las elecciones estadounidenses y escrito sobre ellas. Ese año, el diario estudiantil de la Universidad de Iowa. The Daily Iowan (fundado en 1868), me invitó a ver los resultados en el centro electoral instalado en la redacción. Cuando la ilusión de que Jimmy Carter fuera relecto se esfumó apenas comenzaron a llegar la cifra de votantes de Ronald Reagan, un raro sentimiento de desolación embargó a periodistas y columnistas presentes. Hubo un silencio sepulcral y ningún indicio de que entre los presentes hubiera alguno parecido a Lázaro. Les costó mucho levantarse y andar. Uno de los columnistas comentó: “Deberemos esperar cuatro años”. La espera fue mucho mayor. Los republicanos estuvieron en el poder doce años, de 1981 a 1993. Habrá que ver si en esta ocasión la eternidad dura tanto.

Por Eduardo Espina
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