El 96% de la población de Uruguay vive en centros urbanos, un registro extraordinario, contra 87,6% en 1985 y 41% en 1908. Para completar ese panorama extremo, más de la mitad de los habitantes del país, cuyo territorio es más grande que el de Inglaterra, se concentra en un radio de 30 kilómetros a partir de la plaza Libertad de Montevideo.
La reducción de la población en el campo es un proceso típico que cumplieron todos los países de elevada producción de excedentes agrícolas, hecha por empresas y familias, sin un verdadero “campesinado” (como sí lo tienen los países más pobres del planeta). Las grandes potencias exportadoras de alimentos suelen tener elevados índices de urbanización: Estados Unidos (82%), Australia (90%), Nueva Zelanda (87%), Argentina (92%) o Brasil (86%).
Pero Uruguay exagera. Su tasa de urbanización solo es superada por un puñado de ciudades-Estado o por países muy peculiares, como Kuwait, Bélgica y Catar.
Sin embargo la cantidad de uruguayos que viven o trabajan en el campo, si bien baja, es mayor de lo que las que arrojan las cifras censales. La gran mejora de los caminos y de los medios de transporte (automóviles, motocicletas) facilitó que muchas personas residan con sus familias en centros poblados o ciudades y se desplacen día a día hacia sus trabajos en zonas rurales.
El Plan Mevir, creado en 1967, erigió más de 40.000 viviendas para asalariados y pequeños productores rurales, mejoró las condiciones de vida y cambió la trama social del interior del país.
En ese rápido proceso de urbanización Uruguay, y en menor medida Argentina, concentraron un altísimo porcentaje de población en las capitales y su área metropolitana, una malformación demográfica denominada macrocefalia: cabeza demasiado grande en relación a un cuerpo más bien raquítico.
La población del departamento de Montevideo, que en 1929 no superaba el 28% del total, apenas tres décadas más tarde, en 1963, reunía el 46,3% de los habitantes de Uruguay. Una auténtica hecatombe migratoria. Y si se considera además el área metropolitana de Montevideo, que incluye crecientes poblaciones de los departamentos vecinos —Canelones y San José—, la concentración ronda el 53% del total.
En las últimas tres décadas el macrocefalismo da señales de ceder o al menos de estancarse gracias al auge agroindustrial (ganadería, agricultura, industria forestal) y del turismo en el sudeste del país (sobre todo en Maldonado, cuya población aumentó 639% desde 1908, muy por encima de Montevideo y Canelones). Pero Montevideo sigue siendo el eje de una constelación cada vez más amplia de “ciudades dormitorio”, en un arco que va desde Ciudad del Plata, en San José, hasta Parque del Plata y más allá, en Canelones.
El centro del país se vacía, en tanto los seis departamentos sobre el Río de la Plata y el océano Atlántico, desde Colonia a Rocha, reúnen el 70% de la población.
La huida en masa de los habitantes hacia una pequeña región del sur fue consecuencia de la concentración de servicios, de la centralización burocrática y política y de una larguísima depresión del sector agropecuario. Luego, a partir de la larga crisis económica instalada en la década de 1950, rematada por una larga dictadura, alrededor del 15% de la población emigró al exterior.
El estancamiento agropecuario durante el siglo XX se ha adjudicado a vagas razones “estructurales”, de dependencia, de propiedad de la tierra, al latifundio, a la escasez de mercados externos y a carencias tecnológicas. Pero el pobre avance de la producción ganadera y agrícola uruguaya entre las décadas de 1910 y 1990 más que nada fue el resultado de la ausencia de estímulos económicos para promover el cambio técnico y aumentar la productividad. La economía uruguaya se cerró para mirarse el ombligo. Los controles de precios y las transferencias de recursos hicieron que comprar tierras fuera más negocio que implantar praderas o introducir mejoras genéticas y de manejo. La innovación podía ser el camino hacia la ruina, porque los precios no devolvían la inversión.
Desde la década de 1930 se realizaron “fuertes transferencias de recursos desde el sector exportador, típicamente la ganadería, hacia los sectores orientados a la producción del mercado interno, la industria, los servicios y las actividades del Estado”, resumió Gabriel Oddone París, designado ministro de Economía y Finanzas a partir de marzo de 2025, en su ensayo El declive. Una mirada a la economía uruguaya del siglo XX (2010).
Para empeorar las cosas, desde mediados de la década de 1950 Gran Bretaña, un tradicional comprador de carnes y lanas, cerró sus mercados para los embarques procedentes del Río de la Plata y pasó a abastecerse de sus antiguas colonias y socios de la Commonwealth. Y a partir de 1962 los seis países miembros de la Comunidad Económica Europea, antecesora de la Unión Europea, adoptaron un conjunto de leyes proteccionistas para la producción agrícola y ganadera: la Política Agraria Común (PAC).
Un nuevo ciclo de auge agroindustrial a partir de la década de 1990, y más aún desde 2002-2003, contribuyó a retener población en el interior del país. También ha sido crucial la descentralización de servicios públicos, ayudada por Internet, incluidos los estudios de nivel terciario.
Las tendencias de largo plazo de la población no mienten. Las personas votan con los pies en busca de trabajo y oportunidades.
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