En mi vida, como en la de muchas personas, he padecido con mucho dolor pérdidas y tropiezos por enfermedades de personas a quienes quiero mucho, algunas de ellas que no dan tregua. Marcan el día a día de quienes las padecen y de sus familias, exigiendo fuerza, paciencia y, sobre todo, esperanza.
En mi caso, esta realidad no es una historia ajena ni una estadística lejana: es parte de mi vida. Convivo con la certeza de que la medicina avanza, pero también con la incertidumbre de sus límites. Por eso, cuando leo sobre el potencial de la inteligencia artificial (IA) generativa para transformar la salud, no lo hago con la fría objetividad de quien analiza una tendencia tecnológica, sino con la urgencia de quien necesita que esa promesa se haga realidad.
La IA generativa es capaz de optimizar negocios, mejorar la productividad y generar contenido en segundos. Entonces, me pregunto: ¿qué pasaría si su mayor propósito fuera la mejora de la calidad de vida y como consecuencia los resultados económicos? ¿Y si en lugar de centrar la conversación en la competencia entre humanos y máquinas, nos enfocáramos en cómo esta tecnología puede aliviar el dolor, curar enfermedades y extender vidas?
La medicina es una de las áreas donde la IA ya está demostrando su poder transformador. Desde la detección temprana de enfermedades hasta la personalización de tratamientos, los algoritmos están acelerando procesos que antes tomaban años. Modelos avanzados pueden analizar patrones en datos genéticos, diseñar fármacos en tiempos récord y prever la evolución de una patología con una precisión sin precedentes. También pueden apoyar a los médicos en diagnósticos complejos, reducir errores y hacer que los tratamientos sean más accesibles. Sin embargo, el impacto real de estos avances dependerá de la intención con la que los desarrollemos y apliquemos.
La tecnología, por sí sola, no tiene propósito. Somos nosotros quienes le damos sentido. Y aquí es donde el desafío se vuelve humano: ¿qué valores guiarán su desarrollo? ¿Seremos capaces de priorizar su uso en ámbitos donde pueda marcar la diferencia en la vida de las personas que más lo necesitan?
Las enfermedades neurodegenerativas, el cáncer, las condiciones crónicas que afectan la autonomía y la dignidad de millones de personas no pueden esperar. Cada día cuenta. La IA podría ayudarnos a redefinir la medicina, pero solo si las decisiones sobre su desarrollo están orientadas por el propósito correcto.
El debate sobre la inteligencia artificial suele girar en torno a los riesgos y dilemas éticos que plantea, y es cierto que existen desafíos importantes, como la privacidad de los datos o el acceso equitativo a sus beneficios. Sin embargo, más allá del temor a lo desconocido, es fundamental reconocer el enorme potencial de la IA cuando se aplica con responsabilidad y enfoque humano. Su capacidad para aprender, procesar información, y encontrar patrones que los humanos no podríamos detectar en tiempo real, puede ser la clave para resolver problemas médicos que hoy parecen inabordables.
Los avances tecnológicos más significativos de la historia han sido aquellos que pusieron al ser humano en el centro, y esto no debería ser la excepción. Si dirigimos su potencial hacia la salud, el bienestar y la equidad, podemos hacer que deje de ser una promesa para convertirse en la herramienta más poderosa que hemos creado para mejorar vidas.
Para quienes viven con la realidad de enfermedades que no dan tregua, la IA generativa representa mucho más que innovación. Es una oportunidad de esperanza. Una que no deberíamos desaprovechar.
El futuro no está escrito, y la tecnología por sí sola no garantiza un mundo mejor. Pero tenemos en nuestras manos la posibilidad de darle un propósito, de orientar su desarrollo hacia lo que realmente importa: aliviar el sufrimiento, prolongar vidas y mejorar la calidad de vida de millones de personas. No es un destino, sino una herramienta. Y si sabemos utilizarla con sabiduría y compasión, el mañana puede ser un lugar más justo y humano para todos.
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