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Contenido creado por Paula Barquet
Bueyes perdidos y encontrados
OPINIÓN | Bueyes perdidos y encontrados

El eterno dilema: dónde anida el progreso y dónde acampa el retroceso

“¿En qué forma ha progresado el hombre durante los centenares de miles de años de su existencia sobre la Tierra?”.

Por Marcelo Estefanell

20.09.2024 13:40

Lectura: 4'

2024-09-20T13:40:00-03:00
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Hace muchísimos años, en aquellos tiempos reclusos y solitarios donde las horas se poblaban de reflexiones, de recuerdos y de lecturas, llegó a mis manos un libro que se titula Qué sucedió en la historia. Su autor es V. Gordon Childe (1892-1957), un antropólogo y filólogo australiano que hizo casi toda su carrera en Gran Bretaña. La lectura de esa obra me causó un gran impacto, sobre todo porque a los mismos datos conocidos sobre la prehistoria del hombre que uno aprendió en el liceo, Childe le agregaba nuevos conceptos e interpretaciones. Lo que más me llamó la atención fue cuando preguntaba qué significa “progreso” en una sociedad y lo resumía, básicamente, en la cualidad de asegurar la alimentación de toda la comunidad. En consecuencia, la domesticación de animales y plantas produjo una revolución silenciosa: nuestros antepasados ya no tenían que andar deambulando para lograr el sustento diario, sino que fueron asentándose en lugares concretos, donde el cultivo y el cuidado de los rebaños era posible; con esas prácticas vinieron los avances técnicos para construir sus viviendas, para arar la tierra y guardar la cosecha en lugares seguros; surgieron las aldeas y, más tarde, las ciudades: el neolítico en todo su esplendor. Dicho de otra forma, el progreso radicaba en una nueva manera de satisfacer las necesidades materiales (alimentación, abrigo, vivienda), en la perfección de las herramientas para producir y calcular. Las matemáticas y la escritura se volvieron imprescindibles. Su contrario, lo conservador, quedaba anclado en la recolección de frutos y raíces, en la caza y en la pesca: característica de las sociedades que aún llamamos primitivas (en mi caso, sin ninguna acepción peyorativa).

La pregunta central que se hacía V. Gordon Childe en su obra la expresaba en el primer párrafo, escribiendo: “¿En qué forma ha progresado el hombre durante los centenares de miles de años de su existencia sobre la Tierra?”.

Esa interrogante sigue siendo válida, porque en este mundo moderno que está inmerso en la cuarta revolución industrial cabe preguntarse dónde se alojan las ideas que empujan el progreso y dónde se refugian las retrógradas. En pleno capitalismo financiero y divisas digitales (bitcoin), gigantescas empresas tecnológicas con más poder que los estados nacionales, es correcto indagar y procurar respuestas; en estas realidades donde la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología y la computación cuántica llegaron para quedarse, no es sencillo discernir dónde se aloja lo revolucionario y cuáles son las anclas reaccionarias. Y más complejo resulta todavía si lo llevamos a todos los planos de la vida, porque en un mismo individuo pueden convivir ambos atributos, ya sea mostrarse como un emprendedor de avanzada, un innovador destacado, como es el caso de Elon Musk, y, sin embargo, en el plano político —a mi juicio— resulta ser extremadamente reaccionario, capaz de inventar imágenes falsas para perjudicar a sus contrarios y manejar sus empresas como si fuera un emperador moderno.

De lo que estoy seguro, sí, es que el progreso anida en la  seguridad alimentaria, en particular la de los recién nacidos y sus primeros mil días de vida, donde el desarrollo del cerebro potencia el futuro de cada individuo y esto redundará en ciudadanos con más probabilidades de vida digna, de integración social y, por si fuera poco, de retorno económico. Lo retrógrado y reaccionario es sostener la meritocracia refugiada en la manida frase “Pobres hubo siempre, qué le vamos a hacer”.

En el mundo moderno, lo revolucionario es apostar a escuelas de tiempo completo y combatir la deserción liceal con propuestas innovadoras. Además, invertir en ciencias básicas, primero, y en investigación científica siempre, asegura el desarrollo de toda la comunidad. Hoy por hoy, la riqueza de un país no es el petróleo ni el oro: es el conocimiento científico impregnando a toda la sociedad. Lo reaccionario es sostener lo contrario y arréglate como puedas, basándose en un concepto de la libertad pergeñado por gente que nunca supo qué es el hambre, el frío y la marginalidad.

Me pregunto, al fin: ¿cuál será la revolución silenciosa de ahora?

Por Marcelo Estefanell