Publicidad

Contenido creado por Federico Pereira
Zona franca
Foto: Instituto Antártico Uruguayo
OPINIÓN | ZONA FRANCA

Brevísima y cordial semblanza de un presidente que gobierna, viaja, hace surf y sonríe

En estos días de evaluaciones, playa y tamboriles, sería una injusticia ciudadana no dedicarle unas líneas a Luis Lacalle Pou.

Por Fernando Butazzoni

03.01.2024 10:55

Lectura: 4'

2024-01-03T10:55:00-03:00
Compartir en

Debo confesar que me cae bien. A veces se equivoca, como cualquiera de nosotros. No lo conozco personalmente, pero tiene el aspecto de ser un tipo piola, que se viste siempre de acuerdo a la ocasión y se saca fotos en el llano con la gente común, porque a estas alturas una selfi es como un vaso de agua: no se le niega a nadie. Y él sabe sonreír, además.

Está en todos lados, hay que reconocerlo. Una cumbre en Nueva York, un asado en Melilla, un pancho en La Pasiva y hasta una tarde en la tribuna para ver a Boston River. Y la Antártida, Río Branco, Melo, Parque del Plata, todo en pocos días, en horas. En ocasiones es más rápido que Flash, el Corredor Escarlata. Debe ser agotador.

Me desconcierta un poco, eso sí, el tema del cabello y la barba. Es un asunto piloso, pero si quiero ser honesto en esta mínima semblanza no puedo saltarme a la torera semejante cuestión. A veces lo veo medio barbudo, a veces afeitadísimo, como que no hay una coherencia en eso. Veamos alrededor: Boric tiene barba y punto. Milei tiene patillas y punto. Maduro tiene bigotes y punto. Son marcas registradas, como la pelada del Indio Solari o las rastas de Bob Marley. Pero nuestro presidente lo que tiene son momentos gubernativos, ora con barba, ora sin ella. En cuanto al largo del pelo, este suele ser cambiante, aunque siempre lacio. Calculo que debe ser el mandatario más lacio de las Américas.

Si algo lo caracteriza es el culto a la amistad. En el ascenso a las cumbres borrascosas del poder nunca se olvidó de sus amigos. Los tuvo y los tiene en alta estima. No integro su círculo íntimo, así que no sé si son muchos o pocos, pero aquellos a quienes ofrendó públicamente su amistad les dio una mano siempre, aunque más no haya sido cuando pasó a saludar.

Una digresión: para seguir con el tema del párrafo anterior me puse a buscar en el diccionario un sinónimo de amigo, pues no me gusta repetir en cada renglón la misma palabra. Pero ninguno se ajusta: uno de ellos es compañero, que suena muy a comité de base. Otro es camarada, que tira más para el lado bolche o cabildante, según se mire. Otro sinónimo es compinche, pero decir que el presidente tuvo o tiene compinches me parece irrespetuoso o, como apunta el diccionario con pudor decimonónico, malsonante. Así que me planto en la afirmación del comienzo: nuestro presidente es amigo de sus amigos y eso es un valor per se, aunque en los juzgados se opine lo contrario.

Me queda poco espacio, así que voy con un penúltimo apunte que a muchos les puede resultar frívolo: el estado físico. Desconozco si hace musculación en el piso 11, o acaso en la residencia del Prado, en la estancia de Anchorena o en su casa de balneario. Lo cierto es que tiene un estado atlético envidiable. Dicen que Sanguinetti jugaba a las bochas, pero deben ser habladurías de la oposición. Me consta que Tabaré nunca hizo fierros. Y Mujica ni hablar, aunque a veces siendo presidente se le daba por ir a la chacra y subirse al tractor. Cosas de viejo cascarrabias.

Lacalle Pou está a otro nivel: cuando puede surfea, y sabido es que el surf no es para cualquiera. Hay que estar apto en musculatura, equilibro y reflejos, y hay que tener práctica, la tabla adecuada, el traje de neopreno y además cazar las olas propicias. Todos lo hemos visto en fotografías tomadas de casualidad en distintas playas esteñas. Divertido, décontracté pese a sus responsabilidades. Un crack.

Para el final dejo una cita con claras palabras de nuestro mandatario. A propósito de la gestión de su gobierno, hace unos días nos aconsejó a los periodistas: “Vayan a los números, que los números no mienten”. Totalmente de acuerdo con el señor presidente. Los números nunca mienten. Los que mentimos somos nosotros, los humanos, y no solo cuando torcemos los números. La única diferencia es que algunos mentimos de vez en cuando, mientras que otros mienten todos los días sin dejar de sonreír.

Por Fernando Butazzoni


Te puede interesar Hasta que el algoritmo nos separe: en la sociedad global es cada vez más difícil pensar