Hace unos días, con toda la ilusión, me lancé a nadar en mar abierto por primera vez. Nado frecuentemente en piscina; disfruto cada mañana 2 km de esta actividad en el club. Sin embargo, el agua oscura y la falta de referencias en el mar me descolocaron por completo. Perdí la concentración, la respiración se volvió errática y tuve que detenerme. Me sentí vulnerable, como si estuviera navegando en un mundo sin brújula.
Esta experiencia, que es un simple desafío personal, se convirtió en una metáfora. Porque, seamos sinceros, ¿quién no ha sentido alguna vez esa incertidumbre y desorientación cuando enfrenta un cambio inesperado o incluso planeado en las actividades que llevamos a cabo?
El cambio es una constante en nuestras vidas y, en las organizaciones, se manifiesta de muchas maneras. Desde nuevas tecnologías hasta reorganizaciones internas, pasando por transformaciones culturales o el rediseño de procesos. Sin embargo, no todos son iguales: pueden ser planeados o emergentes.
El planeado es como preparar un viaje en un mapa. Implica reflexión, análisis y un plan sobre hacia dónde se quiere ir. Por otro lado, el emergente surge de manera repentina, como una tormenta en el mar. Requiere respuestas rápidas y flexibles ante situaciones inesperadas, como lo vimos durante la pandemia, cuando miles de organizaciones tuvieron que adaptarse al trabajo remoto casi de la noche a la mañana.
En ambos casos, el éxito o fracaso del cambio depende en gran medida de la capacidad de las personas para adaptarse y de cómo se comunique el proceso. Según Handy 1, las organizaciones del siglo XXI enfrentan entornos tan dinámicos y agresivos que deben aceptar el cambio como una constante. Las reglas del pasado ya no funcionan, y las estrategias que antes garantizaban el éxito ahora pueden convertirse en obstáculos.
A pesar de su inevitabilidad, el cambio suele ser resistido. Y esta resistencia no es trivial: puede convertirse en el mayor obstáculo para la transformación organizacional. Según investigaciones, nos resistimos emocionalmente, por nuestras creencias o incluso por los hábitos que hemos construido con el tiempo. Lo interesante es que la resistencia no es un destino inevitable. Una comunicación clara, transparente y participativa puede reducir la resistencia al cambio, generando un ambiente de confianza y colaboración.
Volvamos al mar. Cuando estaba en medio del agua, sin referencias y con la respiración agitada, ¿qué hizo la diferencia? Algunas referencias del entorno me guiaron. En el contexto organizacional, ese faro es la comunicación.2
La comunicación no se limita a transmitir información; es una herramienta estratégica que puede influir en las actitudes, reducir la incertidumbre y alinear a las personas hacia un objetivo común. Las organizaciones que implementan procesos de comunicación efectivos no solo logran disminuir la resistencia al cambio, sino que también mejoran la satisfacción laboral y el compromiso de sus empleados.
Dicha comunicación debe ser clara y accesible. Los mensajes ambiguos o confusos generan más dudas que certezas. En segundo lugar, debe ser transparente. Ocultar información o maquillarla solo alimenta la desconfianza. Y, finalmente, debe ser participativa. Cuando los empleados sienten que sus voces son escuchadas, es más probable que adopten una actitud positiva hacia el cambio.
El rol del liderazgo es crucial en este proceso. Los líderes no solo deben ser los primeros en abrazar la transformación, sino también los principales promotores de una cultura abierta al aprendizaje y la innovación. Ser un líder significa estar dispuesto a escuchar, a reconocer las preocupaciones de los equipos y a dar respuestas claras y consistentes.
Además, los líderes son agentes de cambio, personas capaces de inspirar y motivar a otros a través de su ejemplo, alineando los objetivos estratégicos con un propósito compartido, creando un sentido de pertenencia y dirección común.
El cambio puede ser intimidante al principio. Pero también es una oportunidad para crecer, para descubrir nuevas habilidades y para adaptarse a un entorno en constante movimiento. Las organizaciones que entienden esto no solo sobreviven, sino que prosperan.
Tal como aprender a nadar en el mar requiere una preparación diferente, así las empresas deben entender que enfrentarse a las transformaciones implica desarrollar nuevas habilidades y mantener una comunicación constante y efectiva. No importa cuán oscuras parezcan las aguas, siempre hay una dirección a seguir si contamos con las herramientas adecuadas.
Abracemos el cambio en lugar de temerle. En un mundo donde la única constante es la transformación, la capacidad de adaptarse no es solo una ventaja, es una necesidad.
1. Sandoval Duque J. L. (2014): Estudios Gerenciales, Journal of Management and Economics for iberoamerica, Vol. 30 No. 131. DOI: https://doi.org/10.1016/j.estger.2014.04.005))
2. Fernández M., Franco O., Duran S. y Badde G.: Calidad de la comunicación y actitud de los empleados ante procesos de cambio organizacional
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